Economí­a para la gente | Lo visible vs. lo invisible (X)

Rafael J. ívila D.-

En economí­a la justicia debe implicar una mayor cantidad y variedad de opciones. Foto: Cortesí­a

En el artí­culo anterior, y luego de haber culminado la revisión de las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación -un corregir errores con errores-, lo que podemos llamar efectos colaterales de la inflación, y que no son muy evidentes; continuamos haciendo algunas reflexiones en cuanto al tema inflacionario. En este artí­culo culminaremos estas reflexiones para luego pasar a plantear las que podrí­an ser algunas soluciones al tema.

Ya comentamos sobre que la inflación es un impuesto sin representación, inconsulto, y que no discrimina; sobre si los bancos centrales aprueban o no el examen, si hacen o no la función que de ellos la sociedad espera; sobre la paradoja de que la sociedad clama por rescate al mismo que le causa el problema; sobre la libertad de elegir; sobre el llamado “crecimiento con inflación”, sobre la ficción de los supuestos “almuerzos gratuitos”; sobre la relación Agente-Principal en la sociedad, sobre el contubernio socialismo-mercantilismo; y sobre la inacción colectiva que evita que el problema se resuelva y no salgamos del statu quo.

Sigamos ahora con una última reflexión sobre la inflación, sus causas y sus muy nefastas consecuencias. Recordemos que para resolver el problema inflacionario, los gobiernos acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Y ya hemos reflexionado en artí­culos anteriores, que esa terapia no sólo no resuelve el problema de fondo, sino que además empeora la situación con terribles consecuencias.

La vocación del lí­der empresarial

A finales de 2012 el Pontificio Consejo de Justicia y Paz publicó un documento titulado La Vocación del Lí­der Empresarial, reflexionando sobre el importante rol del emprendedor en la sociedad, y que como hombre de buena voluntad está llamado a impregnar de ética y moral cada una de sus decisiones de negocios, persiguiendo la justicia en su relación con cada uno de los stakeholders (dolientes) de su actividad empresarial: clientes, proveedores, colaboradores, acreedores, gobierno, sociedad, competidores, socios, entre otros. El documento hace un valioso esfuerzo en aterrizar elevados temas a prácticos consejos que guí­en la actividad empresarial. En uno de los apartes del documento éste clama al empresario que sea justo en su relación con los stakeholders de su negocio, y para ello coloque precios «justos» a los bienes y servicios que vende a sus clientes, pague salarios «justos» a sus empleados, pague precios «justos» a sus proveedores de bienes y servicios, pague unos intereses «justos» a sus acreedores, pague unos dividendos «justos» a sus socios, y pague unos impuestos «justos» al gobierno.

En mi humilde opinión, expuesto de esa manera este no es un consejo muy práctico para el empresario, deja mucho campo a la subjetividad, pues siempre dependerá de lo que cada quién interprete como precio «justo», tema que se remonta a Aristóteles y tiene más de dos mil años de muy rica discusión.

En cuanto al valor de uso y valor de cambio (o precio), los pre-clásicos adelantaban que el precio «justo» era aquel que compensaba el esfuerzo y el valor de las materias primas e insumos empleados en la producción, aunque escolásticos como Santo Tomás de Aquino ya introducí­an que el precio de mercado (libre interacción de oferta y demanda) era el justo.

Los clásicos -Smith, Ricardo, Marx, entre otros-, quienes no emitieron juicio sobre el valor de uso, ya decí­an que el precio «justo» era objetivo y que vení­a determinado en el largo plazo por los costos de producción, cayendo en la circularidad costos-precios-costos, y que en el corto plazo el precio de mercado rondaba alrededor de ese precio «justo» de largo plazo. Y casi al final de esta historia los marginalistas nos mostraron que el valor de uso era subjetivo, dependí­a de las preferencias y necesidades de cada quién, y que estas determinaban la demanda sobre un producto, lo que combinado con la oferta y su relativa escasez, terminaba determinando los precios, llamados precios de mercado, resolviendo así­ la circularidad clásica, pues los precios esperados (futuros) determinan los costos en los que el empresario debe incurrir hoy. Para los marginalistas, el precio «justo» es el precio de mercado.

En mi opinión, el precio «justo» será aquel que las partes acuerden libre y voluntariamente, es decir, sin coacción ejercida por ninguna de las partes sobre su contraparte. Para garantizar ello, considero muy importante que el cliente tenga muchas opciones de las que elegir, que el empresario tenga muchos clientes entre los cuales elegir, que el proveedor tenga muchas empresas a las cuales pueda vender sus productos, que el empresario tenga muchos proveedores de los cuales escoger, que el empleado tenga muchas empresas demandando sus servicios y pueda escoger, y que el empresario tenga muchos empleados entre los cuales seleccionar; es decir, que todos los stakeholders alrededor de la relación empresarial tengan muchas opciones entre las cuales elegir. Para ello, es fundamental que la sociedad y el Estado garanticen la existencia de bajas barreras de entrada a la competencia en todos los sectores económicos.

Precisamente por esa falta de opciones para todos los dolientes, que nuestras sociedades sufren, es que tienden a verse «débiles» en las relaciones de la empresa, con frecuencia a los empleados en este grupo, y a «fuertes» con poder de mercado, con frecuencia a los empresarios. Considero que lo que garantizarí­a mayor «justicia» en estas transacciones y acuerdos entre stakeholders, serí­a una mayor cantidad y variedad de opciones entre las cuales elegir, de parte y parte. En cuanto a la relación laboral, considero que la verdadera justicia social con el empleado, se logra en la medida que más y más empresas demanden sus servicios. Para lograr un entorno propicio a la aparición de muchas opciones entre las cuales elegir, es fundamental que este entorno sea uno en el que se defienda, respete y promueva el derecho a la propiedad privada, existe seguridad personal y jurí­dica, forzando el cumplimiento de los acuerdos y contratos, la libertad de elección, y sea de estabilidad de precios y muy baja inflación. Una mayor competencia también refuerza la estabilidad de precios.

Concluyo las reflexiones preguntando: Si haciendo «justicia» el gobierno ve como necesario gastar más y para ello aumenta la cantidad de moneda en circulación en el aparato económico, entonces, ¿Podemos decir que la inflación es un impuesto «justo» que debemos pagar?

Entender la economí­a polí­tica de la inflación y de los controles, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

Bueno amigos, con este punto terminamos nuestras reflexiones sobre el problema inflacionario, sus causas y sus fatí­dicas consecuencias. En el próximo artí­culo comenzaremos a abordar el planteamiento de las que podrí­an ser algunas soluciones al problema inflacionario.

* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma