Fernando Vizcaya Carrillo.-
Lo más difícil, a nuestro entender, —y si es que se puede realizar algo en ese ámbito—, es recuperar nuevamente nuestra concepción de una estructura familiar heterosexual. Es allí, y solo allí, donde el niño aprende sus parámetros éticos, donde aprende a juzgar, a trabajar, a tratar a los demás, donde le da significados y valora sus acciones y las de los demás. Allí se forma en buena parte la ciudad y sus gobernantes. Creo que es el sitio originario donde se define mucho de la acción de la ciudad como corporación cívica. “La finalidad de la ciudad no es sólo la convivencia, sino las buenas acciones «la ciudad es una comunidad de casas y de familias con el fin de vivir bien, de conseguir una vida perfecta y suficiente» “(Echeverría, J. 1994).
Investigar la vía de transmisión, el vehículo, el conocimiento del conocimiento, y donde se consigue, es decir, el método a seguir. Y esto atañe básicamente al ámbito escolar. Buscar los principios rectores de las acciones, que constituyen los fines de la actividad humana, son quizás los polos de este inicio de acción investigadora.
Las teorías pedagógicas que sostienen la educación formal del país, presentan características metodológicas evidentemente cognoscitivas y muy pocas o ninguna en el orden de los hábitos y de las habilidades. Se tiene en cuenta, sobre todas las cosas, los conocimientos que deben tener los alumnos y en función de eso (para no hablar de los casos de aberraciones curriculares y metodológicas) se construyen esos modelos.
La teoría educativa que tenemos, en su afán igualador por el conocimiento, tiene un sabor de positivismo innegable. Se tiene en cuenta mucho más el resultado administrativo de la acción, que el éxito de la enseñanza propiamente dicha; se deciden temas, programas y diseños curriculares por estudios estadísticos, dándole a una cifra un valor casi absoluto en el momento de elegir los distintos aspectos o situaciones posibles antes de tomar las decisiones. Se plantean los éxitos en las asignaturas por objetivos logrados en la acción docente y por los juicios valorativos de las supervisiones de los profesores a los profesores, más que por resultados ciertos en el alumno.
Ese sistema de pensamiento, ha llevado a la enseñanza por derroteros que buscan abarcar muchas áreas del conocimiento por el proceso administrativo, y se ha puesto poco, o ningún empeño intencional en verificar los diversos hábitos y actitudes. Olvidando que algunos de ellos son indispensables para la formación de la vida comunitaria, o por lo menos que posean un sesgo apropiado para formar en los alumnos las disposiciones apropiadas para la ciudadanía. En el entendido de que la ciudadanía se hace y no nace, podemos vislumbrar problemas serios para el mantenimiento e incluso para la constitución de sistemas de gobierno que tiendan a la participación del ciudadano en los diversos aspectos de las decisiones administrativas, legislativas y como consecuencia, ejecutivas de cualquier consenso para la acción comunitaria.
Uno de los variados frutos que percibimos de esa educación, son visibles en que el ciudadano común, no posee un arte formado, por dos hábitos precedentes, saber escuchar y saber argumentar, solo así es posible la deliberación en el ámbito comunitario y este es el paso previo para el consenso, categoría esencial para la vida democrática. Las conversaciones que se producen sobre cuestiones de administración de los asuntos públicos, difícilmente se pueden llamar diálogos ciudadanos y frecuentemente no pasan de ser discusiones apasionadas con intereses partidistas o muchas veces personales. Esto lleva inevitablemente a situaciones difíciles de resolver porque no están asentadas en una racionalidad, sino que su marca, su sello y característica más común es el apasionamiento.
*Fernando Vizcaya es Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila