La página en blanco

En tono menor

Alicia ílamo Bartolomé.-

En tono menor

Quizás mejor decir hoy la pantalla en blanco. Es el temor del escritor novel cuando tiene el compromiso de entregar un trabajo escrito, sea de narrativa, poesí­a, ciencia, tesis o periodí­stico. Es un reto que a veces se siente como una verdadera espada de Damocles. Distinto para el veterano: demasiado oficio para preocuparse por una página en blanco.

Cuentan que el notable matemático y sabio griego del siglo III antes de Cristo, Arquí­medes de Siracusa, exclamó entusiasmado, cuando descubrió el principio de la palanca: ¡Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!

Pues el escritor de oficio, salvo las raras excepciones en que la musa o el duende se van de vacaciones, puede parafrasear al griego y lanzar al viento: ¡Denme una palabra y llenaré la página!

 Es lo que siempre he dicho a mis alumnos oficiales u ocasionales en materia de escritura: no teman a la página en blanco, no la miren alelados esperando la inspiración, empiecen a escribir de inmediato, pongan una palabra o una frase, la que sea y arranquen de ahí­, ya corregirán después. A lo mejor ese inicio lo desecharán más tarde, o quién sabe si quede y hasta se pueda titular.

En una reunión polí­tico-cultural, le oí­ una vez al actor, director y artista plástico venezolano Asdrúbal Meléndez exclamar esta audacia: ¡Denme una navajita en el Mato Grosso y construyo una civilización! Me gustó su utópica temeridad, quizás producto fugaz de un momento de entusiasmo, pero inspiradora para lanzarse en busca de los sueños.

Es lo que nos está haciendo falta en este mal momento de nuestra patria, un poco o mucho de osadí­a para escribir una nueva historia en la página en blanco del futuro. Todo nacimiento es una página en blanco. El niño viene al mundo como persona con todas sus posibilidades en potencia, las va convirtiendo en actos al escribir su vida. Nosotros tenemos que renacer, dejar atrás todos los errores del pasado que nos llevaron a perder la gran conquista de la democracia que habí­amos logrado. En esta tragedia no busquemos responsables, lo somos todos. Pocos podrán vanagloriarse de que han hecho lo debido, de que han cumplido su misión -todos tenemos una- a cabalidad, con perfección, eficacia y alegrí­a de servir, no sólo pensando en el beneficio personal sino en el de la comunidad. Un trabajo así­, hecho cara a Dios, incide positivamente en el bien común.

¡Cuántas responsabilidades evadidas! ¡Cuántos que más da para dejar inacabada una tarea! ¡Cuántas omisiones por desidia!  El resultado es un paí­s que se va a pique. O reaccionamos o ninguno de nosotros quedará ni para contar el cuento.

Hay que vencer la desilusión y el desaliento, todo eso que empiece por des, como prefijo caracterí­stico de lo negativo. Vamos pasarlo al lado positivo: desprendimiento, descubrimiento, descripción, desempeño, destreza y así­ entrarle de frente y por derecho a la página en blanco para reescribir la paz, la justicia, la dignidad de la persona y la nueva democracia.

Sí­, lo habrán adivinado: yo tení­a la mente y la pantalla en blanco cuando debí­a empezar este artí­culo para hacer honor a mi compromiso quincenal con Pluma, pero me acogí­ a mi propio consejo y aquí­ estoy: ¡misión cumplida!

*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

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