Palabras del rector de la Universidad Monteávila Francisco Febres-Cordero Carrillo durante el acto de firma de actas de los nuevos graduandos de la universidad
Estimados graduandos de la décimo sexta promoción de pregrado y de la décimo primera promoción de postgrado de la Universidad Monteávila. Es un gusto y un honor saludarlos y dirigir estas palabras, este día en que firman sus actas de grado y en el que comienzan a formar parte de la Asociación de Egresados de la Universidad.
Puede parecer una paradoja el hecho de que hoy están celebrando la culminación de un ciclo universitario de estudios, y que a la vez se estén convirtiendo verdaderamente en hombres y mujeres universitarios con todos los derechos, deberes y obligaciones que esto implica.
Es que la Universidad, la vida universitaria, marca un modo de ser específico. Modo de ser, que de una u otra forma se proyectará a lo largo de los años, y será –vamos a decirlo así- una de las variables que delinearán el tiempo y el espacio que enmarcará la historia del egresado universitario.
Es bien sabido, y lo habrán escuchado muchas veces, que uno de los fines de la Universidad es la búsqueda serena de la verdad. Pero también es cierto, que este no es el único de sus fines, y no en balde la Ley de Universidades venezolana establece en sus artículos iniciales que: “Las Universidades son Instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales”. (artículo 2). Y luego, en su artículo 4, la ley enfáticamente manda que “la enseñanza universitaria se inspirará en un definido espíritu de democracia, de justicia social y de solidaridad humana, y estará abierta a todas las corrientes del pensamiento universal, las cuales se expondrán y analizarán de manera rigurosamente científica.” (Artículo 4).
Es así pues, que ustedes universitarios, tienen el deber -porque así lo han adquirido, estudiando y graduándose de esta Universidad- de ser hombres y mujeres que, desde la verdad, sirvan a la Nación venezolana, trabajando de manera activa, como ciudadanos del Estado y de la República, en la instauración, construcción y permanente perfeccionamiento de la democracia, la justicia y la solidaridad en Venezuela.
En 1999, un grupo de catorce rectores de famosas instituciones universitarias, liderados por el entonces rector de la Universidad Complutense en Madrid, firmó un manifiesto sobre lo que debería ser la Universidad del siglo XXI. El profesor español Salvador Bernal, al reseñar este singular documento, dice que los rectores firmantes pensaban que las universidades modernas, y por consiguiente sus egresados, debían defender los principios de la autonomía y la responsabilidad social, y desde esta defensa se debería “armonizar lo universal y lo particular, en múltiples facetas, [tales como]: [la] calidad [de enseñanza] que evite la masificación; [la] apertura a nuevas disciplinas; [el] fomento de una “ciudadanía mundial”; [la] movilidad de profesores y alumnos; [la] solidaridad y cooperación internacional; y [la] expansión del saber, también para la defensa auténtica –sin estereotipos- de las minorías.” El manifiesto de Madrid-Alcalá deseaba “promover la sabiduría como objetivo último de la educación”; y dice el profesor Bernal, que los lineamientos centrales de este manifiesto habría que volver a considerarlos en ese posible pacto para la educación del que tanto se habla. “Importa recrear las universidades como lugares en que se investiga y desarrolla la ciencia, y se enseña a aprender, con una dimensión ética que asegure, con nuevos modelos de desarrollo, la forja de “un mundo de paz, libertad, desarrollo y solidaridad”.
Quizá no está de más decirlo. Atravesamos por la crisis política, económica, social, institucional y cultural más grave de nuestra historia republicana. Un pequeño grupo de hombres y mujeres ruines se han empeñado en negar el legado y la memoria histórica de la Nación, a destruir el modo civilizado de la institucionalidad del Estado, y a no reconocer a las personas como ciudadanos de una república democrática.
Vivimos momentos históricos de construcción. Y por eso, como universitarios que somos, tenemos la responsabilidad de asumir con sentido de trascendencia y con espíritu de solidaridad, la labor de lograr la reconstrucción del tejido social, la reinstitucionalización del estado y la recuperación de nuestra identidad venezolana, a favor de un proyecto de futuro que logre convertir de nuevo a Venezuela en un país modelo de desarrollo y convivir democrático.
La universidad y los universitarios somos parte activa de este ingente trabajo a favor del país.
En un discurso en la ciudad de Pamplona, San Josemaría Escrivá, decía que: “La universidad sabe que la necesaria objetividad científica rechaza justamente toda neutralidad ideológica, toda ambigí¼edad, todo conformismo, toda cobardía: el amor a la verdad compromete la vida y el trabajo entero del científico, y sostiene su temple de honradez ante posibles situaciones incómodas.” (San Josemaría, Discurso 9-V-1974)
Como se ve, no es fácil asumir con sentido de plenitud las características que definen al ser universitario. Se necesita unas fuertes dosis de sentido sobrenatural, de trascendencia, de personalidad recia y madura, que nos permita desplegar todas nuestras potencialidades a favor de una sociedad justa y solidaria.
No negamos que en los tiempos que corren, nos enfrentamos a diario con situaciones que desafían nuestra comprensión y nuestras certezas; con situaciones que embargan nuestras esperanzas y como que hipotecan nuestro porvenir. Y la tarea que nos corresponde hacer se revela como difícil e insalvable. Es verdad, vivimos momentos muy difíciles. Pero es bueno recordar que detrás de cada crisis, siempre hay un ser que sale victorioso y perfeccionado.
Y en este sentido quiero compartir con ustedes unas brevísimas reflexiones, sobre algunos temas que creo los podrán ayudar a sobrellevar y a entender por elevación los embates de la crisis contemporánea que vivimos.
Y para esto, permítanme cambiar de la segunda persona del plural, a la segunda persona del singular y dirigirme a cada uno de ustedes de manera personal y directa, como en una conversación de amigos.
En primer lugar, el tema de la trascendencia. Somos seres capaces de conocer la verdad, capaces de hacer el bien, y capaces de apreciar y admirarnos de la belleza del ser. Parecerá demasiado metafísico, pero esto es una capacidad que te permitirá elevar los ojos más allá de la materia y ver en tu profesión un sentido de misión y de servicio. Recuerda siempre la idea de Saint Exupery, de que lo esencial siempre es invisible a los ojos.
No pierdas nunca tu identidad. Las preguntas fundamentales de la vida siempre estarán presentes. Ten espíritu de examen reflexivo y revisa cada cierto tiempo si el rumbo que llevas es el rumbo que de verdad te llevará a la plenitud. Hay cosas y situaciones que son accesorias, accidentales y contingentes, que pasan y no dejan rastro; hay personas, espacios y tiempos que definirán tus esfuerzos, tus quereres y tus amores.
No dejes de estudiar. El mundo contemporáneo es muy complejo y te presentará situaciones que ameritarán un concienzudo y sereno estudio para su resolución. Lee mucho, solo así podrás crear tu propio criterio y desarrollarás un positivo pensamiento crítico. Leer las grandes obras de la humanidad te abrirá una amplitud de miras que ningún post de las redes sociales te puede ofrecer. La lectura te dará gratos momentos de silencio que te permitirán gozarte en la naturaleza y elevar un dialogo de amistad con el cosmos y con el Creador.
Cultiva tus amistades. Ten amigos. Amigos de verdad, de esos que se quieren; de esos que se echan en falta cuando no están. Decía Cicerón que después de la sabiduría no hay cosa más grande que la amistad. Y por ser un valor tan grande será bueno que la cultives, buscando siempre el bien de tus amigos.
Y por último, y perdóname el cultismo, se un hombre teleológico, una mujer teleológica. Es decir, dirige tu vida hacia un fin que te motive. Un fin que te ayude a apreciar el valor de tus esfuerzos. Un fin abierto a la creatividad, a la acción, al riesgo. Un fin que te haga decir, soy dueño de mis actos porque sé hacia dónde voy.
Para terminar, te leo un poema del famoso poeta griego Konstantinos Kavafis, titulado “Cuanto puedas”:
Aunque no puedas hacer tu vida como quieras, inténtalo al menos cuanto puedas: no la envilezcas en el trato desmedido con la gente, en el tráfago desmedido y los discursos. No la envilezcas a fuerza de trasegarla errando de continuo y exponiéndola a la estupidez cotidiana de las relaciones y el comercio hasta volverse una extraña inoportuna.
Déjame decirte como se les dice a los marineros cuando están a punto de zarpar del puerto: que tengas buen viento y buena mar; que la Virgen te acompañe y que Dios te bendiga…
Caracas, 24 de julio 2019