La Sonrisa del Tiempo

Miguel González.-

Algunas personas al escuchar la palabra “vejez” piensan en la recta final de la vida como algo triste, adultos mayores que se van quedando solos con el pasar del tiempo, algunos que pierden la memoria y otros que sólo viven del pasado. Sin embargo, muchos de estos adultos mayores a pesar de sus circunstancias demuestran que la vida puede estar llena de felicidad, de amistad y optimismo. Ellos sin duda alguna son una fuente de sabidurí­a, y las bases de la sociedad actual.

Es el deber de las nuevas generaciones conocerlos mejor para aprender de la experiencia que cada uno tiene, y así­ otorgarles la dignidad que merecen. Con su carisma, actitud y calidez son dignos de ser retratados, ya que sus historias de vida son tan fascinantes que vale la pena tratar de reflejar en imágenes y palabras sus sonrisas serenas y tranquilas, las sonrisas que les ha dejado el tiempo.

En el Hogar San José se puede percibir un ambiente tranquilo y relajante con un toque nostálgico, lleno de las memorias de los que habitan en sus pasillos y habitaciones, como si el lugar pudiera transmitir los sentimientos de sus inquilinos. Hoy alberga 164 personas entre hombres, mujeres y matrimonios, 22 empleados y 11 hermanas de la Congregación de las Hermanitas por los Ancianos Desamparados.

Por lo general en la institución, que ya acumula 64 años de existencia, ingresa gente de bajos recursos o personas que no tienen quien los atienda: solteros, viudos o sin familiares. Por esta razón resalta en su nombre la palabra “hogar”, porque se convierte en una casa para todas estas personas que necesitan un ambiente familiar. Historias de vida que se relatan como una mezcla de emoción y melancolí­a.

Manuel Silva se mantiene siempre en contacto con sus hijos. Foto: Miguel González.

Manuel Silva, un venezolano, 81 años de edad. “Manolo” (como le dicen sus compañeros) viene de una familia humilde de ocho hermanos. Perdió a su esposa por leucemia luego de ocho años luchando contra la enfermedad. Luego de haber dejado el colegio su mamá le dijo que trabajara. Comenzó su búsqueda un dí­a vio un anuncio en el periódico para trabajar en la Procter & Gamble como “office boy”. Se inició como mensajero, lo que lo llevó a realizar viajes al exterior. Fue ascendiendo de cargo hasta que formó parte de un comité encargado de diferentes proyectos y convertirse en el tesorero. Esa experiencia ha sido una de las más importantes porque le cambió la vida.

Lleva seis años en el Hogar San José. Cuando le preguntan cómo es este lugar responde que lo llamarí­a felicidad. Se mantiene en contacto con sus hijos y viaja constantemente con ellos. Si pudiera dar un consejo a la juventud serí­a “haz y dedí­cate a lo que te gusta”.

Agustina Arthaona llegó a Venezuela hace 56 años. Foto: Miguel González

Agustina Arahona nació en Colombia hace 83 años, pero lleva 56 años en Venezuela. Llegó con la dictadura de Pérez Jiménez. “Aquella época en que el bolí­var era una maravilla”, dice entre risas con su compañera de habitación. Mientras viví­a en Colombia trabajó como soldadora, al mudarse a Venezuela se desempeñó como señora de servicio por dí­as. Vivió en Bello Campo, Chacao, pero dejó de trabajar en hogares por su osteoporosis en las rodillas y comenzó a laborar en el Hogar San José. No tiene ningún familiar conocido, se quedó sola después de que su marido murió. El ancianato la acogió y ahora está en su retiro.

No recuerda su nombre, pero transmite serenidad y alegrí­a. Foto: Miguel González

Un caso especial. Una señora se encontraba sentada sola, con mirada tí­mida pero risueña. Al preguntar su nombre completo comenzó a reí­rse, pero no contestó la pregunta. Luego de tres intentos sus compañeras hicieron señas intentando decir que no recordaba su nombre y que no perdiera el tiempo. No parecí­a entender qué estaba sucediendo, sin embargo, no dejaba de transmitir serenidad y alegrí­a. Cuántas cosas podí­an pasarle por la cabeza, nunca nadie podrá saberlo. Era una mujer alegre y risueña, que dejó una gran incógnita. Se despidió con una sonrisa amigable que sirvió de consuelo.

Pedro Abad Gómez recorrió toda Venezuela. Foto: Miguel González

Pedro Abad Gómez es un español de 89 años, nacido en Barcelona. Estudió en la Escuela de Trabajo. Laboró en la industria textil. No recuerda en qué año llegó a Venezuela, pero sí­ que nunca más volvió a su paí­s. Una vez establecido trabajó como visitador médico, encargado de recorrer los consultorios para entregar información sobre los nuevos productos o medicamentos que se han desarrollado en la industria farmacéutica recientemente. Por ésta razón recorrió todo el paí­s. Duró toda una vida viajando y afirma que Venezuela es un paí­s muy interesante.

Oscar Ferreira llegó a Venezuela por avatares de la polí­tica. Foto: Miguel González

Oscar Ferreira nació hace 76 años en Galicia. Cuando se vení­a de España su destino inicial era Cuba, pero como Fidel Castro se estaba montando en el poder justo en ese momento decidió cambiar su destino a Venezuela. Llegó en el Begoña (un barco), y ya lleva 56 años en estas tierras. Afirma no tener ninguna relación con su familia. Era operador de maquinaria pesada, trabajó para Maquinarias Nacional y ENZA y recuerda haber sobrevivido a un accidente en sus ocupaciones laborales. Disfruta de la Gaita Gallega e incluso llegó a estar en un grupo y viajó a varios paí­ses a presentarse en diferentes eventos. Sus dos hijos la practicaban cuando eran pequeños. Actualmente lleva 2 años viviendo en el Hogar San José.

Narciza Fernández López habla inglés y francés. Foto: Miguel González

Narciza Fernández López tiene 74 años. Viene de Delta Amacuro. Es egresada de la Universidad de Zulia en Inglés, Francés y Educación. Llegó a Caracas en 1988, y para 1989 comenzó a trabajar en Unesco, donde laboró por 6 años. Se convirtió en profesora y trabajó durante 25 años en la Universidad del Zulia. Ingresó en el 2013 en el Hogar San José, donde actualmente vive y goza de su retiro.

Nélida Gazcón ama Caracas. Foto: Miguel González

Nélida Gazcón nació hace 86 años en Monagas, pero a los 10 años se trasladó a la capital del paí­s. “Caracas es mi ciudad, Caracas es Caracas”, insiste. Trabajó como auxiliar de farmacia, modista. Se convirtió en enfermera de epidemiologí­a. Tiene una hija en Caracas y otra viviendo en Estados Unidos. Tiene un poco más de un año en el Hogar San José y encontró una excelente compañera de cuarto con la que le gusta compartir su afición por tejer y coser.

El Hogar San José trabaja para el bienestar de las personas que en algún momento fueron olvidadas. Ha sido y es hogar de antiguos empresarios, enfermeras, mujeres trabajadoras, obreros, costureras, visitadores médicos, profesores y muchos más. Hogar de personas con grandes historias, cientos de experiencias y muchas reflexiones sobre el gran misterio de la vida. Personas de las que se puede aprender y que tienen un mensaje claro para las futuras generaciones: la unión hace la fuerza. Donde quiera que estemos debemos hacer lo que más nos gusta, lo mejor que podamos. Debemos aspirar a ser la mejor persona que podamos ser.

* Miguel González es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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