Señales de ellas | Sublime significancia del resplandor en sus ojos

Francisco J. Blanco.-

Ese hombre del campo me mira con calma. Foto: Miguel Eduardo González

Tanto tiempo ha pasado que casi no nos damos cuenta. Ya se está terminado el año en la universidad y sin duda parece que fue ayer cuando todo esto comenzó. Cuando algunos entraban confundidos por primera vez a nuestros pasillos, cuando otros se pavoneaban por los salones, y cuando yo me sentaba buscando unas señales de ellas.

Inmiscuyéndome en la vida de los otros, reviso mis redes sociales. Tení­a tiempo viendo las fotos que publicaba un alumno, aproximaciones de su mundo, muestreo de su realidad, imágenes de su pueblo… Me impresionó la profundidad de su trabajo, lo sensación de quietud que daban esas imágenes que han sabido esperar, lo elegante del blanco y negro, transmití­a un densidad tremenda.

Ninguna foto me cautivó más que la de un viejo, sentado en la esquina de la plaza del pueblo, con esa actitud contemplativa. Lo vi y casi que sentí­a lo pesado de su respiración, casi que podí­a tocar lo áspero de sus manos de toda una vida en el campo. Ese viejo estaba ahí­ quieto, con la sublime significación del resplandor en sus ojos.

Inevitablemente pasó el tiempo y lo olvidé. Dí­as más tarde vi a ese alumno y lo felicité por su trabajo. A los dí­as este joven tan amable me regaló una postal con la foto de aquel viejo, y por esta semana donde todo está tan denso, ese hombre del campo me mira con calma y una discreta sonrisa en el vértice superior de mi corcho.

Tomando en cuenta los signos de nuestra nueva realidad, creo que vale la pena parar un poco sobre los argumentos del por qué la protesta, por qué perder el miedo y por qué dejar la apatí­a, para mirar un poco el futuro, trasver nuestro contexto e intentar visualizar cómo va a ser mañana. Porque por más apocalí­ptico que luzcan los signos de nuestros tiempos, va a haber un mañana, capaz no nos gusta, capaz nos enamora, pero siempre vendrá, y como después de cada domingo viene un lunes, tenemos que pensar en ello.

Aunque parezca difí­cil, aunque hoy se vea como un sacrilegio, incluso cuando toda visceralidad nos diga lo contrario, debemos acercarnos al otro. Es nuestra responsabilidad humana, hacer el ejercicio existencial de ponernos en sus zapatos, tratar de comprenderlo, e incluso, como lo reza una de las premisas de nuestra universidad, hacernos su amigo y querer el bien de él.

Finalmente lo que digo es que debemos hacer un trabajo de alteridad. Pero la realidad que nos toca la cara es otra, porque cómo podemos llegar a desear el bien de aquel que se planta como diametralmente contrario a mí­, al que nos agrede… Cómo podemos tratar de ser empáticos con el asesino.

En todos los casos la respuesta siempre va a ser la misma: se puede ser empático con el que obra mal y desde el mal, sin duda, no… Pero no es mejor pensar en, por qué no… Entiéndase que con esto no estoy justificando el mal proceder, o desmeritando la tragedia que significa recibir el mal trato, todo lo contrario. Pero al hacer el ejercicio de alteridad, no se está justificando, ni avalando,  se está comprendiendo, y en mi humilde opinión, al paí­s le falta eso, una bueno dosis de comprensión, por ello, debemos volcarnos a la mirada del otro.

Levinas, un filósofo letón, que pasó largo tiempo en un campo de concentración publicó en 1971 Totalidad e Infinito. Entre las cientos de páginas del libro dice: “(…) El estar disponible para el otro, en la puesta en común, se produce una objetividad que es fundante de la objetividad de la totalidad, que antes que universalidad es generosidad (…)”. Acá la clave, la puesta en común con el otro, la disponibilidad que se traduce en generosidad, eso es lo que nos hace caer en cuenta que el otro, antes de ser agresor, antes de ser contrario, antes de ser mi enemigo… es una persona.

Independientemente la Filosofí­a esto que he pensado desde que escuché aquella clase de los trascendentales de Santo Tomás de Aquino en mi segundo año de carrera, esto que he mantenido en cada conflicto polí­tico que he vivido, esto escribo hoy… Es una tarea muy parecida a lo imposible. Porque vaya que es complejo esto de la alteridad, pero como dice Ortega, por más dura que sea la pared, se va a derrumbar, por eso el llamado a tener la fuerza, no solo para sobreponernos a los acontecimientos, sino a superar nuestro orgullo, nuestra soberbia, en suma, a nosotros mismos, para desde dentro, sacar nuestra generosidad.

Zigzagueando sin fin entre este mundo patente y la realidad de lo latente, no me puedo dar el lujo de olvidarme del mañana. De lo que se va a venir, porque, tengamos todos en cuenta algo, esto que acaece el paí­s hoy va a pasar. Y se van a terminar los enfrentamientos, se va a cesar si Dios quiere la violencia, y cambiarán los gobernantes, pero el otro, va a continuar. ¿Qué hacemos con eso?

Culminando una pelí­cula venezolana, una voz en off dice: “La mitad de la ciudad se muere de hambre, y la otra de gordura… qué hacemos, matamos el monstruo o lo invitamos a comer”. Creo que esa frase engloba nuestra ciudad y nuestro paí­s, donde tenemos marcadas diferencias, pero debemos en ellas encontrarnos.

Una vez esto termine alguien va a terminar con el corazón roto, alguien va a quedar desesperanzado y en lugar de perseguirlo, en vez de hacerlo sentir como un paria, en lugar de buscar una venganza sin fin, debemos comprender que por más mal que haya podido cometer, es depositario (como decí­a Tomás de Aquino) de la Unicidad, de la Bondad y de la Verdad, por eso  más allá de querer que se haga justicia, debemos de querer que se cumpla la justicia, y ahí­ hay una diferencia moral.

Muy en el fondo tú que estás leyendo esto sabes que capaz tengo razón, comprendes lo que te digo y sobre todo, muy en el fondo, lo compartes, porque te vez en ese paí­s que todos queremos… En este paí­s.

Pudiendo hacer cualquier otra cosa, tú y yo seguimos acá, lo que resta es hacer que la alteridad siga su curso, y sobre todo, teniendo el verdadero valor de los hombres y mujeres de buena voluntad de abrirse al encuentro del otro que no piensa como uno.

La cuestión está en tener el valor para hacerlo, en dejar los prejuicios de lado y tener la alteridad como bandera.

Entendiendo todo esto, creo que ahora, lo que nos toca es seguir luchando, pero para encontrar en el otro la sublime significancia del resplandor en sus ojos.

* Francisco J.  Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma