Señales de ellas | Caní­bal

Francisco J. Blanco.-

En 1962 Franzi Lazi tomó una foto al famoso Picaddily Circus. Foto: Francisco J. Blanco
En 1962 Franz Lazi tomó una foto al famoso Picaddily Circus. Foto: Francisco J. Blanco

Una vez entré a la oficina de la que fue mi tutora de tesis, de aquel posgrado que hice hace ya unos años. Recuerdo que en su escritorio tení­a una foto del Roraima. A esa foto la sostení­a un clip, a ese clip lo sostení­a una guaya muy sutil, y a esa guaya le serví­a de apoyo un taco de plástico rosa que decí­a “Madrid”. Le pregunto sobre la foto y ella responde que cada tanto las cambia para darle a su espacio de trabajo un aire nuevo. Me gustó esa idea, me la tomé como si fuese mí­a: no tengo clips sino un corcho, y con mis postales ando en búsqueda de las señales de ellas.

Franz Lazi fue un fotógrafo y documentalista alemán, hijo del afamado fotógrafo Adolf Lazi. Era solo lógico que Franz tomara el interés por el oficio de su padre y llevarlo, como también es lógico, al siguiente nivel, penetrando más en la vida de la ciudad como producto y llevando la cámara a lugares verdaderamente hostiles, como el cráter de un volcán en la Polinesia o el mismo Polo Sur.

Lazi toma su cámara y viaja a Londres en 1962, donde toma una foto al famoso Picaddily Circus, el “Times Square” anglosajón, hogar del íngel de la Caridad Cristiana, el Pabellón de Londres, El Teatro Criterion, las miles de tiendas de recuerdos (donde mis papás me compraron una franela de Darth Vader) y el receptáculo de cientos de referencias pop que van desde Morrisey hasta Jamiroquai.

Esta foto forma parte del repertorio de postales de la compañí­a inglesa Kardorama, y en el 84 una mujer en Londres, compra dicha postal, le encripta un mensaje de amor a un hombre en Caracas en el reverso de la misma, para que 32 años después esté pegada a mi corcho.

Esa foto de esa ciudad me hace pensar, no en otra cosa, sino en mi ciudad. Paralelismos entre Londres y Caracas, más allá que son capitales nacionales y que las dos tienen siete letras, debe haber muy pocos.

Lo cierto es que con los problemas naturales de toda ciudad, aunado a nuestra marca cultural, Caracas es nuestra, una ciudad que podrá ser todo, menos caní­bal. Esta ciudad no te come ni te mata. Esta ciudad no esconde un oscuro pasado, no habitan en ella merodeadores turbulentos. El detalle está en que le tenemos miedo.

En cambio, Caracas es la cuna de la libertad en nuestro paí­s, es el epicentro comercial de la nación, es la casa de la academia venezolana, es una gran ciudad en un cuerpo pequeño, es un caos cromático que nos muestra todos los dí­as quienes somos. El detalle está en que no la conocemos.

Tenemos que dejar de temerle al caní­bal ficticio de la ciudad, tenemos que ir a por ella, participando en las actividades de acción social que desde la universidad se promueven, tenemos que sentir la responsabilidad heredada para con la ciudad, asumiendo a conciencia el valor del servicio comunitario que, como futuros profesionales, tenemos que hacer, teniendo un compromiso real con el cumplimiento de las normas y el respeto de a las instituciones.

La ciudad no es perfecta, pero hay que quererla; la ciudad no es un paraí­so, hay que andar con extremo cuidado y prudencia, pero eso no se debe transformar en temor. La ciudad no es caní­bal: es nuestra.

Caní­bal era el deseo de Lanzy por tomar fotos impactantes, caní­bal son mis ganas de hacer que este artí­culo tenga sentido, caní­bal es el deseo amoroso encriptado al reverso de la postal que esta semana habitó mi corcho.

* Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

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