Economí­a para la gente | Lo visible vs. lo invisible (XI)

Rafael J. ívila D.-

Algunos expertos proponen dolarizar la economí­a para frenar la inflación. Foto: Cortesí­a

En el artí­culo anterior, y luego de haber culminado la revisión de las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación -un corregir errores con errores-, lo que podemos llamar efectos colaterales de la inflación, y que no son muy evidentes, terminamos de hacer reflexiones en cuanto al tema inflacionario. En este artí­culo, comenzaremos a plantear las que podrí­an ser algunas soluciones al tema.

Ya comentamos sobre que la inflación es un impuesto sin representación, inconsulto, y que no discrimina; sobre si los bancos centrales aprueban o no el examen, si hacen o no la función que de ellos la sociedad espera; sobre la paradoja de que la sociedad clama por rescate al mismo que le causa el problema; sobre la libertad de elegir; sobre el llamado “crecimiento con inflación”; sobre la ficción de los supuestos “almuerzos gratuitos”; sobre la relación agente-principal en la sociedad, sobre el contubernio socialismo-mercantilismo; sobre la inacción colectiva que evita que el problema se resuelva y no salgamos del statu quo; y sobre la vocación del lí­der empresarial.

Pasemos ahora a revisar lo que podrí­an ser algunas soluciones a la inflación, trabajando sus causas, y así­ evitar sus muy nefastas consecuencias. Recordemos que para resolver el problema inflacionario los gobiernos acuden a controles de precios con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Y ya hemos reflexionado en artí­culos anteriores que esa terapia no sólo no resuelve el problema de fondo, sino que además empeora la situación con terribles consecuencias.

Hemos hecho un diagnóstico en muchas aristas del problema, y espero haber logrado transmitir la idea de lo importante que serí­a para nuestras sociedades el control de la inflación.

Lo primero es recordar el origen del problema y enfocar al responsable: el gobierno. Entonces, si la raí­z de todos los problemas enunciados a lo largo de esta serie de artí­culos está en la inflación, y esta sólo la puede generar el gobierno, pareciera que lo que hay que hacer es evitar la inflación, forzando a que el gobierno no la genere.

Amarrar las manos al gobierno… Pero, ¿cómo hacerlo?

Hay una serie de ideas de cómo amarrar las manos al gobierno, que en nuestras sociedades, luego de la necesaria toma de conciencia en el problema debemos debatir para decidir y ejecutar.

Una manera serí­a colocando cláusulas legales, constitucionales preferiblemente, que le resten grados de libertad al gobierno, por ejemplo, obligándolo a cumplir ciertas metas presupuestarias, o fijándole un nivel de gasto como máximo, según alguna medida de ingresos, o algún indicador, o poniéndole un tope a la variación interanual de la cantidad de moneda en circulación, entendiendo que si se quiere que el poder adquisitivo del dinero se mantenga estable, la oferta de dinero (cantidad de moneda y crédito) debe variar como lo hace su demanda. Que el gobierno gaste como máximo sólo lo que puede recabar en impuestos serí­a una sana decisión: equilibrio fiscal.

Ideas para controlar y limitar al gobierno, legal y constitucionalmente, seguramente se nos ocurrirí­an muchas, pero esta opción requiere de un estamento polí­tico muy consciente y formado, pues el parlamento es quien hace las leyes o convoca las enmiendas constitucionales, y está conformado por polí­ticos, que en teorí­a representan al pueblo, pero que en la práctica también siguen intereses tanto de partidos polí­ticos como de grupos de presión: partidos que son gobierno, o que podrí­an serlo, y grupos de presión que influyen en la imagen, generan votos o financian.

Entonces, esta forma de controlar la inflación requiere que el parlamento, integrado por polí­ticos, emita leyes en ese sentido. Dicho de otra forma, requiere que los polí­ticos se amarren las manos a sí­ mismos. Hay que estimar los incentivos que los polí­ticos tendrí­an a auto-controlarse: en principio, se estiman bajos, a menos que grupos de interés que puedan influir en los parlamentarios se lo exijan.

Medidas que controlarí­an la inflación, pero que requieren a un parlamento alineado a los intereses del pueblo, son:

Apegarse al Patrón Oro, es decir, que la cantidad de moneda en circulación guarde una relación fija con la cantidad de oro que posea el Banco Central en sus reservas. En el caso venezolano, serí­a un retorno al patrón, pues nuestro Banco Central (BCV) inició sus operaciones en 1940 respetando una relación de reservas en oro (o equivalentes) de cincuenta por ciento (50%) de la cantidad de dinero en circulación, es decir, podí­an circular como máximo tantos bolí­vares como el doble del valor de las reservas de oro. Aunque a las dos décadas de iniciar su vida el BCV “relajó” la norma hasta un 33%, el Patrón Oro rigió por un perí­odo de casi 35 años, y la inflación fue baja durante la misma época: un promedio interanual de 3,64%.

Permitir la competencia de monedas, es decir, que pueda circular cualquier moneda en el paí­s, y que los contratos y transacciones entre partes puedan establecerse en la moneda de preferencia de los involucrados. La tendencia de esta posibilidad serí­a que los contratos y transacciones se pactarí­an en las monedas más duras, terminando estas siendo las de mayor aceptación y circulación, y que desaparecerí­a el uso de las monedas de menor valí­a, quedando estas para vitrinas de coleccionistas y museos. Para que esta competencia entre monedas se permita habrí­a que vencer el sentimiento nacionalista que se despierta al prever que la moneda del paí­s tenderí­a a desaparecer. Entonces habrí­a que exigirle al gobierno que no infle la moneda, si es tan nacionalista y no quiere verla desaparecer. Que sea “fuerte” de verdad, para que las personas la prefieran y así­ no desaparezca.

“Dolarizar” la economí­a, es decir, permitir que la moneda de curso legal sea el dólar estadounidense. Esta solución lo que lograrí­a es que se sustituya, aproximadamente, la inflación doméstica por la del paí­s al que se está atando, es decir, la inflación estadounidense. En este caso, dejarí­a de tener trabajo el Banco Central, pues lo que en la práctica ocurrirí­a es que el destino inflacionario del paí­s quedarí­a en manos de la Reserva Federal estadounidense. Lógicamente la idea de esta polí­tica es que el paí­s que quiere controlar su inflación se “ate” a las decisiones de un paí­s con demostrada menor inflación, y por ejemplo, en las circunstancias actuales serí­a: “dolarizarse”, “eurizarse”, “esterlinizarse” o “franco-suizarse”. En el fondo, lo que se está diciendo con esta práctica es que se confí­a menos en las decisiones de los polí­ticos domésticos que en las decisiones de los polí­ticos del paí­s al que se ata. Esto serí­a otro escollo para lograr la instauración de esta medida, pues requiere que los polí­ticos nacionales, en un acto de “mea culpa”, expresen que ellos no son lo buenos que deberí­an ser, y por ello, es mejor confiar en mejores polí­ticos, que son de otro gentilicio. Algo difí­cil de imaginar. Por cierto, este tipo de medidas cooperan en alcanzar metas de baja inflación, porque el gobierno (a través del banco central) pierde la capacidad de impresión de dinero “sin respaldo” o inorgánico, para cubrir déficit fiscales. Ya no tendrí­a el gobierno esa “válvula”. Vale la pena decir que la dolarización no hace que el paí­s crezca económicamente (de forma mágica). sólo coopera en reducir la inflación, que por supuesto ya es gran cosa.

Entender la economí­a polí­tica de la inflación y de los controles, identificar ganadores y perdedores nos permite entender por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. En el próximo artí­culo continuaremos planteando las que podrí­an ser algunas soluciones al problema inflacionario, como por ejemplo, instaurar y ceñirse a alguna regla monetaria.

* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila.

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