Emilio Spósito Contreras
A mi sobrino Alejandro, dedico.
Un ejemplo de la influencia −en este caso positiva− que pueden irradiar los buenos gobiernos sobre su entorno, es el de Alfonso X el Sabio (1221-1284), de quien hemos hablado en otra oportunidad (cfr. https://uma.edu.ve/periodico/2021/11/03/viii-centenario-de-alfonso-x-el-sabio/), sobre su sobrino don Juan Manuel (1282-1348).
Hijo del infante Pedro Manuel, conquistador de Murcia (1266), y nieto del rey Fernando III el Santo (1199-1252), Juan Manuel fue un magnate castellano (según el Diccionario de la Lengua Española: “Personaje muy ilustre y principal por su cargo y poder”), que llegó a ocupar los cargos de adelantado de Murcia, adelantado de Andalucía, mayordomo mayor de Castilla y tutor del rey Alfonso XI el Justiciero (1311-1350).
En su brillante carrera, don Juan Manuel obtuvo sonadas victorias en las batallas de Gualdahorce (1326), a las afueras de Antequera; y del Salado (1340), con la que se cerró el paso a los benimerines en su intento de invadir la península desde el norte de ífrica. En tales acontecimientos, don Juan Manuel portó la legendaria espada Lobera de su abuelo san Fernando, probablemente la espada identificada como G-21, que se encuentra resguardada en la Real Armería de Madrid.
El poder del también conocido como príncipe de Villena fue tal, que mantuvo una corte y un ejército propio de hasta mil hombres, llegando incluso a acuñar monedas con la efigie de su pupilo Alfonso XI. Don Juan Manuel casó a su hija Constanza (1313-1345) con el infante Pedro de Portugal, del que tuvo a Fernando I (1345-1383) el Hermoso, rey de Portugal y de Algarve.
No obstante tanto lustre mundano, consciente de que todo poder terrenal es efímero si no se sustenta en firmes ideales, emulando a su tío el Sabio don Juan Manuel hizo suyo el lema: Calamus gladio fortior (o “la pluma es más fuerte que la espada”), y siempre con sentido práctico, emprendió una importante obra literaria, considerada el inicio de la prosa en castellano y admirada hasta el presente por genios como nuestro Jorge Luis Borges (1899-1986), quien versionó algunos de sus cuentos.
Inspirado en autores como Flavio Vegecio Renato (siglo IV), conocido por su Epitoma rei militaris (o Compendio de técnica militar) y el beato Raimundo Lulio (1232-1316), pionero de la islamología; en textos como Barlaam y Josafat, versión cristiana de la vida de Buda; con un estilo español que nos recuerda a Las mil y una noches, o al menos a Las cuarenta mañanas y las cuarenta noches…, don Juan Manuel escribió una docena de libros, entre los que hoy se conocen: La Crónica abreviada (circa 1325); el Libro de la caza (c. 1325-1326); el Libro del caballero y del escudero (1326-1328); el Libro de los estados (1330); el Libro infinido (c. 1336-1337), sobre la educación de la juventud; el Tratado de la Asunción de la Virgen María (posterior a 1335); el Libro de las armas, también conocido como el Libro de las tres razones (post. 1337); y, por supuesto, el célebre Libro de Patronio o El conde Lucanor (1335).
A propósito de El conde Lucanor y su valor ejemplar, a la constante búsqueda de la perfección del caballero medieval, en el cuento XXV: “Lo que sucedió al conde de Provenza con Saladino, que era sultán de Babilonia”, se lee la siguiente moraleja en verso: “El verdadero hombre logra todo en su provecho, | mas el que no lo es pierde siempre sus derechos”.
Si don Juan Manuel solo hubiera sido noble, rico y poderoso en una época especialmente turbulenta; si tan solo se hubiera dedicado a cazar o llevarle la contraria a sus semejantes, nadie lo recordaría. Pero su amor por lo bello, lo útil, lo bueno, lo sublime, representado en este caso por la literatura, perpetuaron su memoria.
Corroborando nuestro juicio sobre el autor de El conde Lucanor, el magnate encargó al pintor italiano Bernabé de Módena (siglo XIV), un magnífico retablo dedicado a la Virgen de la Leche, que hoy se conserva en la Catedral de Murcia, y en el que a los pies de la Virgen, entre las figuras de los santos, aparece él mismo, retratado para la posteridad en actitud orante, como consciente de que la palabra −la de Dios−, es más cortante que toda espada de dos filos (Heb 4,12).
* Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila