Emilio Spósito Contreras.-
En el decimosexto siglo después de Cristo, la Humanidad vivió un momento estelar: En China llegó a su esplendor la dinastía Ming, se establecieron el Gran Mogol en la India y el imperio musulmán de los songhai en ífrica occidental, floreció el Cinquecento italiano, se produjo la Reforma y la Contrarreforma de la Iglesia, así como la expansión castellana y portuguesa a lo ancho del mundo material y espiritual.
Este tiempo tuvo protagonistas igualmente extraordinarios, “representativos” como diría Ralph Waldo Emerson (1803-1882). En las partes “solares” del antiguo Imperio romano, destacaron en Oriente Solimán (1494-1566), gran turco o sultán otomano, y en Occidente Carlos (1500-1558), rey de Castilla y emperador del Sacro Romano Imperio.
Solimán sitió Viena en dos oportunidades (1529 y 1532), venció en repetidas oportunidades a Persia y conquistó la casi totalidad del mundo árabe, así como importantes territorios en la rivera africana del Mediterráneo, y aunque los griegos de Étilo, por ejemplo, huyeron hasta establecerse en la localidad corsa de Cargese (1676), es conocida la magnanimidad dispensada por el sultán a los caballeros de la Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, en su evacuación de la isla de Rodas (1523).
En sentido similar, Carlos venció en la batalla de Pavía (1525), en la cual capturó a los reyes Francisco de Francia (1494-1547) y Enrique II de Navarra (1503-1555); en la batalla de Mí¼hlberg (1547), en la cual logro derrotar a los luteranos; y la Jornada de Túnez (1535), por la cual el emperador arrebató la referida posesión africana al mismísimo Hayreddín Barbarroja (1475-1546).
El enfrentamiento entre el sultán y el emperador pudo ser directa en el segundo sitio otomano de Viena, cuando Carlos acudió en ayuda de su hermano Fernando (1503-1564), entonces archiduque de Austria, y Solimán, aparentemente asesorado por el viejo rival de Carlos, Francisco de Francia, desistió del sitio de la capital austriaca y regresó a Estambul. Una sola de estas historias habrían causado grandes trastornos a Alonso Quijano, también conocido como don Quijote de la Mancha, personaje de la inmortal obra de Miguel de Cervantes (1547-1616).
Pero con cabeza fría, la mejor muestra de la gran talla de nuestros personajes, dignos sucesores de los romanos antiguos, se refiere a su huella en el Derecho. Solimán, conocido en Occidente como “el Magnífico”, fue llamado por sus súbditos “el Legislador”, por su Kanun-i Osmanlı: conjunto de normas “civiles” referidas a la tenencia y tasación de la tierra, tributos, penas y educación. Especialmente en educación, de la Sublime Puerta surgió la organización de un sistema de madrasas que permitió estudios generales y gratuitos, con especializaciones en los grados superiores en medicina y jurisprudencia.
Por su parte Carlos, dictó la Constitutio Criminalis Carolina (1532), que no sólo abarcó la materia penal, sino que se extendió a asuntos civiles y administrativos. La Lex Carolina¸ se basó en la Constitutio Criminalis Bambergensis (1507), elaborada por Juan de Schwarzenberg (1463-1528) en el marco de la Escuela Humanista del Derecho, inspirada por pensamientos como el de Erasmo de Róterdam (1466-1536). Aunque limitada al Sacro Romano Imperio, esta ley tuvo una gran influencia tanto en el espacio como en el tiempo.
Hace quinientos años, el 30 de septiembre de 1520, Solimán se ciñó la espada de Osmán (1258-326) y, además de sultán, califa y rey de reyes, asumió los títulos romanos de “césar” y “emperador de Oriente y Occidente. Al conocido con el título bastante esotérico de “príncipe y señor de la feliz constelación”, fue el promotor del consumo del estimulante café, hecho sólo por el cual valdría recordarle.
También hace quinientos años, el 23 de octubre de 1520, Carlos cumplió con el primer rito de su consagración como emperador del Sacro Romano Imperio: su coronación como rex romanorum o “rey de romanos”. En la capilla Palatina de Aquisgrán se le impuso la corona y se le entrego la espada, el anillo, el cetro y el orbe de Carlomagno (circa 742-814). Posteriormente en 1530, en Bolonia –ciudad universitaria y capital del Derecho europeo durante la Edad Media–, fue coronado como “rey de Italia” y, finalmente como “césar” por el papa Clemente VII (1478-1534).
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), puso en boca del célebre Gottfried von Berlichingen (1480-1562), el siguiente pensamiento: “Cerrad vuestros pechos con más esmero que vuestras puertas. Vienen los tiempos del engaño, que ahora tiene rienda suelta. Los villanos reinarán de ahora en adelante, valiéndose de su astucia, y el hombre noble caerá en sus redes…”. En tiempos de profunda crisis, es bueno recordar a los grandes personajes del pasado que forjaron nuestro presente, a la espera de la aparición de líderes que conduzcan al mundo a nuevos estadios de desarrollo y esplendor.
*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila