Fernando Vizcaya.-
La crisis que estamos viviendo en el país, nos lleva -debería ser así- a plantearnos seriamente los problemas. Es decir, pensar un poco en ellos, para buscar vías de solución, bien fundamentadas con textos adecuados y que no sean del tipo visceral: el odio o la rabia de tener a unas personas sin mayor competencia para administrar un país, y querer que no estén allí. Y esto, no es sólo una opinión, basta observar alrededor y hacer un juicio de los hechos, no prestarnos a la murmuración.
Por naturaleza, el ser humano es social. Necesita del otro, semejante a él. El escenario y la sustancia de la vida humana son las relaciones con los demás. ¿Qué sucedería si no hubiese alguien que nos reconociera y nos escuchara? La persona, sin los demás, se frustraría totalmente, porque su capaciÂdad de dar y recibir, de dialogar y compartir, no podría ejercerse. NaÂdie ha nacido para estar solo. El primer desarrollo biológico, nervioÂso y psicológico del niño necesita de los demás: que otros le alimenten, le cuiden y le enseñen durante años antes de que llegue a valerse por sí mismo. Y después de esta primera socialización en el hogar, vendrá la integración efectiva en la sociedad, y con ella la maÂdurez humana.
Aquí viene una verdad muy grande. Sin hogar constituido no podemos tener la formación de hábitos que nos puedan llevar a ser una comunidad de personas, que buscan el bien común. Porque la soledad es antinatural y negativa, hasta el punto de impedir el reconocimiento propio. Y el otro es siempre una persona, un semblante que nos escucha y nos habla: una persona es lo primero que contempla el recién nacido, al reconoÂcer a su madre antes que a sí mismo. En el sitio en que aprendimos a escuchar al otro y a saber exponer nuestros argumentos sin miedo, fue, en el hogar, en la familia.
La insistencia en la familia como primer ámbito educativo es obvio. Lo que estamos viviendo es una barbarie, que tiene como base la falta de consideración del otro como ser humano digno, como tú mismo, y no un rival político, o alguien que se aprovechará de ti. Ha emergido una especie de “ética de personas ahogándose”, que buscan desesperadamente y se aprovechan, sin mirar mucho al otro ni si existe suficiente. Como un niño en una mesa, sin padres que lo eduquen para saber comer con sus hermanos.
Falta la formación del criterio. Tomás de Aquino lo llamaba sindéresys. Hábito mediante el cual la conducta se rige por un saber que es bueno y que es malo. es uno de los problemas que han acompañado como una pesadilla a la filosofía a través de siglos y sistemas. La palabra criterio despierta en nosotros un eco sentimental contradictorio -dice José A.Marina-. Se entiende que los hombres de criterio son solemnes, vetustos, prudentes y convencionales. En cambio, los críticos pueden ser inconformistas, innovadores y posmodernos.
Al parecer, hemos conseguido hacer crítica sin criterios, lo que es patente en el ambiente político que vivimos todos los días y se nos informa por prensa y medios de información. Ocurre que la verdad es la adecuación entre lo que pienso o experimento y la realidad. La proposición «Esta noche ha llovido» es verdadera si efectivamente anoche llovió. Es decir, se trata de una especial relación entre un suceso subjetivo ‑las experiencias o pensamientos‑ y uno objetivo ‑la realidad‑.
 Pero para estar seguro de que mi pensamiento se adecua a la realidad tendría que comparar mi pensamiento con la realidad tal como es fuera de mi pensamiento. Si los encargados del gobierno educativo del país, abrieran sin soberbia la vista, verían lo que hay.
Pero no estamos hablando de ciencia sino de ética, no tratamos de lo que es sino de lo que debe ser, no hablamos de hechos sino de valores. ¿El criterio fundamental del conocimiento vale también para la ética? Sí, lo único que cambia es el acto originario y fundacional, que no es la percepción sensible, real y verificable, sino la percepción sentimental.
El principio que debe guiar nuestra conducta: es la formación del criterio en valores reales y cristianos, comenzando por el respeto a los demás, este es el primer deber de una buena familia.
*Fernando Vizcaya es profesor de la Universidad Monteávila