Alicia Alamo Bartolomé.-
Como suponíamos, el mundo se siente en vilo con la situación política de los Estados Unidos. Nos afecta a todos, porque una nación tan poderosa pesa en el ala grande o pequeña de los demás países del planeta. Nunca se había presentado que llegara a una elecciones presidenciales con dos candidatos de tan poca envergadura, con mínimas virtudes y máximos defectos. Uno loco y otro ambiguo. Un discriminador racista y un católico desvirtuado. Ninguno con talla de líder. Sin embargo, yo creo en los Estados Unidos de América.
Es verdad que muchos gringos nos han echado grandes bromas en Iberoamérica. Sobre todo en el pasado, cuando sus representantes diplomáticos en nuestros países no hablaban español, ni se molestaban en aprenderlo porque nos miraban como seres humanos de segunda categoría. De triste memoria su injerencia de apoyo a nuestras dictaduras por beneficios económicos, bajo aquel famoso lema: Lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos.  ¿Y qué decir de las repúblicas bananeras?
Comieron buenos bananos los yanquis a costa del sudor y lágrimas -¡y cuantas veces sangre!- de los pobres pueblos centroamericanos. De ahí viene el epíteto peyorativo entre nosotros, para referirnos a esa nación: el imperio. A pesar de todo, yo creo en los Estados Unidos de América.
Ese país, que es más bien un continente, increíblemente dotado por Dios de toda clase de recursos naturales, intelectuales y espirituales, incluso de una sorprendente geografía colmada de belleza, no es lo que unos cuantos hijos suyos han hecho o dejado de hacer en nuestro trópico. Es un nación consolidada por inmigrantes de todas partes del mundo buscando libertad ideológica, política, religiosa y oportunidad de progreso como respuesta positiva al trabajo tenaz.
Lograron sus ansias. Hoy, los descendientes de esos pioneros son lo que se forjaron con empeño y conciencia para ser buenos ciudadanos. Un estadounidense conoce y practica sus deberes y derechos, tiene una educación básica sin mucha ciencia ni grandes conocimientos, los que sí se van a desarrollar en la etapa universitaria que dará muchos premios Nobel en todos los campos. Pero es esa elemental educación primaria la que hace verdaderos ciudadanos, plenos de virtudes civiles. Por eso creo en los Estados Unidos de América.
Es verdad que en estos momentos esa nación enfrenta grandes problemas, si se quiere, nuevos, porque nunca había estado la ciudadanía prácticamente dividida por la mitad. Eso es una herida profunda que hay que cicatrizar. Los ciudadanos han caído en una trampa muy latinoamericana: no han votado a favor de…, sino en contra de… En añadidura, previa a las elecciones, han vivido una prolongada era de violencia étnica y religiosa, han revivido odios ancestrales. Sacando a Dios de la vida pública y de la educación. Error muy peligroso. Aun así, yo creo en los Estados Unidos de América.
A una patria desarrollada no la hacen sus gobernantes sino su pueblo. Los estadounidenses conocen y obedecen sus leyes, se afianzan en la solidez de sus instituciones, éstas fueron construidas y consolidadas con gran sabiduría y acierto por los libertadores forjadores de la república, tales como Washington y Hamilton. Una recia Constitución y una auténtica separación de poderes, hacen a esa nación monolítica, resistente a las tempestades. Si en un momento olvidó su racismo enquistado y eligió un presidente negro, sus hijos lograrán superar todas las dificultades. Es lo que espero de los Estados Unidos de América.
Ahora, muchos miembros de mi familia, gracias a nuestra trágica diáspora, son hijos de allá, unos por adopción, otros por nacimiento, como mis sobrinos bisnietos que sólo conozco por los medios audiovisuales y no conoceré de otra manera. Confío que ellos, nueva oleada de inmigrantes, contribuyan con su trabajo y entusiasmo a revivir y robustecer la fuerza de esa nación, para que siga dando lecciones al mundo de democracia y de aquí en delante, también de tolerancia y convivencia en la paz. God Bless America!Â
* Alicia Alamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila