Historia y libertad | “Resistiendo conquistamos” (II)

Carlos Balladares Castillo.-

Jóvenes que no han vivido en democracia son mártires de la libertad. Foto: Rubén Sevilla Brand

En nuestro primer escrito sobre la resistencia dejamos claro que en nuestro momento fundacional se establecieron los principios que sustentan dicha actitud contraria a los autoritarismos, y que no son más que la creencia en que cada venezolano por su condición humana posee una dignidad (derechos) ¡y estamos obligados a oponernos a cualquier régimen que pretenda violarlos! Nos faltó explicar cómo esta semilla germinó y dio frutos en muchas generaciones de verdaderos ciudadanos, pero esa tarea la hizo de manera magistral el amigo y colega Daniel Terán Solano en un artí­culo titulado “Los venezolanos que no se rindieron” y que fue publicado el 3 de julio pasado en el portal Runrunes y que no dudamos en recomendar. En el mismo nos recuerda la frase de  Manuel Caballero: “La democracia no comienza cuando debuta la serie de gobiernos democráticos, sino desde el momento en que se pierde el miedo a expresar la voluntad popular”. Y lo he citado para usarlo como la primera condición y recomendación para que nuestra resistencia logre conquistar la libertad.

Al hablar del miedo es inevitable hacer referencia al hecho que para lograr resistir primero debemos tener una conversión espiritual, una disposición a que esta emoción no logre dominarnos, y eso solo es posible si atendemos nuestra conciencia moral. La primera tarea de toda resistencia es la formación espiritual de cada persona, que no es más que estar convencidos de nuestra lucha y estar dispuestos al sacrificio y al sufrimiento por la gran meta que nos hemos propuesto. A no dejarnos arrebatar el futuro, a no bajar la cabeza, y a persistir en medio de los reiterados fracasos e incluso cuando todo pareciera indicar que no podemos vencer al mal. En ese sentido me resulta inspirador los ejemplos que ofreció el profesor Terán, pero también recordar una vez más a ese 40% (que hoy ya superan el 70%) de la población venezolana – que tiene en la clase media su principal baluarte – quienes nunca se rindieron desde que esta clase polí­tica llegó al poder en 1999.

¿Qué ha tenido esta gente para resistir en medio de tantos fracasos, e incluso viendo como muchos se enriquecieron al doblegarse moralmente ante la nueva oligarquí­a chavista? La respuesta está en varios factores, pero sin duda considero que el principal es que estas personas han poseí­do una conciencia cultivada cuya expresión son las virtudes republicanas. Dicha conciencia fue lograda gracias a una tradición familiar que les han ofrecido ejemplos de resistencia, pero también un conjunto de hechos colectivos que han reforzado los anteriores. En nuestras familias pienso especialmente en las abuelas en lo que respecta a ser “gente decente”, pero pudo haber servido cualquier figura de autoridad de la cual nos sintamos orgullosos. Es lo que me permite explicar cómo unos jóvenes que solo han conocido al régimen chavista, y que por ello no han vivido bajo un gobierno democrático, sean capaces de ser mártires de las libertades civiles. Solo una buena educación pudo haber forjado tales conciencias, y ante esos padres y esos chamos yo me inclino lleno de admiración.

No afirmo que la conciencia sea algo que nos permita decisiones perfectas de claras distinciones entre el bien y el mal, y mucho menos en polí­tica, pero el que resiste debe tener como meta de vida el cultivarla. Y una de las mejores formas de hacerlo es con la educación (leer como mí­nimo) y la religión (meditación, diálogo con el amor absoluto), estableciendo el principio del discernimiento diario: que no termine un dí­a sin haber evaluado nuestra conducta bajo el tamiz de una sana moral. Moral que nos exigirá la responsabilidad con Dios, con nosotros mismos, con nuestras familias y con el prójimo tanto el más cercano como todo conciudadano.

La conciencia tiene en el bien y la verdad su principal regla. Pero el problema es que las dictaduras tienden por principio a ocultar la verdad y mostrar el mal como bien, destruyendo el sentido de las palabras por medio de la propagada y generando lo que se ha llamado una neolengí¼a. Si el que resiste debe cultivar su conciencia debe evitar que esta se corrompa o confunda con el lenguaje de la mentira.

Por ello debemos rechazar el asumir las palabras del régimen y llamar las cosas por su nombre. Nuestra actitud debe ser de permanente examen, y a cada neologismo autoritario contraponer la palabra correcta que revele la trampa y al mismo tiempo fortalezca los valores democráticos. Por solo citar un ejemplo: no digamos gobierno cuando lo que vivimos es un desgobierno, llámalo dictadura porque eso es lo que padecemos.

No puedo finalizar sin reconocer ese hermoso acto de resistencia que protagonizamos más de 7,5 millones de venezolanos tanto en el paí­s como en el resto del mundo éste domingo 16 de julio. Esa consulta popular en contra del fraude constituyente fue un acto inédito en nuestra historia, del cual nuestros antepasados – pero también los que dieron la vida – seguramente se habrí­an sentido orgullosos. Es una demostración que la democracia se ha arraigado en nuestras conciencias y ya no hay vuelta atrás: ¡Venezuela es libre! La dictadura no podrá consolidarse y le queda poco tiempo. ¡Fuerza y fe!

* Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma