Marcos Pantin.-

Hernán acaba de regresar a Caracas de vuelta de sus prácticas médicas. Han sido siete horas de viaje por río y diez por carretera desde la misión de San Francisco de Guayo. Extenuado habla con pausa, sopesando las palabras, como quien necesita discernir entre las vivencias y algunas sombrías reflexiones que le ocuparon durante estos meses.
La misión de Guayo reúne unos 1500 indígenas de la etnia warao (gente de las canoas), que habitan en palafitos a las orillas de los caños del delta del Orinoco, en el extremo oriental de Venezuela. Tiene un pequeño hospital, una iglesia, una escuela y poco más.
Desde el hospital de la misión se atiende a una veintena de pequeñas comunidades dispersas en un laberinto de agua y selva. No hablan castellano. En sus palafitos sin paredes los waraos no disponen de más agua potable que la que recogen de las lluvias. Se alimentan de peces, tubérculos y arepa de maíz.
Los waraos son la etnia más pacífica de los indígenas precolombinos. Se dispersaron por el delta huyendo de las tribus guerreras. Los hombres se dedican a la pesca y las mujeres cuidan los niños y hacen piezas de artesanía que venden como pueden.
A pesar de la creciente inculturación, la brecha entre los dos mundos se mantiene enorme. Es lo que hostiga al joven médico mientras nos describe la misión de Guayo:
Un pueblo de palafitos en condiciones críticas
No hay médico permanente en el pueblo. Solo los que estamos de prácticas médicas. La continuidad de la asistencia descansa en tres enfermeros, de los cuales dos son religiosas capuchinas misioneras. El hospital general más cercano está a varias horas de navegación. En ocasiones llegamos a atender a más de cien pacientes diarios. Algunos de ellos venían remando por más de tres horas desde sus asentamientos dispersos por el delta.
Gradualmente nos hacíamos cargo de la situación. Estas comunidades están en serios problemas de supervivencia. Algunas han desaparecido barridas por dos enfermedades prevalentes: la tuberculosis y el VIH. Casi la mitad de los nuevos nacimientos no llegará a los cinco años de edad. La altísima mortalidad infantil se debe a la deshidratación, causada principalmente por afecciones diarreicas. Además, el agua que traen las barcas cisternas del Estado no es del todo saludable.
La situación general de desabastecimiento de los hospitales públicos se agudiza cruelmente en Guayo. El tratamiento contra el TB y el VIH es costoso y escaso. Paulatinamente entendimos que se trataba de una lucha de paciencia: debíamos mantener encendida la ilusión a pesar de las dificultades y hacer todo lo que pudiéramos.
Los waraos no son muy efusivos en sus muestras de agradecimiento. Al principio nos chocaba al comparar con el resto del país, donde los pacientes agradecidos no dejan de retribuir al médico en alguna forma. Aunque no terminamos de calar la diferencia cultural, nos impulsaba el deseo de servir.
Manteníamos largas conversaciones con los habitantes del pueblo. Entrábamos en los palafitos para compartir y adentrarnos en su mundo. En Guayo el tiempo fluye intermitente. Había periodos de intensa actividad en el hospital o en las comunidades extremas y horas de mucha calma al caer el día.
Lo atractivo del servicio
Con todo, no te imagines un panorama sombrío. Aquellas dificultades estaban entretejidas de esperanza. Resulta paradójico, pero Guayo es un imán para corazones grandes.
En la ribera opuesta vive un matrimonio de franceses. Louis es médico retirado y Ada antropólogo. Tienen doce años en el pueblo. Quieren con locura a los waraos y han hecho un montón de bien. Una vez regentaron una posada para la que disponían de una planta de tratamiento de agua que también surtía al pueblo. Al decaer el turismo, el gobierno confiscó la planta. Ahora se apañan con una instalación pequeñita.
Nunca faltan los practicantes de Medicina. Una tarde, al regresar de las rondas por algunas comunidades dispersas por los caños, absorto en mis pensamientos casi tropiezo con unos niños que hacían dibujos sobre las tablas de las pasarelas entre los palafitos. Se trataba de un concurso de dibujos para ganar los regalos de Reyes. Lo había organizado Natalia, estudiante de Medicina que terminada su pasantía había regresado de Caracas con un cargamento de ropa, medicinas y juguetes. Natalia hizo sus prácticas médicas en otra comunidad pero solía venir a Guayo para echar una mano.
Las terciarias capuchinas de la Sagrada Familia.
La misión de San Francisco de Guayo la funda el padre Basilio de Barral en 1942. Estudioso de la lengua warao, publica un Catecismo y varias obras didácticas en este idioma. Las terciarias capuchinas misioneras llegaron después y han dado permanencia a la misión.
La hermana Isabel López llegó de España muy joven en 1960. Vino con estudios de enfermería y la ha ejercido por décadas en el delta. Ha visto crecer el pueblo y expandirse la evangelización. Hoy el hospital de Guayo lleva su nombre, pero eso le tiene sin cuidado.

Me causó gran impresión la hermana Isabel. Mientras anda sin prisas por el pueblo, va esparciendo a su alrededor un aire de optimismo y esperanza. Una tarde volvía yo desinflado de una ronda por las comunidades. Imágenes y recuerdos grotescos me acosaban como nube de mosquitos que llenan el manglar al atardecer. Isabel me vio venir y se hizo la encontradiza. No recuerdo bien qué me dijo, pero me hizo recuperar el entusiasmo. Todavía me sorprende la habilidad con que hacía aparecer caramelos para dárselos a media docena de niños que le halaban del hábito mientras conversamos.
Natalia pudo registrar algunas confidencias de la hermana Isabel en una improvisada entrevista que aquí transcribo:
“Mira, sin el amor a Jesucristo no haría nada. Jesús es el centro de mi vida consagrada, de mi vida espiritual y de mi vida comunitaria. Sin Él no haría nada.
Él es mi apoyo, por eso estoy aquí, y fíjate que estoy feliz, con la edad que tengo. Es una cosa extraordinaria. Escúcheme, doctora, si yo volviera a nacer, sería terciaria capuchina de la Sagrada Familia y misionera. Ciento por ciento misionera, y con una sonrisa, porque yo he sido muy alegre siempre y no he perdido la sonrisa. Algo sí, porque uno es más viejo, pero la sonrisa no se pierde”.
“La motivación inicial para venir aquí fue la evangelización, para hacer gente cristiana, porque en Guayo no había nada. Las motivaciones actuales siguen siendo iguales, o mayores todavía. Tengo mucha ilusión, mucha preocupación por la gente, por lo que estamos viendo en Guayo, la enfermedad, la pobreza, los niños que se mueren”.
“Hay quienes nos critican a los misioneros por ser muy paternalistas. Pero yo no puedo evitarlo. ¿Que venga un niño a mi casa y no le de un caramelo? Los niños y los ancianos son mi predilección. Y los chiquitines me miran y algo ven: el cariño. Yo sí quisiera tener muchas cosas para darle a los niños, aunque me digan que soy paternalista o maternalista”.
¿Hermana, cuáles han sido sus miedos o momentos más difíciles?
“Yo no he tenido muchos momentos difíciles, yo he sido muy feliz y siempre me siento feliz.
¿Momentos difíciles? Pues ver esa pobreza tan grande, ver que se muere la gente.
El río me impresiona muchísimo. Ver el agua, te metes en una barca y no sabes…
Yo he pasado muchos peligros en el río. Pero momentos difíciles, muy pocos. Yo he tenido mucha alegría, muy contenta, muy entregada”.
“No me he sentido cansada. La gente dice que Isabel es como un jilguero. Pero yo tengo setenta y siete años y a veces va faltando la fuerza. Se nota en el trabajo, pero desde luego, muy bien. No me siento mayor. Me siento igual. Te lo decía: después de 56 años, parece que fue ayer y que no he hecho nada. No he salido del delta”.
* Marcos Pantin es el capellán de la UMA.
Muy emotivo y humano artículo. Interesante visión de un mundo que creía conocer pero que veo y puedo decir ahora que desconozco y me atemoriza.
Los waraos un grupo de seres humanos que como nosotros sufren y padecen pero que siento que por su lejanía, su lengua y hasta sus rasgos, son extraños y están muy lejos.
Afortunadamente, otros seres humanos, más cercanos a nosotros en cultura, pero también más llenos de amor, me recuerdan a través de este artículo, el bien que puedes hacer a tu prójimo, con el ejemplo dulce del quehacer diario, si sólo tuvieses el valor de …déjalo todo ven y sígueme.