Micaela

Francisco Blanco.-

Un dí­a esa niña de 17 años recién llegada a la capital se dio cuenta que estaba embarazada. Ella, su esposo y su hijo mayor viví­an en un pequeño apartamento con poco menos de lo necesario, él trabajaba de mensajero, ella atendí­a la casa, era la Caracas de 1960, donde todo era posible, así­ como ahorita, pero eso es otra historia verdaderamente increí­ble que lastimosamente no todo el mundo quiere creer.

El embarazo llegó con sorpresa como todo embarazo, hubo el temor natural por la responsabilidad de una nueva vida, y la alegrí­a del crecimiento de la familia, y como es lo normal, él y ella comenzaron a tratar su embarazo con los controles médicos pertinentes, con la diferencia que este no pintaba bien, distinto a su primer embarazo.

Fueron a varios médicos que daban al feto por muerto y le recetaban a ella medicamentos abortivos, ella no se sentí­a bien… y con la ignorancia de dos adolescentes que pasaron de vivir en un palafito en la laguna de Sinamaica a un apartamento hicieron lo que su sentido común, su fe y su situación les dictó, hacerle caso al doctor y seguir rezando.

Él tení­a una hermana que también viví­a en la capital y era telefonista y, un dí­a, le comenta a su hermano que en su trabajo escucha mucho el apellido de un médico que trata muchos casos de embarazos y que deberí­a buscarlo para comentarle del segundo embarazo de su esposa. Hoy suena fácil, pero en la Caracas de los 60, buscar a alguien del que solo se sabe el nombre era un auténtico mensaje a Garcí­a.

Pero él siguió los dos consejos de su hermana, buscar al doctor y encomendarse a la madre del santí­simo sacramento rezándole a la estampita que ella se sacó de su cartera.

Así­ lo hizo, encontró al doctor, determinó que el feto seguí­a vivo y que no habí­a razón para terminar el embarazo precipitadamente, las oraciones a la madre del santí­simo sacramento no terminaron y un 29 de diciembre nació Marí­a de la Soledad Dí­az Rincón, a la que desde el dí­a 1 le llamaron Micaela o Mica, por el nombre de pila de la Madre del santí­simo sacramento.

Cuando Mica llegó a la edad de colegio, él la inscribió en el Colegio de las Adoratrices (congregación que fundó la Madre del Santí­simo Sacramento) como acción de gracias de salvarle la vida a su segunda hija. Con los años se mudaron a una casa que llamaron “Sacramento” en honor a la santa, en donde la pieza central del cuarto principal era una imagen de la Madre Micaela que quién sabe cómo habrán pagado.

Ellos tuvieron 8 hijos y con cada hijo vino más trabajo y más posibilidades, y como él, es un hombre de fe y de palabra, cada vez que podí­a ir a Europa visitaba la tumba de la Madre Sacramento, y así­ como pasó de dormir en chinchorro a dormir en colchón, pasó también de pedir prestado a todo el mundo para pagar el colegio de Mica a ser un benefactor y a procurar, tener en la casa una bandeja de galletas que hací­an las adoratrices para vender.

Él es mi abuelo, ella es mi abuela y a la que todos llaman Mica, yo llamo mamá… un verdadero milagro.

Feliz cumpleaños Ma.

Francisco J. Blanco es director de la escuela de Educación de la Universidad Monteávila

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