Alicia ílamo Bartolomé.-Â
No puedo precisar fechas exactas, solo sé que mi jubilación de la Universidad Simón Bolívar salió en enero de 1989. Injusta para la USB, ¡voy a cumplir 20 años de jubilada y trabajé allí sólo 6 a la cabeza de la Dirección de Extensión Universitaria! Me reemplazaron y permanecí unos pocos meses como “asesora” del nuevo director. ¿Asesorando en qué, a un profesor hecho y derecho? Me ocupaba de ayudar a las secretarias en redacción y ortografía. No era un trabajo digno del sueldo que devengaba, me sentí inútil y pedí la jubilación.
Me correspondía, en parte, por tiempo de trabajo en la administración pública -el de la USB mi última etapa– y, sobre todo, porque rebasaba la edad requerida para permanecer activa. Me convenía, además, porque el viaje de ida vuelta al lugar, conduciendo mi vehículo, fuera vía Baruta o vía Tazón, ya me resultaba pesado.
Muy contenta, me dije: ahora, Alicia, libre de horarios y compromisos, te vas a dedicar a lo que amas: escribir y actuar. Grave e inconsciente error, no sabía lo que me esperaba. Me llamaron: estamos proyectando una universidad animada por el humanismo cristiano y queremos que tú formes parte… Entre desilusionada por mi plan pospuesto y halagada por que me tomaran en cuenta para la magna tarea, más un cierto sentido de responsabilidad socio-educacional, acepté.
Después vino la segunda trampa: queremos que tú seas la Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información, llenas los requisitos, graduada en Periodismo -menos mal que en ese momento no se pensó en la Facultad de Arquitectura, de donde viene mi primer título-, más cinco años de experiencia universitaria … No agregaron la verdad verdadera: en ese momento y con convicción humanista cristiana, era la única que llenaba esos requisitos, aunque indudablemente no la más apta ni por edad ni por formación, porque ésta, por la colosal revolución tecnológica, había cambiado totalmente para mis dos carreras. Pertenezco a la generación de la mesa de dibujo, la regla T y la máquina de escribir de cinta.
Y comenzó la aventura. Primero, reuniones en la Torre Europa, esquina de la avenida Miranda y primera de Campo Alegre; después, Qta. Joselín, La Floresta. Finalmente, en la que es todavía la sede de la Universidad Monteávila: los edificios nuevos del IFEDEC (Instituto de Formación Demócrata Cristiana) que éste había comprado, e instalado, en parte de los del antiguo claustro de las Hermanas del Buen Pastor.
Desde Joselín, empezamos a tener cursos de formación como promotores, futuros profesores y autoridades de la universidad nonata. Nació Â embrionaria en aquella reunión fundamental en la Hacienda Carabobo, en Turgua, propiedad de quienes fueron nuestros excelentes anfitriones: Oscar Martínez e Isabel Carlota Rincón de Martínez (Isa).
Comenzamos la jornada con la santa misa oficiada por el Dr. Rafael María de Balbín, futuro primer capellán de la universidad y Director del Centro de Altos Estudios. Luego nos dedicamos al trabajo por equipos. Desde el principio se pensó en las cuatro facultades que iniciaron la universidad y permanecen ahora. Están proyectadas otras, mas no aprobadas, por las conocidas trabas del Consejo Nacional de Universidades, la principal, falta de sede propia, la cual muy ponto será solucionada con el magnífico proyecto -ya andando- en terrenos de El Hatillo.
Sigamos en la intensa reunión de Turgua. Un alto para el espléndido almuerzo ofrecido por los gentiles propietario del lugar y, en la tarde, nos reunimos todos los equipos en una asamblea general: la nueva universidad había sido engendrada. La dio a luz en octubre de 1998 el último decreto de la segunda presidencia del Dr. Rafael Caldera.
¿Nombres de los que estaban en aquella histórica reunión? Éramos muchos, la memoria no me de da para darlos, ni el espacio, sólo quiero nombrar a algunos de los hoy desparecidos por muerte o enfermedad: Enrique Pérez Olivares (rector fundador), Gustavo Linares Estévez, Winston Peraza y Arístides Rengel. Solicito el perdón de los que callo.
Fue una hazaña fundar y sacar adelante una universidad en la era más nefasta de nuestra historia: sin dinero, sin apoyo gubernamental sino todo lo contrario, cuando se iniciaba la diáspora de talentos universitarios que necesitábamos, como de empresas y empresarios que hubieran podido apoyarnos y hasta de futuros estudiantes para colmar nuestras aulas. Una época oscura, pero nunca faltó -ni falta- la luz de la fe y de la esperanza. Así salió adelante durante estos 20 años la Universidad Montéavila y así seguirá avanzando para vencer todas las sombras que aún se ciernen sobre nuestra patria.
*Alicia ílamo es profesora fundadora de la Universidad Monteávila