Kelvin Brito.-
En una entrega anterior nos dedicamos a hablar del ensayista e intelectual Manuel Caballero junto a una de sus últimas obras. Pero pensamos que no debíamos quedarnos allí, pues a un hombre de letras hay que darlo a conocer –y más si es venezolano- si es posible a los cuatro vientos. No podíamos quedarnos con la visión de un tercero, pero tampoco irnos al otro extremo, esto es publicar toda o parte sustancial de su obra. Nada más por motivos de extensión la idea quedaba descartada.
Entonces fue cuando decidimos buscar el término medio, como diría Aristóteles: seleccionar algunos ensayos que fueran fiel expresión de sus ideales, pero lo suficientemente concisos para no agobiar a los lectores.
En la entrega de hoy decidimos publicar un escrito en el que se plantea un tema presente en la historia mundial desde el siglo XIX y en Latinoamérica desde la pasada centuria, pero que no ha perdido vigencia y relevancia en el acontecer político moderno. El fenómeno de masas por antonomasia: el populismo.
<<Los amigos del pueblo>>
Muchos van a buscar el origen de la palabra <<populismo>> en los narodniki rusos del siglo XIX: ellos eran, o pretendían ser, <<Los Amigos del Pueblo>>. Acaso en ese nombre esté la mejor definición del populismo: lo de <<amigos>> lo define como una especie de paternalismo; lo de <<pueblo>> por su indefinición: la palabra <<pueblo>> es tan inclusiva como aquellos albergues españoles, donde cada quien comía lo que llevaba, y acaso sólo eso. Así, lo que caracteriza a un populismo no es tanto esta o aquella política económica, sino el hecho de que se pretenda imponerla al pueblo porque <<el pueblo la quiere>>. En ese sentido, una política de esas que hoy llaman neoliberales podría ser tan populista como su adversaria. Claro, se supone que ellas sólo se pueden aplicar desde el gobierno. Y si éste es bastante rico para repartir recursos a diestra y siniestra, calificando de <<pueblo>> a todo el que extienda la mano para recibir el maná estatal, pues mejor.
Lo que define el carácter populista de una medida es casi siempre menos el beneficio real, que su popularidad. Por eso se suele pensar en el populismo como una deformación de la democracia. La diferencia entre la democracia y el populismo es que la primera sólo tiene sentido si los derechos y libertades se conquistan; mientras que en el segundo, ellas son otorgadas por un líder carismático y/o por una élite iluminada y ungida por la <<voluntad del pueblo>>. (p. 30)
Extraído de Caballero, Manuel. (2009). No más de una cuartilla. Trescientos ensayos. Caracas: Alfa.
No sólo se tomó en cuenta este ensayo por las circunstancias anteriormente esbozadas, pues acaso la razón de mas peso es la evidente correlación entre lo que allí se plantea y la situación actual de nuestro país, que exige principalmente de nosotros -la generación de relevo- una actitud crítica frente a los discursos, sin distingo de origen.
Esta es sólo una de las enseñanzas que deja lectura. Ahora les invitamos a ustedes a desentrañar los distintos enfoques posibles.
* Kelvin Brito es estudiante de Derecho.