Alicia ílamo Bartolomé.-
No la vi. En esa época no me apetecía ver teatro contemporáneo y disparatado, que estaba en boga. Me gustaba más el teatro de siempre, era una quedada, una ortodoxa. Pero fue con esta, su primera obra, cuando Levy Rossell rompió fuentes y moldes para el parto de una nueva manera de hacer teatro.
Todo el mundo hablaba de la Vimazoluleka de aquel jovencito que irrumpía desafiante en el escenario venezolano. Nada significaba el nombre, era parte de un dislocado teatro musical. Para él sí tenía sentido; no hace tanto lo aclaró tras una pregunta que le hicieron a propósito de la versión fílmica que se hizo, más o menos hace un año, de esa obra de los 70 del siglo pasado:
“El título de Vimazoluleka nace como un tributo a la amistad, ya que el mismo, aglutina mi nombre y el de mi grandes compañeros y compañeras de estudio de aquella época…”
La opera prima revolucionaria fue la única de Levy que tuvo aceptación general. Se entusiasmaron tirios y troyanos. Después, Rossell sufrió de un mal del mundo artístico y cultural de la época, suficiente para no ser aceptado, ni reconocido, ni aplaudido: no era de izquierda marxista, ni amigo de quienes lo eran.
Lo conocí en 1973. Acababa de protagonizar Medea de Eurípies.  En una de las funciones de un festival de teatro venezolano, nos encontramos en grupo que comentaba la presentación del día, me miró de pronto y dijo: “Usted es Medea”. No había visto la obra pero sí la publicidad donde aparecía de cuerpo entero. Compartíamos la “desgracia” de no ser comunistoides, pero teatreros; eso nos fue haciendo amigos.
A fines de 1974 o principios de 1975, presentó su obra mítica y musical La Atlántida con un colosal elenco de jóvenes en acción, alrededor de 60. Fue escogida por el gobierno de Carlos Andrés Pérez para representar a Venezuela en el festival de teatro de Guanajuato, México, de 1975. Me llamó. Quería reforzar el elenco con gente madura, entramos a éste Luis Pardi y yo, entre otros. Entonces conocí de cerca al Levy Rossell director.
Gran experiencia. Trabajador incansable, rígido hasta el colmo de lo soportable, implacable con la disciplina, a veces odioso, sólo así un mozo de 28 años podía dirigir con éxito aquella jauría de adolescentes. No perdonaba una falta de obediencia. La noche del debut en Guanajuato la orden era: después de la función, del teatro al hotel. Un joven del elenco se quedó a compartir unos tragos con gente de la embajada de Venezuela y al día siguiente lo despachó para Caracas.
Formó a varios actores que hicieron historia. Montó Godspell, protagonizó Guillermo Dávila, fue el inicio de su lograda carrera en la actuación y el canto. Otro actor conocido que pasó por la escuela de Levy, Basilio ílvarez. Y muchos otros, largo de enumerar.
De temperamento inestable, entraba en crisis de nervios ante las presiones. En México, su hermano estuvo pendiente de controlarlo cuando le notaba los enormes ojos negros desorbitados. Salí de FUNDARTE por decisión del Gobernador del Distrito Federal. Nombró a Rossell para reemplazarme, recomendado por el presidenre del CONAC y el Ministro de Cultura sin cartera; por primera vez se pusieron de acuerdo -eran rivales-, pensaban que él era más manejable que yo. Entonces dije: “Quien pone a Levy ahí, no lo conoce o no lo quiere bien”. Padecí las tensiones que llegaban a la presidencia por conflictos de músicos y otros artistas. Duró un año. Casi se volvió loco.
Duele la muerte injusta de Levy por falta de medicinas. Era un excelente amigo, honesto, de rica imaginación y, por lo tanto, gran creador artístico; enamorado de la naturaleza, la cultivaba; hizo bien a muchos por su generosidad. Dejó atrás la Venezuela vimazolulekada de hoy. Descanse en Dios.
*Alicia ílamo Bartolomé es profesora fundadora de la Universidad Monteávila