Oriana Rondón.-
Lorena Suárez es estudiante universitaria y vive con su abuela y su mamá. Ante la crítica situación alimenticia que vive su familia, cada una es responsable de sus propios alimentos. Ella solo dispone para su manutención de la mensualidad que su padre le proporciona, 200 mil bolívares.
Además, por sus horarios de la universidad, se le dificulta conseguir un trabajo para obtener ingresos extras, por lo que ha adaptado su dieta a lo que puede comprar. “Tengo dos años que no como ni carne ni pollo”, dice con resignación. Su alimentación depende básicamente de carbohidratos y queso duro para rallar, que rinde más.
La joven decide reír para no llorar, porque para ella es deprimente cada vez que tiene que “hacer magia” con los alimentos. Pero “no queda de otra…, hay que echar pa’ delante”, se dice a sí misma.
“Mis padres son divorciados, vivo con mi mamá y mi abuela. Mi papá es quien se encarga de mis gastos alimenticios, porque mi mamá gana sueldo mínimo y no le alcanza para alimentar dos bocas. Los 200 mil que me transfiere me deben rendir para la comida y, como quien dice, llevarle el vuelto. Él como que no está consciente que eso no es nada”.
Ante esta situación reconoce que se deprime cada vez que tiene que ir al supermercado a ver cómo rinde el dinero. Explica que con la mensualidad que le da su padre compra “un pedazo de queso para rallar, lo congelo y trato de rendirlo durante todo el mes, aunque nunca me alcanza lo suficiente”.
La estudiante universitaria compra también mínimas cantidades de verduras y vegetales y, a juro, depende de que la caja Clap le llegue, para “bardearme mejor”. Así entra en su dieta arroz o pasta, dependiendo de la lotería que implica la distribución de esta ayuda social del gobierno.
“Cuando como algo de pollo o carne es porque mi papá se apiada de mí y me regala o, él mismo u otra persona, me invite a comer. Sé que estos alimentos son importantes para una persona, pero uno se acostumbra, no queda de otra. Antes no me gustaban los vegetales, tuve que obligarme a aprender a comerlos. Y ahora como queso con todo, hasta con agua”, dice mientras una sonrisa engañosa escapa de su rostro.
Justamente ha sido el queso el que se ha convertido en su principal aliado en la mesa, porque lo acompaña con pasta, arroz, arepa, pan, “con cualquier cosa”. “Siempre trato de comprar lo más versátil, a veces mi abuela o mi mamá me ayudan con eso, pero al final soy yo la que tiene que hacer mercado”.
A veces la dieta se impone vegana y pasa todo el mes comiendo verduras y vegetales, intentando hacer recetas variadas. “Todo depende para lo que me alcance, así que no se trata de decidir, uno se arropa hasta donde le alcanza la cobija. Para comprar productos que realmente alimenten y sirvan de algo, necesitaría más de mis doscientos mil bolívares mensuales”.