Mercedes González de Augello.-
Definitivamente, la Navidad es una época especial. No puede ser casual o sin trascendencia un acontecimiento que después de 2 mil años sigue ilusionando a niños y mayores, asombrando a los incrédulos, reuniendo a las familias, inspirando a artistas y sumando al mundo entero alrededor del mismo hecho histórico. Basta con salir a recorrer las calles de cualquier ciudad del planeta durante el mes de diciembre para darse cuenta de que algo especial sucede.
Por ejemplo, en las grandes metrópolis orientales de China y Japón, las decoraciones navideñas son de las primeras que aparecen en todo el planeta y el 24 de diciembre se realizan intercambios de regalos entre los jóvenes; en el hotel Emirates Palace de Abu Dhabi –país de mayoría musulmana- se encuentra el árbol de Navidad más caro del mundo, adornado con diamantes, perlas, esmeraldas y zafiros y valorado en 11 millones de dólares; en el Congo jóvenes y niños recorren las calles cantando villancicos; en la India las casas y calles se iluminan con velas para significar la luz que ilumina al mundo y vence la oscuridad.
Es cierto, que muchas de estas celebraciones se centran principalmente en los fines comerciales de las grandes decoraciones y regalos y no en su verdadero significado, pero no deja de ser maravilloso que en estas fechas el mundo entero se una en la celebración que recuerda el nacimiento del niño Dios con su mensaje de redención y esperanza. Eso es lo que debemos sentir y transmitir con fuerza durante estas navidades. A Jesús no lo vamos a encontrar en una tienda y su mensaje no se vende en el supermercado, por lo que no necesitamos de nada material para poder vivir con alegría estas fiestas. Vivamos una Navidad anclada en su esencia.
En la esperanza de que Dios mandó a su hijo al mundo para demostrarnos que ningún sufrimiento es en vano y que nuestra felicidad no está atada a lo mundano sino a la trascendencia de una vida eterna. Vivimos en una sociedad llena de dificultades que nos atrapan en el pesimismo, pero debemos elevar la mirada, salir de la negatividad y cargarnos de la ilusión del mensaje salvador que nos ha traído el Niño Dios.
En la humildad del pesebre, un lugar sencillo, austero, pero lleno de una gran riqueza interior. Dios no quiso que su hijo naciera en la abundancia material, al contrario, eligió la pobreza y la sencillez para el mayor acto de entrega de la humanidad. Sin embargo, el Niño Jesús vino al mundo rodeado de las mayores riquezas espirituales: el amor de una familia y la admiración ante su grandeza.
En la fe y la confianza absoluta en Dios y su providencia. Descubramos estas navidades la grandeza de José y María, que a pesar de las dificultades confiaron y se fortalecieron en la fe, de los pastores que creyeron el anuncio del ángel, de los Reyes Magos que encaminaron su sabiduría y riqueza hacia la verdad divina del Dios encarnado.
Finalmente, en la paz de reconocer que la Navidad está en nuestro interior, en la serenidad del mensaje redentor del Hijo de Dios, en la calma de una noche que conmemora la esperanza cristiana. Reunamos a la familia, vivamos con alegría estas fechas y transmitamos a los pequeños la maravillosa historia del portal de Belén, adoremos al Niño con un hermoso nacimiento y salgamos de la tentación de creer que vamos a conseguir la verdadera Navidad en la abundancia de los regalos y adornando un arbolito.
*Mercedes González de Augello, decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.