Francisco Blanco.-
Esto es un hecho de la vida real.
Yo estaba perdido. Tenía la cabeza hecha una bola de estambre. Todos tenían ideas muy claras, y yo no podía dar con nada. Estaba estéril. Las cosas no andaban bien. Una sequía creativa. Hablaba con todo el mundo y siempre recibía el mismo patrón de respuesta. Yo, en ese momento de mi vida, no tenía tema de tesis.
Era noviembre del 2007, ya estaba adentrado en V año de la carrera y caminaba por los pasillos siempre vacíos de la Universidad donde estudié. Pasaba esa media mañana frente a la oficina del padre Julián y nos pusimos a hablar, él desde su estatus de rector y yo desde mi estatus de universitario a punto de terminar la carrera con ínfulas de genio maldito porque me leí dos libros.
Conversamos de todo un poco y vino la pregunta que cambió mi vida. “¿Fran cómo va la tesis?” a lo que respondí, encogiéndome de hombros, puse cara de confundido y ojos tristes, a lo que el padre Julián en su gran sabiduría de hombre de Filosofía, me dijo: “Chico pero tú te la pasas hablando de películas… ¿por qué no haces algo que sea como de cine y filosofía?”. Fue en ese momento donde el cielo se abrió, un halo de luz me bañó el cuerpo, con sincronía perfecta con un coro entonando AAAAAAAAHHHHHHHHH, me brillaron los ojos, me levanté de la silla primero con el pecho y luego con mis posaderas, salí corriendo, llegué a la computadora más cercana, esperé que se conectara a internet y escribí en google “Cine y Filosofía”.
La idea fue creciendo en mi cabeza como un virus, me infectó los ojos, mi cerebro… mi corazón. Toda mi vida era ahora mi tesis.
El virus mutó de “cine y filosofía” al contenido filosófico de las películas, a enseñar valores con películas, a enseñar con películas a diseñar una clase donde no se lean libros sino que se vean películas, a un diseño instruccional donde se busque desarrollar el pensamiento crítico a través del cine.
Pero yo no me quería quedar ahí. Quería que ese diseño instruccional saliera de las páginas y se convirtiera en producto, como un box-set que compras en una tienda alternativa, y en esa caja estén las películas, el manual para el profesor y el cuaderno de trabajo, todo en una suerte de diseño industrial que me obligó a ver todos los tutoriales que existen de Photoshop para principiantes, así como los de Premiere, para editar el video que hice explicando todo el proyecto.
Llegó el 2008 y la tesis se entrega a mediados de años. Leí todo lo que creía necesario para fundamentar mis ideas, estaba absolutamente inmerso en el virus de mi tesis, en el diseño, en el futuro, en el cine… mi tesis no era un trabajo más, era mi vida. Mi tesis no era una tesis cualquiera, era una revolución.
Yo estaba absolutamente convencido que mi tesis iba a cambiar la realidad educativa venezolana y, con ese ímpetu, me puse a escribir.
Tenía una laptop Compaq presario en el pequeño escritorio de mdf de mi cuarto, un televisor de 12 pulgadas, un DVD de una marca dudosa que me servía de mesa para todas las películas de las cuales hice referencia en mi trabajo y unos audífonos Bose.
No recuerdo la fecha exacta, lo que sí recuerdo es que era la época de las Olimpiadas en China y, durante ese momento, tenía una semana libre del colegio donde trabajaba y de la universidad, el momento perfecto para no hacer otra cosa sino escribir.
Mi esquema de trabajo era el siguiente, despertarme a las 8:00 am, desayunar y “hacer ejercicios” mientras veía algo de las Olimpiadas hasta las 10:00 am, escribir hasta las 3:00 pm mientras tenía de fondo el mismo programa que el de la mañana, almorzaba y dormía hasta las 5:00 pm, escribir hasta las 9:00 pm, mientras tenía de fondo las películas de las que hacía referencia en el trabajo en un loop que me hizo aprendérmelas de memoria, cenaba y luego seguía escribiendo con el mismo fondo de películas hasta las 4:00-5:00 am y luego dormía, para levantarme a las 8:00 am y volver a comenzar.
Una noche, bien pasadas las 12:00 am ya no recuerdo cuantas veces he escuchado el mismo monólogo del amor que hace Robin Williams en Good Will Hunting, voy a la cocina a tomar agua. Del que era mi cuarto a la cocina en casa de mis padres hay un trecho, tenía que pasar el remanso angular donde estaba el cuarto de Ana (mi hermana),el mío y el de mis padres, decorado con la serigrafía de la mujer gorda durmiendo, doblar a la izquierda y pasar el espacio abierto de la sala, el escritorio de la computadora y el sitio del televisor, la pared izquierda decoradas con cientos de crucifijos que mis padres han coleccionado por años, la pared de la sala decoradas con cientos de espejos pintados de bares ingleses, la parte del televisor decoradas con una serigrafía de unos señores viviendo penurias y otra con unas especie de naturaleza muerta de espigas y una calavera, ahí tenía que doblar otra vez a la izquierda y cruzar el pasillo donde antes estaba la cocina de la casa y se nota por la cerámica amarilla y anaranjada dispuesta al estilo ajedrez, de ahí llegar a la cocina, y en la cocina la nevera.
Abro la nevera de izquierda a derecha, agarro una botella de agua, tomo del pico, la luz de la nevera me permite ver con la periferia de mi ojo derecho, la sombra de mi brazo derecho que hace un ángulo mientras tomo agua, estaba sediento… y mientras tomo veo como la sombra de mi brazo baja al nivel del estante donde tenemos las botellas de agua y pone la botella que yo aún me estoy tomando, cuando me percaté de lo que estaba viendo mi sombra volvió a compaginarse con mi cuerpo y cerré la nevera, me fui corriendo al cuarto, apagué todo y me dormí.
A la mañana siguiente en el desayuno, le digo a mi mamá que vi un fantasma, le describo lo que me pasó y ella me dijo que tenía que descansar, me dio cuatro pastillas de catalán y me dormí… me desperté en la noche y vi Easter Promises, me volví a dormir y me desperté a las 8:00 am para seguir con la rutina.
Francisco J. Blanco