Reflexiones antropológicas para educar IV

Reflexiones Universitarias

Fernando Vizcaya Carrillo.-

Siguiendo la lí­nea de indagación de los artí­culos anteriores, la reflexión sobre lo que es el hombre y sobre la sociedad de los hombres nos introduce en el campo de la filosofí­a propiamente dicha: la reflexión sobre la ontologí­a de la existencia. ¿Qué es el hombre? Pensamos que es un ser que resume unas caracterí­sticas de la creación inferior a él, es decir, la materia, la sensibilidad, los estí­mulos, el movimiento (trophos), las motivaciones, el automovimiento (antrophos), la conciencia, y sobre todo ello posee además la razón discursiva (logos). Y esta última  caracterí­stica abre un abismo ontológico entre todo lo anterior y él. Se aproxima a esta verdad Aristóteles en su Ética:

“¿Se atribuirá al hombre alguna función aparte de éstas? ¿Y cuál será ésta finalmente? Porque el vivir parece también común a las plantas, y busca lo propio. Hay que dejar de lado, por tanto, la vida de nutrición y crecimiento. Vendrá después la sensitiva, pero parece que también ésta es común al caballo, al buey y a todos los animales. Queda por último, cierta vida activa propia del ente que tiene razón; y éste, por una parte obedece a la razón; por otra parte, la posee y piensa. Y como esta actividad se dice de dos maneras, hay que tomarla en acto, pues parece que se dice primariamente de ésta. Y si la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón, y por otra parte, decimos que esta función es especí­ficamente propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cí­tara es propio de un citarista y de un buen citarista…” (Aristóteles,1994: I,7:8-9)

Quince siglos más tarde, Santo Tomás de Aquino, en la Suma contra Gentiles hace el siguiente razonamiento, a partir de la observación empí­rica de la naturaleza circundante, hasta llegar al hombre: “…en todas las cosas los cuerpos inanimados ocupan el último lugar y en ellos no se dan otras emanaciones que las producidas por la acción de unos sobre otros. Así­ vemos que el fuego nace del fuego cuando éste altera un cuerpo extraño convirtiéndolo a su especie y cualidad”.

Pero entre los cuerpos animados el lugar próximo lo ocupan las plantas, en las cuales  la emanación ya procede de dentro puesto que el humor interno de la planta se convierte en semilla, y ésta confiada a la tierra se desarrolla en planta. Esto ya es un primer grado de vida, pues son vivientes los seres que se mueven a sí­ mismos para obrar; en cambio, los que no tienen movimiento interno carecen en absoluto de vida. Y un indicio de vida en las plantas es que lo que hay en ellas tiende hacia una forma determinada. —No obstante, la vida de las plantas es imperfecta, porque aunque la emanación procede de ellas en el interior, sin embrago, lo que emana, saliendo poco a poco desde dentro, acaba por convertirse en algo totalmente extrí­nseco. Pues el humor del árbol, saliendo primeramente de él, se convierte en flor y después en fruto, separado de la corteza del árbol, pero sujeto a él; y llegando a su madurez, se separa totalmente del árbol y, cayendo en tierra produce por su virtud seminal otra planta.—Reflexionando atentamente, se verá que el principio de esta emanación proviene del exterior, puesto que el humor interno del árbol se toma mediante las raí­ces de la tierra, de la cual recibe la planta su nutrición.

Hay otro grado de vida superior al de las plantas y corresponde al alma sensitiva, cuya propia emanación, aunque comience en el exterior, termina interiormente, y, a medida que avanza la emanación penetra en lo más í­ntimo. Por  ejemplo, lo sensible imprime exteriormente su forma en los sentidos externos, pasa de ellos a la imaginación y después al tesoro de la memoria. Sin embargo, en cada proceso de esta emanación, el principio y el término obedecen a cosas diversas, pues ninguna potencia sensitiva vuelve sobre sí­ misma. Luego, este grado de vida es tanto más alto que el de las plantas cuanto más í­ntima es la operación vital; sin embargo, no es una vida enteramente perfecta, porque la emanación pasa siempre de uno a otro.

Y hay un grado supremo y perfecto de vida que corresponde al entendimiento, porque éste vuelve sobre sí­ mismo y puede entenderse. No obstante, en la vida intelectual hay también diversos grados. Pues, aunque el entendimiento humano pueda conocerse a sí­ mismo, toma, sin embargo, del exterior, el punto de partida para su propio conocimiento, ya que es imposible entender sin contar con una representación sensible.
(S.Tomás de Aquino, 3, XI. Suma contra Gentiles. Las cursivas son nuestras.)

*Fernando Vizcaya es profesor de la Universidad Monteávila

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