Caracas, el equipo bipolar: querencia roja

Rafael Rodrí­guez Vargas.-

Caracas FC es el equipo más ganador del fútbol venezolano. Foto:  photopin (license)

Como si se tratase de un adolescente que logra culminar con éxito una de las tantas etapas importantes en su corta vida, y luego termina desviándose por caminos llenos de niebla y oscuridad, sin retornar jamás hacia aquel primer momento en que abrió los ojos. Como si se tratase de un emprendedor con un increí­ble proyecto desde hací­a varios años atrás, pero al dí­a siguiente decide venderlo por varios trozos de papel impreso para que mañana su gran idea termine en el olvido.

Una vez se empezó a escribir una historia, y eso, precisamente, es lo que vengo a contarte hoy a ti, querida. Si te puedo llamar así­, claro, déjame recordarte ciertas cosas pues, estos últimos años, desde que se fue el señor Valentiner, las cosas han cambiado.

Tus gloriosos Rojos Del ívila nos han ido ilusionando en varias ocasiones, con la espera del tan ansiado duodécimo tí­tulo que aún no llega. Sin embargo, honor a quien honor merece, al campeón de los campeones… porque no todo es en vano ni mucho menos decepción. Desde que empezó el Clausura del 2010, fecha en la que, por cierto, Guillermo emprendió su viaje al gran quizás, terminó el torneo y, como siempre, nos dejaste bien parados. Llegamos a la final casi que invictos, diste todo lo que debí­as dar en esa cancha ese dí­a. ¿El resultado? Una estrella más para colgarnos todos los caraqueños que aún creemos en ti. Mayo de felicidad, sol oculto en tierra andina. ¿Aún lo recuerdas, verdad? Eso pensé… y cómo olvidarlo, si aquel dí­a llenaste de orgullo a nuestro fútbol, a nuestro juego criollo, eras tú en tu mejor momento, y eso no se te puede olvidar jamás, corazón.

Cuando hablan de ti cosas erróneas yo te defiendo porque llevo tu historia y tu fútbol corriendo por todo mi linfático, mis bronquios se alimentan de tu rojo juego, y mi cerebro se oxigena de tal querencia infinita, a tal punto de preferirte ante cualquier otro juego que emociona, sí­, pero no apasiona tanto como verte a ti. No hay nada más puro y sincero que eso, ¿cierto? Necesito creer en tu juego y seguir los pasos de tu larga trayectoria y trabajo por nuestro fútbol nacional que vaya y sí­ lo has sabido representar y proteger cual hermano que cuida del otro en tiempos difí­ciles. Y cómo no apoyarte si me jacto de hablar de tu historia como ciudad, de decir que te conozco cuando no es así­, de burlarme de ti e incluso de insultarte cuando me molesto por todo lo que ya está demás decirte. Me arrepiento y me duele verte sufrir. ¿Y es que acaso a quién no le vas a doler? Al fin y al cabo, todo se conecta para llevarnos a un mismo objetivo: Tú.

Incontables son tus alegrí­as en canchas ajenas, pero a tu casa le tienes idea. ¿En dónde la dejas? Disculpa, pero es algo extraño sin sentido alguno. Aun así­, es cierto y evidente como tus numerosos guerreros que te conforman en tus distintas categorí­as trabajan duro para llevarte a lo más alto siempre y no quedar mal contigo. Hacer respetar tu nombre, tu identidad, tu color rojo, tu casa. Y todo eso por algo muy valioso que se aloja en el alma: la pasión.

Permí­teme recordarte la barbaridad desatada en Puerto La Cruz aquella tarde donde una supuesta “hinchada”, totalmente desquiciada, decí­a apoyarte, saber de ti, respetar tu fútbol y quererte. Pobres ilusos (de esto te escribiré en otro momento, porque no lo dejaré pasar por alto). Hay que reconocer lo reconocible. Dicen que lo esencial es invisible a los ojos, de igual forma esta frase no sirve de excusa para perder el invicto contra JBL en aquella oportunidad… Si bien es algo del pasado pero sigue siendo imposible de creer. Y asumo que recuerdas ese partido. Salimos con 2 goles encajados y ninguno marcado. El fin de semana pasado, contra Estudiantes de Mérida, parecí­a ir por esa lí­nea. Empiezas ganando, y luego, en el segundo tiempo, te dejas empatar así­ nada más. Reconozco tu victoria, pero era lo mí­nimo que podí­as hacer. Entiende que debes hacerte más fuerte cada dí­a. De eso se trata, Ro.

Todos los dí­as, tus guerreros vestidos de rojo, con su mismo juego cotidiano, demuestran que hay esperanza de que vuelvas. Siempre la hay, de hecho. Pasa que algunos, ciertos personajes, que hoy te llevan, así­ no lo quieren. Por algo, uno de tus mejores técnicos tuvo que irse: Saragó. Y así­ con muchos otros.

Si me preguntan cuál trastorno posee el equipo más glorioso del fútbol venezolano, yo contestarí­a: bipolaridad. Me queda una retórica: ¿quién podrá asumir el problema, para luego trabajarlo? Si nadie termina de asumir lo evidente, y trabajar por ti… entonces, ¿quién ha de salvarte?

* Rafael Rodrí­guez Vargas es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma