Ven y verás | La vida de un hombre santo

Javier Rodrí­guez Arjona.-

Monseñor Javier Echevarrí­a consagró su vida al servicio de Dios. Foto: Cortesí­a UMA

Cuando en 1975 falleció San Josemarí­a, el Beato ílvaro del Portillo, su primer sucesor, escribió a los fieles del Opus Dei: “murió como era su deseo: saludando a una imagen de la Virgen de Guadalupe. De manos de la Señora recibió la rosa que abre al Amor las puertas de la eternidad”.

Después de que el Beato ílvaro se fue al cielo lo sucedió al frente de la Obra monseñor Javier Echevarrí­a.

Don Javier, quien estuvo ligado a San Josemarí­a desde bastante joven, pues el fundador lo hizo su secretario cuando apenas tení­a 23 años, vivió con empeño su determinación de ser muy fiel a Jesucristo, intentando vivir cabalmente el espí­ritu del Opus Dei que San Josemarí­a habí­a enseñado y practicado hasta el final de su vida.

En algunos momentos el Beato ílvaro, cuando Don Javier no estaba presente, llegó a decir del ausente que era un tesoro para toda la Obra. Por su finura de alma, por su delicadeza de conciencia, y también por poseer un prodigio de memoria que mantení­a presente tantos y tantos recuerdos y vivencias de San Josemarí­a, y por su fidelidad inquebrantable y su capacidad de querer.

Durante los 22 años en que don Javier Echevarrí­a ha estado al frente del Opus Dei, por la misericordia de Dios, la Obra ha seguido consolidándose y extendiéndose por todo el mundo.

El papa Francisco en su mensaje de condolencia, además de dar su más sentido pésame a los fieles de la Prelatura, dijo: “me uno a vuestra acción de gracias a Dios por su paternal y generoso testimonio de vida sacerdotal y episcopal” y resaltó que don Javier “entregó su vida en un constante servicio de amor a la Iglesia y a las almas”.

El padre, don Javier, quiso imitar siempre a San Josemarí­a por haber entendido que, para él, esa era la forma de unirse más profundamente con Jesucristo. El hecho de que el Señor lo llamara a su presencia un 12 de Diciembre, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, no deja de ser significativo de cómo la Providencia divina, de vez en cuando, remata con un detalle de delicada predilección la vida de un hombre santo.

* Javier Rodrí­guez Arjona es capellán de la Universidad Monteávila.

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