El drama de los tachirenses, la pimpina es de todos

Luis Sánchez.-

“Aquí­ el que no sabe chupar está fregado”, dijo José Duarte, de 58 años quien estaba en la cola de la gasolina en la que pasa el tercer dí­a esperando que lo marquen para poder surtir combustible. Este es el reflejo de la realidad del tachirense quien desde hace más de 15 años ha enfrentado tropiezos para poder surtir su vehí­culo.

En el estado Táchira la problemática del combustible ha estado presente desde el pasado paro petrolero, en la que se apreciaban colas kilométricas a lo largo de los pueblos andinos.

El conflicto que se genera en torno a la gasolina ha pasado por diversas estrategias impuestas por el gobierno para solventar la crisis: se reguló que se le echaran 3.000 bs en el año 2009, después intentaron clasificar las estaciones de servicios para transporte público, funcionarios públicos y particulares, aunado a esto en el 2011 se implementó el TAG pero siguió funcionando con las bombas clasificadas; sin embargo, ninguna estrategia ha logrado cumplir el objetivo.

Recientemente la última medida impuesta por el gobierno a los tachirenses fue el censo automotriz para actualizar y refrescar los chips de los vehí­culos. Esto trajo consigo una nueva ordenanza que prohí­be echar gasolina más de dos veces por semana; si no cumple con la norma el chip pasa a “auditoria”, un estado de revisión en la que el ciudadano no puede hacer uso hasta ir a la ciudad de San Cristóbal y pedir que le liberen el chip. Esta medida sustituyó al pico y placa que también intentó mermar las colas que se padecí­an.

Los tachirenses han tenido que amoldar su rutina para poder cumplir las más de sesenta horas semanales para poder echar gasolina en una estación de servicio, como el caso de José Duarte, quien ha tenido que dejar a su esposa en el negocio donde vende artí­culos de limpieza para él hacer la cola. Anteriormente, afirma, se turnaba con su compadre para dormir en la cola pero ahora no pueden dejar los carros solos porque hay posibilidades de que se lo remolquen.

No solo el que hace la cola es el afectado, también se ven afectadas las personas que residen en las calles donde se hacen las colas. En el barrio Colón vive Eugenia Chacón quien dice tener más de cuatro años luchando contra la molestia que le ocasionan los conductores que no respetan los portones, hablan duro a altas horas de la noche, se recuestan de la reja de su casa y muchas veces se ha encontrado con personas que se molestan cuando les pide el favor de que muevan el vehí­culo para sacar su carro del garaje. “No tengo privacidad, esto es un martirio”, afirma la mujer de 77 años.

Chacón entiende que no es culpa de ellos sino que es la realidad del tachirense “vivir en una cola” y que aunque a veces hacen la cola por la calle lateral de su casa el problema pasa a perjudicar a los vecinos de esa cuadra. “Aquí­ no se escapa nadie”, afirma.

“La situación en la frontera es crí­tica y nosotros lo sabemos”, asegura una fuente de alto cargo del ministerio de Transporte quien pidió su anonimato, tras reconocer el peso que tiene el contrabando de combustible en esta situación.

Los turistas al viajar a Los Andes tienen que tener a mano divisas para tener acceso al combustible ya que las pimpinas se venden en dólares o en pesos colombianos. La pimpina de 20 litros tiene un costo aproximado de 20 dólares, aunque puede variar dependiendo del municipio en donde se encuentre, entre más cerca de la frontera es más caro.

El chip que anteriormente se les otorgaba a los turistas, que una vez que lo solicitara podí­a activarlo por medio de un número de servicio cada vez que estuviera en el estado, quedó inservible. Los funcionarios que facilitaban el chip de turista alegan que no les autorizan otorgar dicho TAG y el número también se encuentra fuera de servicio cualquier dí­a de la semana.

“Yo soy maestro, el sueldo no me alcanza y menos mal tengo mi carro al que le puedo echar 45 litros todos los dí­as. Como trabajo en un colegio rural en la frontera con Colombia tengo que darle 10 litros al Ejército y 10 litros a los paracos para que me dejen, además de dar clase, vender los 20 litros restantes.  Con eso logro reunir cien mil pesos (31 dólares) a la semana porque el resto, que son 250 mil pesos (80 dólares) se los tengo que dar al bombero para que me deje echar. Así­ es que puedo redondearme y mantener a mis dos hijos y a mi señora”, afirmó un profesor del municipio Ayacucho, quien no quiso revelar su nombre.

En esta situación se encuentra también una centena de ganaderos y agricultores. El pasado mes de abril del 2019 en el pueblo El Cobre, principal receptor de producción de hortalizas y distribuidor directo de la región central del paí­s, la asociación de productores denunció que se habí­a perdido más del 60% de todo lo recibido porque no habí­an “ferieros” ni “fleteros” que salieran de Los Andes por razones del combustible y por razones de seguridad.

Las fincas de ganaderí­a no están exentas de la crisis. Las unidades de producción lechera son las que se ven más afectadas pues dependen de un tanque de enfriamiento para preservar la leche. “Si no es la luz, que la verdad aquí­ en la finca no es que se va sino que llega de vez en cuando, es la quesera que nos llama para decir que no va a poder recoger la leche porque el camión no tiene gasolina”, afirma Gonzalo Méndez productor agropecuario de la zona sur del lago.

A su vez, la familia tachirense, productores, comerciantes hacen el “sacrificio” de pagar un sueldo a alguna persona para que se encargue solamente de surtir combustible, asegura Mirian Sanabria.

“Yo la verdad no puedo dejar de pasar consulta por irme a una cola y pues de lo que gano en las consultas, que no es mucho, y lo que gana mi esposo, en la finca, le pagamos a Andrés para que se encargue de tenernos los carros full de gasolina. A veces duerme dos dí­as en la cola, nosotros le llevamos cena y las comidas que hagan falta y todo por 60 mil pesos (18 dólares) semanales”, dijo Sanabria.

En las escuelas públicas la deserción escolar es “abrupta”, según un coordinador del liceo Tulio Febres Cordero. “Los muchachos le dicen a uno en las aulas: ´profe usted me va a disculpar pero si usted no me pasa no importa yo aquí­ pierdo el tiempo, mientras estoy oyendo su clase puedo ir a vender 10 litros de gasolina y me gano treinta y cinco mil pesos (11 dólares), con eso ayudo a mi mamá y me queda para salir a la discoteca”, aseguró ílvaro Bracho, profesor del centro educativo.

El combustible para el tachirense se ha convertido en oro. Ya se evita salir en el carro más de lo debido para ahorrar gasolina. El transporte público se ha visto afectado tanto por la crisis de repuestos como por la falta de combustible. Las rutas interurbanas y urbanas cobran en pesos y alegan que ellos el combustible lo compran en pesos. Los alcaldes y las autoridades militares se hacen indiferentes ante la situación. Aun cuando existe en vigencia un dictamen gubernamental que prohí­be expresamente el transporte de combustible en pimpinas por el territorio nacional, la pimpina es de todos.

*Luis Sánchez es estudiante de la Universidad Monteávila

*Fotografí­as: Cortesí­a Frontera y La Nación

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