Economí­a para la gente | Lo visible vs. lo invisible (VII)

Rafael J. ívila D.-

Los venezolanos tienen que sacar cuentas para hacer rendir el dinero. Foto: Cortesí­a

En el artí­culo anterior culminamos la revisión de algunos efectos colaterales de la inflación, que tal vez no se ven muy claramente; no son muy evidentes: las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación, y que podrí­an resumirse en un corregir errores con errores. Y por esta razón es que creo que ha valido la pena analizarlas con detalle. Ahora, en este artí­culo, y en los sucesivos, haremos algunas reflexiones en cuanto al tema inflacionario.

Ya revisamos el caso de los salarios, las tasas de interés, las gavetas bancarias, el tipo de cambio, alquileres, aranceles, cuotas de importación, y precios de algunos bienes y servicios, entre ellos el sector salud y educativo, como regulaciones impuestas y precios que el gobierno comienza a controlar, en su búsqueda de detener la inflación y que no resuelven el problema de fondo, sino que originan otros.

Sigamos ahora con algunas reflexiones sobre la inflación, sus causas y sus muy nefastas consecuencias. Recordemos que para resolver el problema inflacionario los gobiernos acuden a controles de precios, con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio.

La inflación es un impuesto sin representación e inconsulto

Los impuestos o gravámenes fiscales son leyes que son promulgadas por los parlamentos. Y los parlamentos están compuestos por representantes elegidos por los ciudadanos, por el pueblo. De esto se interpreta que al promulgar una ley un parlamento, quien lo hace de forma indirecta, en segundo grado, es el pueblo. Cosa discutible y que da tela para una discusión interesante. Asumiendo esto, podemos decir que los impuestos han sido colocados por el mismo pueblo, que es quien los va a pagar. Y así­ podemos decir que no hay engaño al ciudadano: él mismo, a través de sus representantes, ha decidido cobrarse impuestos para dárselos al gobierno, y éste financie su gasto, asignando recursos en el orden de prioridad que el mismo gobierno haya definido; orden de prioridad influido por los valores y la visión que del mundo tenga el gobierno.

En el caso de la inflación, lamentablemente, no ocurre lo mismo: la inflación es un impuesto invisible que no se paga directamente a las arcas de la Tesorerí­a de la Nación; se paga cada vez que el ciudadano de a pie va al mercado a hacer compras, y que además se ha aplicado al pueblo sin consultarle previamente. Además, es muy poco probable escuchar a un diputado al Parlamento arengando a favor de colocar un impuesto llamado inflación al pueblo, o proponiendo subir la inflación, pero sí­ ocurre realmente que el Parlamento, y sus diputados, pueden terminar siendo cómplices de castigar así­ a la sociedad. También, al igual que ocurre con cualquier impuesto, el gobierno con la inflación financia sus gastos.

La situación descrita anteriormente pone en la mesa un evidente riesgo moral, pues el ciudadano está sufragando parte del presupuesto del gobierno con el impuesto inflación. Presupuesto que no necesariamente coincide con los intereses del ciudadano, aunque se le haya “consultado” indirectamente a través de sus representantes ante el Parlamento. Y si hilamos más fino, podrí­a llegar a decirse que, como sustraer un dinero del bolsillo de otra persona, sin el consentimiento de ésta, se llama hurto (robo sin violencia), entonces la inflación está muy próxima a ser catalogada como tal: se le quita sin consentirlo el fruto del trabajo y el esfuerzo del pueblo; algo que podrí­a señalarse como un atentado a los derechos humanos, y por ende, una flagrante inmoralidad.

La inflación afecta al consumidor venezolano. Foto: photopin (license)

Los impuestos promulgados por los parlamentos, generalmente discriminan, es decir, pechan la actividad económica de algunos; por ejemplo: algunas actividades quedan exentas, sólo pagan las personas y empresas que tengan ciertos niveles de ingresos, pueden ser progresivos, en el sentido de que quien más gana, más porcentaje de impuesto paga, etc… pero la inflación es un impuesto inconsulto que no discrimina: la pagan todos los ciudadanos sin distingo, y sí­ golpea más fuerte a las clases más desposeí­das, porque generalmente estas sólo tienen ingresos en la moneda “inflada”, y tienen acceso a menos instrumentos y formas para protegerse de la inflación.

Ciertamente en el corto plazo hay ganadores: el propio gobierno, porque financia sus gastos, y también los primeros receptores de ese gasto, como la burocracia, los proveedores de servicios del gobierno y contratistas. Pero en la medida en que ese dinero “sin respaldo” en producción, moneda mala dirí­an algunos expertos, va circulando por el torrente sanguí­neo de la economí­a, empiezan a aparecer los perdedores: la mayorí­a de los ciudadanos, porque tienen que soportar el impacto de la escalada de precios… En el largo plazo perdemos todos como sociedad.

¿Aprueban el examen los bancos centrales?

Si recordamos que el principal mandato que la Constitución o Ley Fundamental de una República da a su Banco Central, es controlar la inflación, preservar el valor de la moneda, entonces la gran mayorí­a de los Bancos Centrales está reprobada (claro está que unos están más reprobados que otros). Su directiva deberí­a poner sus cargos a la orden, en un acto de responsabilidad. Fallar en esta fundamental tarea, ¿No pone en duda la justificación de la existencia de la Banca Central?

Si antes de la existencia de los bancos centrales la emisión de dinero se daba por parte de bancos privados, y la evidencia empí­rica muestra que prácticamente no existí­a inflación, es decir, los precios en la economí­a eran estables; y luego los gobiernos crean un banco para monopolizar la emisión de dinero, hacen una moneda de curso legal y forzoso, llamado Banco Central, y el fenómeno inflacionario comienza a hacerse peor y más frecuente, ¿esto no pone en duda la justificación de la existencia de la Banca Central? Este tema es tan interesante y tan importante que amerita un artí­culo, o varios, destinados sólo a él; tarea que emprenderemos más adelante.

Entender la economí­a polí­tica de los controles, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. En el próximo artí­culo seguiremos reflexionando sobre la inflación, lo que se ve y lo que no se ve, sus ganadores y sus perdedores.

* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila.

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