¿Es posible la Educación en nuestro paí­s? (III)

Fernando Vizcaya Carrillo.-

Foto: Cortesí­a

En los artí­culos anteriores, hicimos insistencia a que esa relación entre los deberes gubernamentales y la educación están sobre el concepto de justicia que se tenga, no solo en lo teórico, sino en la práctica, que requiere hábitos adquiridos en las edades tempranas.

Desde atrás, históricamente, leemos en Augusto Comte, que comienza a evidenciarse, el propósito de la relación entre ambas instituciones como son la familia y el Estado.

Por un lado, el Estado debe proveer un “fondo común de verdades” a los ciudadanos que proviene de esa instrucción pública, y la Iglesia motivaba a un mayor cuidado del núcleo familiar, un cuidado espiritual donde estaba la semilla de la verdad y las costumbres necesarias para la convivencia humana, es decir la vida civilizada.

En ambos casos tenemos en nuestro paí­s, por contraste, un deterioro de las instituciones estatales, donde la corrupción es muy claramente detectada por el ciudadano común, y el esfuerzo de ideologí­as que van a destruir la unidad familiar, incluso ofreciendo como “justas para el individuo” formas no naturales de convivencia de parejas no naturales.

Esto nos lleva a una situación de crisis, que tiene un fondo de falta de formación ética en los individuos, que hace muy deteriorada la vida ciudadana, y a veces imposible, la convivencia.

Allí­, nos encontramos las definiciones centrales de democracia, por ejemplo, de Dewey: “Una democracia es más que una forma de gobierno, es primariamente una forma de vivir, asociado a una suma de experiencias, que se convierten en educación, cuando son recogidas de manera racional”.

Desde Platón nos encontramos con una serie de maneras de transmitir la enseñanza y la instrucción, para convertir en un soporte a la cultura, que se ha reconocida como conveniente, y necesaria. Sócrates, en uno de los diálogos recogidos por Platón, nos recuerda que “una polis con jueces venales, no es sitio para el hombre formado en las ideas correctas de convivencia” (Gorgias).

Aquí­, por lo tanto, tenemos unos indicadores que nos aclaran los errores que sufrimos y contra los cuales debemos estar atentos para combatirlos, o mejor dicho para poner los medios de tal manera que no ocurran nuevamente.

Sin embargo, en muchas partes, el verdadero espí­ritu educativo, se halla distraí­do, desviado de falsas valoraciones y falsas perspectivas. Esa sociedad desorganizada establece un gran número de modelos y normas que no llevan al bien común.

La única ví­a, alcanzable por lo demás, es cuidar con esmero la unidad familiar, su apoyo gubernamental en educación, protección social e higiénica y alimentaria, y posibilidad de formación espiritual necesaria, para conseguir los fines y bienes de ese matrimonio, que es obra creadora de Dios y no un sistema de relaciones de tipo sistémico ni psicológico.

*Fernando Vizcaya Carrillo es profesor de la Universidad Monteávila

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