El piropo

Alicia

Alicia ílamo Bartolomé.-

Piropo
El piropo es un eterno homenaje masculino al sexo opuesto. Foto: Cuarto Poder

«Estás que se para la gente, ¡estás imponente!«  Eso rezaba un viejo pasodoble y es un auténtico requiebro. Otro piropo común: ¡Dichosa la madre que te parió! Y otro más que le dijeron a una compañera mí­a de colegio en sus años mozos, en pleno centro, San Francisco a Sociedad: ¡Qué Cupello, ni qué Cupello!El galán se referí­a a que en ese momento era reina indiscutible de la belleza venezolana Myriam Cupello, después, por cosas del destino, mi cuñada. Y así­ podrí­a seguir con otros ”acosos sexuales”, como ahora llaman a estas eternas manifestaciones de la galanterí­a masculina. Pero me referiré sólo a dos, que me conciernen.

Iba yo, a mis robustos 20 años, vestida de rojo, por una acera de la capital, cerca de laPensión Gaona, donde solí­an llegar toreros que vení­an de fuera a lucirse en el Nuevo Circo, si no los principales, al menos sus cuadrillas. Por la acera de enfrente, sombrero cordobés en la cabeza, vení­a un español de mediana edad. Apenas verme, se quitó el sombrero y lo lanzó a través de la calle con tan buen tino que cayó a mis pies; con igual destreza se lo devolví­ sonriendo. No hubo palabras, fue un piropo mudo pero efectivo.

¿Me sentí­ acosada? Francamente no. Y en una calle de Bogotá, siendo ya una cuarentona, envuelta en mi abrigo, bien terciada la cartera por precaución con los ladrones expertos de esa capital, un tipo, poniendo los ojos en blanco, me dijo algo, no recuerdo qué, pero evidentemente en tono de requiebro. Me paré en secó y le solté: Pero chico, habiendo tantas muchachas bonitas en la calle, ¿te vienes a meter con una vieja? Más en blanco puso los ojos y contestó raudo: ¡Es que usted vale por dos de quince!Terminamos riéndonos los dos.

Cuento estas anécdotas, evidentemente amables, porque me preocupa oí­r cuñas de TV institucionales que acusan al piropo de “acoso sexual”. ¿Ha variado tanto esta tradicional expresión caballeresca? Es verdad que no faltaba por allí­ un piropo subido de tono o chabacano, según viniera de alguien de baja extracción cultural, pero en mi tiempo de juventud no era lo corriente. 

Es más, los hombres cuidaban sus palabras ante una dama. Me sucedió frente al mercado de San Jacinto, encontré al paso unos camioneros que bajaban mercancí­a y al verme uno de ellos exclamó: ¡Cuidado, es una señorita! Pedí­a a sus compañeros que pusieran atención a su lenguaje para que no llegaran a mis oí­dos palabras altisonantes. Eso para mí­ tuvo carácter de homenaje.  Hoy quizás no sea así­. El lenguaje soez entre ellos y ellas -cuidado si más en ellas- está de moda. Si las mujeres aceptan y practican éste, ¿cómo es que pueden sentir “acoso sexual” en un piropo? Parece un contrasentido.

El piropo es un eterno homenaje masculino al sexo opuesto…, mientras exista esta oposición. Ahora, cuando se barajan tantas aberraciones de cambio sexual, ideologí­a de género y otras sandeces, quizás el tradicional y festivo requiebro tenga que desaparecer o convertirse en algo distinto, por ejemplo: ¡Dichoso el médico que te operó!  O bien: ¿Eres o no eres? Pero seññma lo que seas, te quiero acosar sexualmente. En estas circunstancias tan chatas y postizas, no dudo que todo piropo se vuelva algo obsceno.

Pero no, defendamos una tradición milenaria de galanterí­a. Las mujeres de verdad querrán seguir oyendo a su paso esas flores en palabras con las cuales los labios viriles, también de verdad, van alfombrando las veredas. Ninguna se va a sentir acosada porque le digan que el sol se esconde cuando aparecen sus ojos; o que se acabó el rubí­ en el mundo porque todos se concentraron en sus labios. Una amiga mí­a, en su temprana juventud, una mañana se topó de repente con Andrés Eloy Blanco y se le ocurrió pedirle un autógrafo en una hoja de cuaderno. El diestro poeta le anotó enseguida: En un dí­a con sol a una niña con sal.

Los gringos, que todo lo toman obsesivamente, son quienes han inventado un maní­aco acoso sexual en todo movimiento, por leve que sea, de aproximación entre los dos sexos que existí­an hasta ahora. Cuí­dense de ellos los unos y las otras, pero no de exclamar, con gracia castiza, algo así­: Morena tiene que ser / la tierra para ser buena, / y la mujer para el hombre / también ha de ser morena. ¿A qué morena no le gustarí­a oí­rlo?

*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

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