Más que mil palabras

Emilio Spósito Contreras.-

Los expolios eran de Derecho de guerra y su conjunto constituí­an el botí­n del vencedor que, a pesar de los destrozos, apreciaba las cosas que se apropiaba. Constituirí­a una especie de abuso del derecho la destrucción sin sentido. En el año 455 los vándalos de Genserico (circa 389-477) saquearon y destruyeron Roma durante 14 dí­as. El impacto de los destrozos dio origen a la expresión vandalismo para referirse a la devastación o destrucción que no respeta cosa alguna, profana o sagrada.

En el 726, el emperador León III Isaúrico (680-741) proclamó la iconoclasia y ordenó la destrucción de las imágenes de Jesús, Marí­a y los santos. La resistencia de la “iconodulia” terminó por imponerse en tiempos de la emperatriz Irene Sarantapechaina (752-803), no sin rebrotes durante el reinado del emperador León V Armenio (775-820), hasta la definitiva restauración de las imágenes por la emperatriz Teodora II (circa 815-867).

En la tragedia Julio César (acto I), de William Shakespeare (1564-1616), probablemente escrita en 1599, se anticiparon los disturbios de Ely, liderados por Oliver Cromwell (1599-1658) contra las imágenes de la catedral de la ciudad inglesa de Ely. El 9 de enero de 1644, los “ironsides” destruyeron los vitrales y decapitaron o amputaron las extremidades de las estatuas de la virgen, reyes de Israel, profetas y santos que decoraban el edificio, dejando solamente inexpresivos troncos, que todaví­a hoy pueden apreciarse.

En 2004 un grupo afí­n al gobierno echo abajo la estatua del obscuro Cristóbal Colón del complejo escultórico Colón en el Golfo Triste, obra del caraqueño Rafael de la Cova (1850-1896), para erigir en 2015 una escultura que representa a Guaicaipuro (circa 1530-1568), de raza pura caribe. Anticipación de lo que hoy se vive en todo el mundo, con los ataques a las estatuas independientemente de lo que significan, aparentemente por el sólo hecho de ser imagen.

Al intentar explicar la idea de civilización –en este caso coincidente con el concepto de cultura–, la escritora británica Mary Beard (1955), premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de 2016, recurrió a Kenneth Clark (1903-1983) y su célebre serie de televisión para la BBC: “Civilisation” (1969), para transmitir que, aunque es difí­cil definirla en términos abstractos, es posible reconocer la civilización al verla (La civilización en la mirada. Traducción de Silvia Furió. Crí­tica. Barcelona, 2019, 353 pp.).

Es decir que, aunque está sometida a todos nuestros sentidos, es sobre todo a través de la vista que podemos percibir la civilización: desde las artes decorativas, hasta las grandes obras de la arquitectura, la pintura y la escultura. Las imágenes que nos rodean, aun las suprimidas violentamente, nos describen internamente y sirven para distinguirnos de los demás.

En la búsqueda de sentido de la propia existencia, el católico dispone como experiencia religiosa del más alto nivel de los sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristí­a, penitencia, unción de los enfermos, orden y matrimonio (CCE, n. 1210). Pero también, la Iglesia reconoce y regula otros signos, llamados sacramentales, reflejo y anticipo de los anteriores, que santifican las diversas circunstancias de la vida (CCE, n. 1667).

El Catecismo de la Iglesia Católica (vid. http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html) refiere que los sacramentales, nutridos de las diversas formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular son muy variados: bendiciones, veneración de las reliquias, visitas a santuarios, peregrinaciones, procesiones, ví­a crucis, danzas religiosas, el rosario, las medallas, entre otras muchas (CCE, n. 1674).

En Venezuela somos ricos en sacramentales, como la Bendición del Mar en Puerto Cabello; la reliquia –ex ossibus– del soldado romano San Justino mártir en la basí­lica de Santa Teresa de Caracas; la procesión de la imagen de la Divina Pastora en Barquisimeto o del Nazareno de San Pablo en Caracas; los Diablos Danzantes de Yare o la Parranda de San Pedro en Guatire, entre otros muchos.

Por su parte el Código de Derecho Canónico (vid. http://www.vatican.va/archive/ESL0020/_INDEX.HTM), en su canon 1166, establece: “Los sacramentales son signos sagrados, por los que, a imitación en cierto modo de los sacramentos, se significan y se obtienen por intercesión de la Iglesia unos efectos principalmente espirituales”.

También se advierte en el Derecho eclesiástico que los sacramentales son establecidos, interpretados, modificados y extinguidos por la Sede Apostólica (CIC, can. 1167 § 1 y 2). El control de los sacramentales se justifica porque en muchos casos estos han sido utilizados de manera supersticiosa, como amuletos mágicos en vez de como instrumentos de gracia.

Coincidiendo la pandemia del Covid-2019 y la Semana Santa de 2020, para muchos fieles confinados en sus hogares, cobraron especial importancia los sacramentales a la mano, especialmente los que constituyen objetos como un crucifijo, un escapulario o una medalla. A continuación, una lista de tres de los más populares:

Los 3 sacramentos más importantes

El escapulario de la Virgen del Carmen: según la tradición, en 1251 la Virgen Marí­a acompañada de una multitud de ángeles, se apareció al carmelita inglés san Simón Stock (1165-1265) y le entregó el escapulario que identifica a los miembros de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen Marí­a del Monte Carmelo, prometiéndole que muriera con él no padecerá el fuego eterno.

La medalla de san Benito de Nursia (480-547): elaborada en 1880 a partir de elementos encontrados en la Abadí­a bávara de Metten, durante el siglo XVII, se asocia a las experiencias exorcistas del santo de Monte Casino. Con ella se puede obtener la indulgencia plenaria en la Fiesta de San Benito el 11 de julio, cumpliendo con las condiciones habituales que manda la Iglesia: confesión sacramental, comunión eucarí­stica y oración por las intenciones del Papa.

La Medalla Milagrosa: de acuerdo con la tradición, el 27 de noviembre de 1830 la Virgen Marí­a se apareció a la vicentina francesa santa Catalina Labouré (1806-1876), rodeada de la inscripción: “Oh, Marí­a, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos”. Santa Marí­a pidió a la hija de la Caridad elaborar la Medalla Milagrosa, por la cual las personas que la lleven con fe recibirí­an grandes gracias. San Josemarí­a Escrivá de Balaguer (1902-1975) era devoto de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa.

La ola iconoclasta que recorre el mundo, nos recuerda precisamente el porqué de los sí­mbolos y, al igual que en la Constantinopla de los siglos VIII y IX, volverán los iconódulos, aunque probablemente con moderación, humanidad y, sobretodo, medida, pues cada gesto, cada imagen, seguramente será escuchada en la totalidad de sus más de mil palabras.

*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

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