Quedarse en casa

Felipe González Roa.-

No es tan malo quedarse en casa. Malas son las terribles circunstancias por las que atraviesa el mundo (desgraciado virus), el motivo que hoy mantiene a gran parte de la humanidad dentro de sus hogares. Pero, ciertamente, estar en casa muchas veces puede ser relajante, reconfortante, agradable.

Después de dejar por horas los ojos en el monitor de la computadora, repasando una y otra vez la planificación alternativa de los profesores, sopesando las estrategias que seguirán las próximas clases, corrigiendo exámenes y ensayos, respondiendo correos que nunca terminan de vaciar la bandeja de entrada, atendiendo por Whatsapp los mensajes de ansiosos alumnos… A veces, solo a veces, el dí­a deja minutos que pueden ser utilizados para disfrutar de la tranquilidad del hogar.

Pero esos segundos en casa son de oro.

Es posible, por ejemplo, repasar la vieja colección de discos y encontrar aquellas canciones que te llevan a tu juventud. Entre los acordes, algunos estridentes, siempre es pertinente hacer un pequeño repaso del camino recorrido, volver sobre esos pasos y pensar qué habrí­as hecho si tuvieses una nueva oportunidad, cómo reconocerlas en el futuro cercano para no errar una vez más.

Incluso, en esos instantes en los que solamente pasas con aparente desgana los canales del televisor, puedes redescubrir aquella vieja pelí­cula que te llena de nostalgia y melancolí­a, pero que te permite sumirte en tus pensamientos y recordar las cosas que siempre te apasionaron y que, sin advertirlo, abandonaste con la promesa de retomarlas en cualquier momento… Cuando tengas tiempo.

Pero el encierro en casa es sobre todo propicio para caminar a tu biblioteca (nombre rimbombante y sin duda pretencioso) y ojear aquellos libros que alguna vez leí­ste y que quedaron grabados en tu memoria, fragmentos que definieron quién fuiste, quién eres y quién serás. Repasar las páginas y volver a leer.

El Gato no hizo más que sonreí­r cuando la vio a Alicia.

“Parece bonachón”, pensó Alicia.

Pero no dejaba de tener uñas muy largas y una enorme cantidad de dientes, de modo que pensó que habí­a que tratarlo con respeto.

_ Michifús de Cheshire – empezó a decir con timidez, ya que no sabí­a si le gustarí­a ese nombre. Pero el Gato no hizo más que ensanchar su sonrisa.

“Bueno, por ahora está contento”, pensó Alicia, y siguió:

_ Por favor, podrí­a decirme por dónde tengo que ir.

_ Eso depende en buena medida de adónde quieras llegar – dijo el Gato.

_ No importa demasiado adónde… – dijo Alicia.

_ Entonces no importa por dónde vayas.

_… Siempre que llegue a alguna parte – agregó Alicia como explicación.

_ Oh, eso es casi seguro – dijo el Gato –, si caminas lo suficiente.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila

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