Fernando

Francisco Blanco.-

Este es un hecho de la vida real.

Era jueves por la mañana y mi mamá me dejaba en medio del Ocoee Drive, bajo las dos torres de 19 pisos del West Gate. Yo entré por el lobby principal (cosa que no hice más) y caminé hasta una entrada casi invisible que decí­a “solo empleados” (pero estaba en inglés).

Era una locura, un mar de gente hablando en los distintos acentos que tiene el castellano de Centroamérica. Recuerdo que una señora muy morena, con un ojo totalmente blanco gritaba “Miamorh carritou fast, CARRITOU FAST”.

En medio de ese maremágnum de nervios, entré a un depósito donde unos tipos apanzados hablaban de cualquier cosa, todos de gris, todos mayores, todos hablando castellano, todos con herramientas en la mano… todos mis nuevos compañeros de trabajo.

Salió el jefe, un tipo delgado, de esos que hacen ejercicio en casa, en el más perfecto inglés dice “Ok muchachos, comenzamos, Cesar, llévate a los nuevos”, otro muchacho y yo nos levantamos, Cesar se levantó, se puso un cinturón repleto de herramientas y nos hizo seguirlo por la piscina hasta la torre A, subimos al piso 19 y nos dice: “Muchachos yo soy César, soy venezolano, en mi paí­s era agente de viajes y aquí­ hago esto, este trabajo es fácil, estén atentos”. Yo me presento y el otro muchacho dice: “Mucho gusto, yo soy Fernando”.

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Fernando era de Brasil, nació en Sí£o Paulo, hijo menor en una familia de tres que se las vieron bien difí­ciles cuando la mamá, no pudo con más golpes que recibí­a ella y su hijo mayor de parte del alcoholismo del papá. Y Fernando pasó de ser parte de una familia de 5, ahora tení­a una familia de 4, “dejó de tener padre” (palabras textuales) y por ello hasta la fecha no le habla.

Su vida pasó como la de cualquier joven que nació a mediados de los 80 y es de Suramérica, jugaba fútbol, se morí­a por el PlayStation, le gustaba todo tipo de música y como buen latino, ir a Estados Unidos algún dí­a.

Fernando estudió Comunicación Social en la Universidad Paulista de Brasil, consiguió trabajo de camarógrafo, y una novia también. Los dos tení­an sueños de hacer algo muy espectacular con sus vidas, y seguramente el Brasil de los 2000 no se los permití­a.

Ella se despertó un dí­a con la idea de irse a Estados Unidos y tener una vida mejor. Fernando, que habí­a escrito felicidad con las letras del nombre de su novia, no lo pensó dos veces, vendió su carro, un PlayStation 4, compró dos pasajes y dijo en migración que estaba en Estados Unidos de vacaciones.

Una tarde la novia de Fernando terminó con él.

“Enamoró a un gringo por los papeles” (sus palabras cuasi textuales)

Fernando se quedó solo, su vida pasó ante sus ojos en un intento de suicidio, se quedó sin nada…

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ílvaro, un amigo que hizo Fernando en su primer trabajo como lavaplatos en un restaurante de sushi dirigido por brasileros, le prestó asilo en su casa mientras podí­a tener el dinero suficiente para alquilar algo propio. La casa de ílvaro esa más que modesta, pero tení­a algo especial, algo distinto… tení­a una guitarra.

Fernando se quedó sin empleo y pasó dos dí­as sin salir de la casa de ílvaro, recordó que en algún momento de su juventud querí­a tocar guitarra, pero nunca aprendió. Tomó la guitarra, tomó su teléfono y vio un tutorial. Así­ comenzó. ílvaro a las dos semanas lo echó de la casa.

Al dí­a siguiente el pobre Fernando consiguió trabajo de camarógrafo en un canal de noticias para latinos dirigido por brasileros. Con su primer sueldo alquiló una habitación, con su segundo sueldo compró una guitarra y con su tercer sueldo contrató a un profesor.

Fernando no paraba de hablar de música, tocaba la guitarra cada vez que podí­a, poco a poco las canciones melancólicas que tocaba se convertí­an en una alegrí­a carioca que embargaba todos los aspectos de su vida.

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Un dí­a, Fernando me dijo que iba a renunciar.

Me dijo que ya tení­a el dinero suficiente para comprar un jeep e irse manejando a California y ahí­ planeaba estar hasta diciembre y reunir el dinero necesario para irse a Madrid y allí­ tomar un tren a Algeciras.

Cuando le pregunté por qué ese ese lugar, él me dijo: «porque ahí­ nació Paco De Lucí­a, y ahí­ es donde se toca guitarra de verdad«.

*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila

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