Rodolfo Bolívar.-
Para aclarar el camino de explicación del sentido humano de la sexualidad en atención a la Ley divina, podemos comenzar con una máxima de Caffarra (1997) que nos dice: “En el matrimonio el sentido de la sexualidad se hace justo”, y esto es extraordinariamente cierto porque al ver a la justica como una virtud cardinal del ser humano, sumado al concepto jurídico tradicional de justicia que tiene sus bases incluso en el origen de la ética clásica, que establece que la Justicia es ´darle a cada quien lo suyo´, pues nos coloca en una posición en extremo alta en virtud y de gran precisión moral para definir el sentido pleno del ejercicio de la sexualidad, la cual debe tener ´justamente ‘desde estas acepciones, cabida en un matrimonio como veremos.
Esta justicia está pues asociada a la bondad inteligible de la sexualidad que parte de la condición sexuada de los seres humanos, pero que va en ella implícita o inscrita de forma permanente su naturaleza – de acuerdo a la Ley Moral Natural-, desde las dimensiones unitivas y procreativas de la misma, lo que nos lleva ciertamente a inferir que la bondad de la sexualidad en su justicia, debe darse plenamente en la unión duradera, monogámica-exclusiva y de manera indisoluble entre varón y mujer.
Y es en su plena libertad que las personas humanas como reflejo fiel de su ´ser creaturas´, hechos a Imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27), que se da abiertamente la posibilidad de establecer las bases sólidas para fundar una sexualidad exclusiva de entrega, que consolide una comunión personal en servicio y donación, a partir del descubrimiento desnudo el uno del otro, y repetimos, esto solo puede entenderse y anidarse en un matrimonio.
Nuestra sexualidad no debe ser reductiva, la persona es más que su funcionalidad, el encuentro humano como consecuencia de una relación sexual debe llevar impacto trascendente en una comunión de almas, y la integridad del ser personal como seres únicos e irrepetibles en su condición de hijos de Dios, lo cual proyecta esa unidad de la carne de la que hablan las escrituras (Gn 2,24), y que se hace patente en el santo compromiso sacramental del matrimonio.
La sexualidad es éticamente buena dirá Caffarra, porque es unitiva y procreadora, además de exigir el estado conyugal monógamo e indisoluble, que bañado por la gracia divina autentifica la humanidad que va al encuentro de Dios desde su más profunda interioridad, nos atrevemos a decir, aun sin siquiera saberlo, cuanto más aun con el conocimiento pleno de su responsabilidad sexual en libertad.
           La visión beatifica como resultado del camino de Santidad que ambos esposos emprenden al momento de contraer nupcias es digamos el objetivo y la consecuencia del obrar bien en el ejercicio sano de su sexualidad, y se suma a la razón principal de existencia de los seres humanos, a saber, dar Gloria a Dios. Una Gloria que por medio de nuestros cuerpos sexuados puede acceder a niveles de entrega en el servicio y la donación extremos que impliquen la renuncia de si y el encontrarnos desde nuestra profunda intimidad para, por amor, fundar una familia, cuidarle, protegerla, vivirla y proyectarla al futuro con Cristo, el hijo Unigénito que nos hace hijos en adopción desde su santo sacrificio en la Cruz.
*Rodolfo Bolívar es director de la Escuela de Administración de la Universidad Monteávila