El bicentenario del Discurso de Angostura

Historia y libertad

Carlos Balladares Castillo.-

Historia y libertad

El dí­a de ayer viernes 15 de febrero se cumplieron 200 años de la instalación del Congreso de Angostura. Fue nuestra segunda Asamblea Constituyente (la primera fue en 1811), pero esta vez en plena guerra de Independencia con más de la mitad del paí­s todaví­a en manos de los realistas. En medio de ese ambiente Simón Bolí­var y los republicanos pretendieron cumplir con su promesa fundamental: darle legitimidad popular y “constitucional” a sus sacrificios en casi una década de batallas.

El usurpador y su oligarquí­a, a pesar de tener 20 años y más creyéndose más bolivarianos que el resto de los venezolanos, están “celebrando” la efemérides de la manera menos republicana posible: realizando unos supuestos ejercicios cí­vico-militares y dando un bono de 18 mil bolí­vares. Si el Libertador quiso sustentar nuestro Estado en la virtud, en la moral y las luces; flaco favor se le hace promoviendo el populismo y una patria reducida a las armas.

El régimen estableció hace un año una comisión presidencial (presidida por el ministro de defensa: general Vladimir Padrino) para organizar los actos conmemorativos del Bicentenario, que se prolongarí­an hasta el 2020. Después de su anuncio más nunca se supo de la misma.

En un gobierno democrático se habrí­a coordinado con las universidades y los actos serí­an un momento de encuentro ciudadano para la reflexión libre sobre su contenido y la promoción del conocimiento del hecho por todos los medios posibles. Por nuestra parte, nos gustarí­a comentar algunos aspectos del documento y resaltar la tradición que ayudó a construir.

El primer tomo de esa maravilla que es la colección de obras latinoamericanas llamada Biblioteca Ayacucho, corresponde a una antologí­a de las obras de Bolí­var llamada Doctrina del Libertador, la cual fue seleccionada por el historiador Manuel Pérez Vilas (1922-1991). En ella he leí­do una vez más el famoso Discurso, que según el compilador “encierra una completa sí­ntesis del ideario de Bolí­var”.

Augusto Mijares (1950) dirá en su biografí­a del gran hombre: “es la expresión más amplia y precisa de su pensamiento polí­tico”. Así­Â se ha reconocido en la historiografí­a, en especial en la Historia Patria, este texto que hoy cumple dos centenas, pero nos preguntamos: ¿tiene algo que decirnos a los venezolanos del siglo XXI que luchamos por la condición republicana?

Bolí­var – que era un genio también para la escritura y resulta un placer leerlo – parte de lo que ha sido la tesis fundamental de la lucha de los republicanos: la legitimidad sustentada en la soberaní­a popular la cual ha sido reestablecida por medio de las elecciones (aunque “imperfectas” por las limitaciones productos de la guerra) que dio origen a los 26 representantes que llevarán a cabo la tarea de diseñar el nuevo Estado.

Ante este acto de ciudadaní­a presenta lo que ya es parte de la nueva tradición en la sociedad que está naciendo: el republicanismo, el cual describe sus principios no solo en la consulta al pueblo que ya se ha hecho y que debe ser frecuente, sino también en un rechazo al personalismo ante lo cual debemos tener: “Un justo celo”, al ser este “la garantí­a de la Libertad republicana, y nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.

”Y también las primeras bases que se establecieron en 1811 con el primer Congreso Constituyente como: “la proscripción de la monarquí­a (y la esclavitud), las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios; y declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir (y la división de los poderes)”.

El Discurso presenta, además de la idea de la unidad colombiana, su proyecto de Constitución, que es sí­ntesis de su experiencia en la lucha por la Independencia, lucha trágica porque la misma ha sido “un torrente infernal”. El Libertador explica que se quiso tener una República, pero esta fracasó debido a que los pueblos americanos sumamente diversos (“razas, etc.) y “uncidos al triple yugo de la ignorancia, de la tiraní­a y del vicio” no podí­an “adquirir ni saber, ni poder, ni virtud”; de manera que “toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia”.

Bolí­var considera, evidentemente, que no estamos aptos para la libertad, por lo que se debe diseñar un Estado que nos eduque y para ello no se puede establecer una “democracia absoluta”, sino un modelo que equilibre un ejecutivo fuerte, con una aristocracia de la virtud (“senado hereditario”) y una cámara popular. Los mejores ejemplos de esta “aristocracia”, señala, están en Roma con su senado y en la monarquí­a británica con su alta cámara hereditaria. Pero como la misma debe ser formada para esa tarea establece un cuarto poder (el Moral) para educar tanto a dichos “nobles” del mérito ciudadano y al pueblo, pero también para vigilar y censurar nuestra conducta.

¿Esto no es una contradicción? En parte y por ello la Constitución firmada por el Congreso el 15 de agosto de dicho año rechazó las propuestas de Bolí­var en lo que respecta a las instituciones vitalicias, hereditarias y su idea de poder moral al darse un fuerte debate ante su posible aplicación, siendo el argumento de los que se le oponí­an el siguiente: “una inquisición moral, no menos funesta ni menos horrible que la religiosa”.

Al analizar los orí­genes del gran hombre (“aristocracia mantuana”), sus opiniones ya repetidas desde el Manifiesto de Cartagena (1812) contrarias al federalismo y a favor de un Estado centralizado con un Ejecutivo fuerte, su gran pesimismo ante la ignorancia del pueblo venezolano y su temor ante los conflictos generados por la “guerra de colores” y el peligro de lo que llamaba “la pardocracia”, junto a su claro personalismo polí­tico (¿inevitable ante la guerra y el momento fundacional?) justificado por el naciente culto a su figura; podemos entenderlo.

Entender porque planteaba una ingenierí­a institucional que promoví­a un claro paternalismo patriota centrado en una especie de César controlado por los que habí­an demostrado su virtud ilustrada. Sin caer en presentismos pero tampoco en una admiración desmedida por nuestros próceres, valoramos con orgullo el que hayan ofrecido sus vidas, esfuerzos y pensamientos por el sueño republicano que hoy sigue siendo nuestra tradición y utopí­a más preciada.

*Carlos Balladares es profesor de la Universidad Monteávila

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