En tono menor | La Casa Blanca

Alicia ílamo Bartolomé.-

La Casa Blanca es es sí­mbolo mundial de democracia y libertad. Foto: photo credit: Justin in SD The White House via photopin (license)
La Casa Blanca es es sí­mbolo mundial de democracia y libertad. Foto: photopin (license)

Casablanca, la famosa pelí­cula de Michael Curtiz, con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, es una cosa, la Casa Blanca es otra. La primera es un film de excelente categorí­a que llegó hasta popularizar la conocida canción Time Goes By y quedó grabado para siempre en el corazón de los amantes del cine. La segunda, residencia emblemática del presidente de los Estados Unidos, es sí­mbolo mundial de democracia y libertad. Se engalanó, durante los últimos 8 años recién pasados, con la presencia de una familia presidencial negra, un hito trascendental en la historia de ese paí­s, llena de racismo y discriminación. Recuerdo que di un salto de alegrí­a cuando fue electo Barack Obama, primer presidente de color de los Estados Unidos, así­ como lo di con la elección de John F. Kennedy, su primer presidente católico y hasta ahora el único. Espero que no haya un “hasta ahora” tan largo para el segundo presidente negro.

Le tocaba, pues, a esta nación que avanza lentamente, pero avanza, hacia un futuro despejado de esas lacras discriminatorias del pasado, elegir ahora una mujer para la primera magistratura, pero no fue. Quizás en ese lento avanzar no ha llegado aún la hora, aunque cosa rara. En el resto del mundo, en paí­ses mucho menos civilizados, hace tiempo que llegó y se multiplica. O bien no era Hillary Clinton la candidata idónea, hoy, para ese grande y último salto de la historia.

La campaña presidencial de 2016 en los Estados Unidos pareció más bien un burdo producto del subdesarrollo. La primera democracia y potencia mundial descendió de su pedestal para mezclarse con la canalla primitiva de los pobres paí­ses marginados. Fue una campaña con pocos argumentos polí­ticos y mucha exposición inadecuada de trapos sucios personales. Daba asco. En medio de todo esto salió como posición de vanguardia la de la señora Clinton en contra de la natalidad y la constitución natural de la familia, es decir, defensora y promotora del aborto y la ideologí­a de género. Se rayó.

Sin embargo, no fueron los católicos –débil minorí­a en los Estados Unidos-, evidentemente contrarios a las ideas de la ex primera dama y ex secretaria de Estado, los que dieron el triunfo a Donald Trump. Imposible, ni que hubieran votados absolutamente todos por él y no lo hicieron porque muchos le tení­an más miedo al populismo chabacano tipo Chávez de Trump, que a la promiscuidad sexual de las ideas de Hillary. No, los propios descendientes de inmigrantes europeos, blancos y rubitos, votaron contra la inmigración iberoamericana, asiática o africana; sí­, a favor  de la xenofobia, al chauvinismo, el radicalismo conservador y el machismo.

A Hillary no la derrotaron electoralmente sus diabólicas ideas, pero Dios permitió que por ellas, aunque por caminos ajenos, recibiera su castigo. Quiera el mismo Dios que lo sucedido le sirva para reflexionar sobre el error antihumanitario de ellas… Time Goes By (el tiempo pasa)… y enseña. 

* Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la UMA.

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