Fantástico mi planeta | En el Amazonas venezolano

Marcos Pantin.-

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La Gran Sabana parece un paisaje soñado. Foto: Stelvio di Cecco/Cortesí­a

Mientras sobrevolamos las instalaciones de la Misión Santa Marí­a de Wonken voy recordando pasajes de la novela El Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle, inspirada precisamente en la geografí­a que ahora contemplo.

Hemos despegado hace veinte minutos de Santa Elena de Uarién en un avión de cuatro plazas. Abajo se extiende la Gran Sabana, una planicie a mil metros sobre el nivel del mar en el Amazonas venezolano, custodiada por majestuosos tepuys, formaciones muy antiguas que parecen irrumpir de lo profundo de la tierra formando macizos monolí­ticos de paredes verticales.

Junto al rí­o Karuay, en el plano dominado por el Apauray Tepuy y Upuimo Tepuy, los misioneros capuchinos fundan la misión Santa Marí­a de Wonken para la evangelización de habitantes de la zona, pertenecientes en su inmensa mayorí­a a la etnia Pemón. Es el año 1956.

En el presente solo se accede a la Misión por ví­a aérea. El Karuay, aunque ancho y caudaloso, tiene numerosos rápidos y desniveles que impiden la navegación.

– “En 1970 llegamos nosotras”.

 Hemos tomado tierra junto a las amplias instalaciones de una escuela agropecuaria, y la hermana Amaya González de Langarica, directora de la institución, nos muestra unas dependencias modernas y mantenidas impecablemente.

La Escuela Técnica Agropecuaria Santa Marí­a de Wonken está insertada en la Misión. Incluye una guarderí­a infantil para los hijos de los empleados, la escuela pre-escolar, la escuela primaria, el internado y el bachillerato técnico.

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Majestuosos tepuys custodian la Gran Sabana. Foto: Stelvio di Cecco/Cortesí­a

Funciona como escuela granja donde los alumnos pueden optar al tí­tulo de Técnicos Medios en Agropecuaria. La escuela abastece a toda la Misión. Impresiona la pulcritud y la claridad de los invernaderos; la limpieza de las instalaciones para la crí­a de ganado vacuno y porcino; los cobertizos para la crí­a de aves; las lagunas para la piscicultura.

En el conjunto de instalaciones destaca la capilla, con delicada armoní­a de austeridad y candor propio de la cultura local. Nos muestran también los dormitorios y las aulas; el comedor y la cocina; los amplios lugares de reunión y esparcimiento y las instalaciones deportivas. El taller de lavanderí­a y de costura donde se confeccionan los uniformes de los alumnos es una tacita de plata.

Actualmente llevan la escuela cuatro hermanas Pastorinas, Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, inspiradas en la espiritualidad de San Francisco de Así­s. Las atiende espiritualmente un sacerdote misionero Capuchino que visita la Misión una vez al mes.

– “Ahora tenemos más de cuatrocientos estudiantes. Ciento veinte residen en el internado: son los que provienen de los caserí­os más lejanos, aunque todos hacen aquí­ las tres comidas diarias, porque son de escasos recursos y muchos han sufrido desnutrición desde la infancia”.

Desde la Misión se asiste material y espiritualmente a los caserí­os dispersos por los campos aledaños. Religiosas y laicos van los fines de semana, celebran la Palabra y atienden la catequesis.

Durante estos años Dios los ha bendecido con los frutos de una profunda y extensa labor misional, una genuina inculturación de la fe en la etnia Pemón y con vocaciones para el sacerdocio y para las Pastorinas.

Al terminar estas lí­neas busco entre mis libros la novela de Conan Doyle y transcribo este pasaje: “Hay muchos hombres que no cuentan jamás sus aventuras porque no esperan que les crean. ¿Quién podrí­a criticarlos por ello? A nosotros mismos esto nos parecerá algo soñado, dentro de un mes o dos”.

* Marcos Pantin es el capellán de la UMA.

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