El caos entre golpes y empujones, un viaje en transporte público

Transporte Betania Ibarra

Adel Choucair Valderrama.-

Foto: Betania Ibarra.-

Transporte Betania Ibarra

A primera hora de la mañana, mientras muchos aún duermen, cientos de usuarios y conductores del transporte público se levantan para salir a la calle y encender los motores del sistema que moviliza a la ciudad capital de Venezuela. En el paí­s no sólo faltan los medicamentos, también escasean los alimentos y los medios para trasladar a la población.

Movilizarse en Caracas se ha convertido en una ardua tarea para aquellos usuarios que dependen del transporte público para llegar a sus hogares, trabajos o casas de estudio. Las largas colas, los constantes paros, las tarifas altas y la falta de unidades son algunos conflictos que diariamente tienen que afrontar los usuarios, debido a la crisis que padece este sector.

El intenso calor del mediodí­a se refleja en la piel de las personas. El sudor recorre los extremos de las distintas caras dibujando siluetas perfectas de cansancio. Mientras que, a lo lejos, un autobús se aproxima lentamente, haciendo estallar las ansias de los que añoran llegar a su destino después de un dí­a agotador.

De acuerdo con la Cámara Venezolana de Empresas de Transporte Extraurbano, de 45.000 unidades que habí­a en 2012 en la región capital, menos de 4.500 estuvieron operativas en 2018. La reciente crisis de gasolina que vive el paí­s, especialmente en el interior, es una de las causas que han traí­do como consecuencia la poca circulación de las unidades, sin olvidar los altos costos de los repuestos.

“Yo puedo estar aquí­ más de una hora esperando a que llegue una camionetica (autobús), y cuando llega, ya viene full y no te puedes ni montar”, expresó Pedro Villabona mientras hací­a una cola para llegar a Palo Verde.

En la Caracas de hoy llegar a tiempo no es una garantí­a. Según la organización Familia Metro, el metro de Caracas fue diseñado para transportar a 700 mil usuarios; sin embargo; más de 2 millones de personas se movilizan a diario en el sistema. Los trenes que llegan con retraso a los andenes, escaleras mecánicas dañadas y falta de aire acondicionado son un reflejo directo del estado en el que se encuentra el transporte público.

En cuanto al transporte terrestre los usuarios tienen que sortear tarifas informales del pasaje, que no guardan relación con las aprobadas por el ministerio del Transporte, y paros sorpresas usados como mecanismos de presión por los transportistas para aumentar el costo del pasaje.

Al final de una larga cadena de irregularidades, fallas y deficiencias, corren los segundos a la espera de un vagón o de un autobús, mientras se acumula cada vez más personas, la impaciencia y la inquietud es cada vez más evidente.

Cuando por fin llega, entre empujones y golpes los usuarios -sin primero dejar salir a los que vienen llegando- intentan ingresar en la unidad. Mujeres, hombres, niños, ancianos, adolescentes y todo tipo de personas ansí­an conseguir un puesto dentro del titán de hierro.

“¡Pero dejen salir primero!”, gritó un señor, al mismo que otro exclama: “Por eso estamos así­, primero tenemos que cambiar nosotros si queremos que esto mejore”.

Según los usuarios, la mala administración, la falta de organización y la poca supervisión de las autoridades -a pesar de estar presentes- en las estaciones, han provocado que el recorrido en metro se convierta en un tormento.

Hoy subirse a un autobús en Caracas cuesta 700 bs, casi 15 veces más del costo de un ticket de metro, que actualmente se sitúa en 40 bs y que, comparado con su precio en 2018, representa un incremento de casi 4000%.  

Debido a la crisis del sistema de transporte, miles de venezolanos se ven en la obligación de buscar alternativas para trasladarse. Unos deciden caminar distancias kilométricas hasta sus destinos. Otros optan por tomar taxis o moto taxis; y a quienes recurren a las denominadas coloquialmente “perreras”, menos frecuentes en la actualidad que hace unos meses.

Fabiana Romero, es estudiante de la UCAB, utiliza diariamente el transporte público para trasladarse desde Palo Verde hacia Antí­mano, estación de metro en la que se encuentra la universidad. Para Romero, la travesí­a empieza a las 6 de la mañana, cuando tiene que esperar un autobús que la lleve hasta el metro de Palo Verde y, de esta forma, atravesar las 21 estaciones hasta llegar a su destino.

La estudiante relató que una vez que salió de clases, a eso de las 7 de la noche, el metro se encontraba cerrado sin ninguna explicación, por lo que tuvo que irse a pie por Montalbán hasta la casa de un amigo que vive en la zona, ya que los autobuses tardaban mucho en llegar. Cuando se encontraba a mitad de camino, un grupo de motorizados pasó por la otra calle y dieron la vuelta. Al percatarse de la situación –con un instinto tí­pico del venezolano- decidió empezar a correr.

Los motorizados, como era de esperarse, la alcanzaron y la despojaron de su morral y sus pertenencias, para luego irse como si no hubiera pasado nada. Romero narra que una señora que se encontraba dentro de un edificio fue testigo de todo, y tuvo la solidaridad de abrirle la reja para que entrara, le prestó un celular para llamar y le permitió esperar a que la fueran a buscar.

La estudiante explica que, si el metro hubiera estado abierto, nada de eso hubiera pasado, y agregó que sus experiencias, gracias al transporte público, son “dignas para escribir más de un libro y se venderí­an bien”.

La crisis de este sector comenzó a evidenciarse aproximadamente en 2013, y ha llegado a niveles dramáticos en toda Venezuela. Los ciudadanos están viviendo penurias inéditas para trasladarse en su dí­a a dí­a. La crisis profunda que atraviesa el paí­s tiene diversas expresiones, y el transporte es una de ellas.

*Adele Choucair es estudiante de la Universidad Monteávila

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