Francisco Blanco.-
Esto es un hecho de la vida real.
Alguna tarde de febrero del 2017 me encontré con lo atroz… El olor del polvo.
Yo vivo a 41 kilómetros de la universidad y el martes me fui a media tarde porque en mi pueblo la protesta del día subió de tono, y todas las señales indicaban que había que irse lo antes posible. Dejé todo, me fui.
Pasamos autopistas, vías alternas, caminos verdes y faltando 9 kilómetros para llegar a casa nos encontramos una barricada. “Acá trancamos porque nos oponemos al régimen”. Nos regresamos a Caracas para tomar otra vía alterna, entramos al pueblo, faltando 5 kilómetros para llegar a casa unos oriundos incendian unos cauchos mientras otros tantos aplauden. De pronto todo me olía a polvo… El olor del miedo.
Nos regresamos para tomar otra vía alterna, a 2 kilómetros de casa un grupo de señores talan dos árboles para bloquear el acceso mientras las señoras los alentaban. Vuelta en “U” y regresar para el tercer camino verde, no puede ser. Salí de Caracas a las 3:30 y son las 8:00.
Paramos mi esposa y yo para comer en una “zona franca”. Mientras comemos nos damos cuenta que el lugar estaba lleno de personas, como nosotros, en una especie de limbo y buscando vías alternas en un pueblo que solo tiene dos calles. Nos muestran un vídeo de esa misma tarde en el pueblo, unos muchachos encapuchados robaron un montacargas de una obra del metro para mover las islas de la carretera y usarlas como barricada mientras otros destrozaban la carcasa de una pasarela. De pronto todo me olía a polvo… El olor de la pena.
Es hora de intentar pasar. Cruzamos aquella barricada de los cauchos quemados, contraflujo en subida y curva a la izquierda, cuidado que aquí había una, rápido que están montando otra ahí. “Yo vivo aquí mi pana, déjame pasar”. “Dale vale dale…”. A 1 kilómetro de mi casa un grupo de personas nos trancan el paso. “Hasta aquí, papi…” “Viejo yo vivo ahí… déjame pasar pana… yo te lanzo algo, pues si va…” “Yo no quiero plata, yo quiero que caiga el gobierno” (al tiempo que le daba un golpe al capo del carro). Retroceso para intentar por la otra vía. De pronto todo me olía a polvo… El olor de la rabia
Un camión cava tumba de golpe una barricada y yo voy tras él, avanzamos 200 metros y se para en seco, da la vuelta en “U” y me dice que en la siguiente curva hay unos motorizados que están robando. Me regreso y me paro, apago el carro. 10 pm.
Estoy atrapado entre una barricada con gente enardecida y unos hipotéticos ladrones. No sé qué hacer. Veo a mi alrededor y hay una flota completa de moto-taxis sin querer pasar por allí. Unas mujeres moreteadas llorando en el piso porque las robaron unos chamos más adelante. De la nada pasan un par de policías municipales en un jeep blanco, se escucha el eco seco de los disparos, y uno de los de allí me dice “listo gordo… piramos”. Pasamos y veo como un policía le pone una sábana a uno de los cuerpos que yacía justo al lado de otro. De pronto todo me olía a polvo… El olor de la muerte.
A 700 metros de casa pagamos para que nos abrieran el paso y tras de nosotros un camión abierto con un conjunto de samba tocando in situ no pagó nada. 11 pm, llegué a mi casa.
Esa semana me quedé en casa, con una rutina particular de salir a las 8 am porque a las 10 cierran el pueblo.
El ver el desconcierto en los ojos de la gente cuando caminan por la carretera porque no hay transporte público te cuestiona realmente el valor de la tranca como protesta.
Entré al mercado a ver si podía comprar algo de queso, caí en cuenta que no tenía comida suficiente. Luego de 40 minutos esperando entrar me di cuenta que nadie estaba usando los carritos, todos tenía lo que podían tomar en los brazos, defendiéndolo de una ataque que nunca llega… La agonía. De pronto todo me olía a polvo… El olor de la tristeza.
Esa noche llovió. Cuando amaneció nos dijeron que le robaron la batería al camión del vecino.
Esperando que abran la bomba de gasolina veo a un conocido, conversamos, él por ser terrateniente tiene más idea de lo que está pasando ahí que yo, que solo voy al pueblo a dormir. “Yo si chamín… Yo agarro la camioneta todas las noches y me voy a buscar basura para repartirla a los de las barricadas para quemarla. En eso estamos el vecino tuyo, el que distribuye embutidos y yo”. De pronto todo me olía a polvo… El olor de la lástima.
Esa noche saquearon el galpón del vecino, el que distribuye embutidos… A la mañana siguiente fue a ver qué se habían llevado, y cuenta que en la puerta del almacén había un par de policías municipales, que en la parte de atrás de un jeep blanco estaban picando a la mitad una pieza de jamón arepero.
*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila