Ana Carolina De Jesús.-
En esta última entrega sobre Escoto Erígena sobre la teofanía nos concentraremos en la naturaleza que es creada y no crea, que es una realidad sagrada: las criaturas. Las causas primeras, habitadas en el Verbo, son distribuidas de acuerdo con un orden estipulado por el Creador. Sus efectos son visibles e invisibles. Son la última huella sensible que experimenta la naturaleza divina.
Aquí se presenta la duda: ¿hay creación a partir de la nada? San Agustín no puede llamar nada a la creación que es algo. Así como Shakespeare, a través de su personaje Hamlet, expresa el dilema entre el ser y no ser; lo mismo hace Escoto Erígena con las criaturas. Dios las trasciende, siempre ha existido; por ende, éstas no son. Y ellas son gracias a estos genes compartidos por medio del Verbo.
“Así, toda criatura es teofanía, aparición de Dios, pero Dios no es semejante a ninguna de sus teofanías” (Pheriphyseon. Sobre la división de la naturaleza, 36).
Escoto Erígena plantea que con las criaturas se detiene la obra creadora. No crea porque Dios mismo se ha detenido en ella. Se ha detenido porque se revela en el mundo. ¿Para qué? Para el retorno. Aquí la historia bíblica: Dios sabía de antemano la fragilidad del hombre y por eso lo revistió de materia.
Al pecar, llevó al conjunto de la creación a esta mutabilidad. Y por eso, sabiendo todo de antemano, Dios se esconde y se muestra en “la magia del mundo de los cuerpos para que encontremos hasta en lo sensible algo por medio de lo cual podamos volver a Él” (Étienne Gilson, La filosofía en la Edad Media, 204).
Dios espera en su teofanía, espera en Sí mismo a aquel que proviene de Él, para culminar lo que estaba pautado: ser una imagen gloriosa de Dios –la deidificación del hombre–. El retorno ya lo inició el Verbo encarnado: Cristo. La Verdad habitó el signo para llamar a los testigos. El mismo Verbo, la cuna de la creación, clama y reclama la vuelta de la obra nómada y amada. Y para que la creación vuelva, necesita del hombre. A cada uno. Y cuando ocurra el retorno, por medio de la resurrección, cada uno hará brillar un rostro diferente de Dios.
Siendo la frontera de estos dos mundos, el inmaterial y el material, el hombre está llamado a volver y traer consigo a la creación. El hombre manifiesta también una trinidad, herencia de su Creador; reflexión que toma Escoto de San Agustín. Teniendo esencia, potencia y acto, el alma humana estará orientada naturalmente hacia Dios.
A través de esta alma racional, lo hará comprender las semejanzas que tiene con su creador, empezando con su propia alma: si puede conocer que Dios existe pero no lo qué es; a la vez, conocerá su alma pero no lo qué ella es.
Esta afinidad de Dios y alma, esta correspondencia, lo identifica con una teofanía, con la naturaleza creada y no crea. El mundo está para despertar en el hombre el intelecto y la teofanía será el objeto de estudio que facilitará el retorno. El hombre no perderá su individualidad, volverá al Verbo para ser lo que debió ser antes de la caída: perfecto. La perfecta eudaimonía. El hombre está listo para buscar a Dios.
* Ana Carolina De Jesús es profesora de la Universidad Monteávila