Fernando Vizcaya C.-
Lo que puede completar, hilar y darle sentido a estas reflexiones, es el amor por la sabiduría. Es la filosofía, en el sentido más genuino de esos pensadores griegos. Es la transformación de la persona, a un amor cercano al creador, que es la verdad. Y es ese don, esa cercanía impetuosa de nuestra naturaleza a una actividad que nos atrae a todo el ser personal.
Sabio por tanto, no es el que conoce todas las cosas, sino el que es capaz de mirarlo todo con mente tranquila; es decir, con una serenidad de espíritu que posee el que tiene las competencias y capacidad propias de su alma para entender la realidad, influir en ellas, proyectar cambios y también inducirlos en otras personas, como es el caso de los educadores en toda la extensión de la palabra. El que comprende lo humano en su profundidad.
Comenta Julián Marías: “Lo humano se entiende mejor por las necesidades, los requisitos, las pretensiones, que por la realidad. Cuando decimos por ejemplo, que el hombre es racional, no queremos decir que el hombre razona (mucho menos que razone bien) sino que necesita razonar, que no tiene más remedios que razonar; en otros términos, que la razón es una exigencia del hombre».
Todo esto nos lleva a un arte de vivir. Los esfuerzos de la Universidad, de los distintos grupos de trabajo como esta línea de investigación, posee en sí por definición, una invitación al trabajo y éste, en el sentido más profundo de la palabra, es una actividad llena de hábitos positivos. Es decir, ámbitos plenamente humanos –universitarios-  donde nos podemos proponer pensar, actuar, conocer a otros, amar esas cosas que conocemos y a las personas que se relacionan con nosotros, porque esta actividad que une es el vínculo real del entramado humano.
*Fernando Vizcaya Carrillo es Decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila