Hace algunos días la Universidad Monteávila celebró el 20° aniversario de la primera clase dictada en sus aulas. Una generación completa ha sido ya formada en esta casa de estudios, una generación que ha tenido que enfrentar el desafío de lo que significa un país sometido a la imposición y a la destrucción.
Algunas de las mujeres y de los hombres que han egresado de la UMA están fuera del país, varios por decisión propia; otros empujados por las circunstancias. Muchos de ellos todavía se mantienen en Venezuela, persistiendo y resistiendo con todas sus fuerzas. Todos ellos, sin importar el sitio en el que se encuentren ahora, llevan consigo la impronta umaísta, los valores de su alma mater.
Naturalmente la celebración no incluye solamente a los egresados, sino también a aquellos jóvenes que hoy están en los pasillos de la Universidad Monteávila, que entran en sus salones, que almuerzan en Chefas, que juegan con los gatitos, que asisten al Cine Club, que integran los equipos deportivos, que dan sus primeros pasos en Radio UMA, que asisten a las actividades de la Semana del Japón…. En fin, todos los que hoy hacen vida en la UMA.
La celebración del 20° aniversario del inicio de actividades no es solo un evento para recordar lo vivido, sino, especialmente, el momento propicio para, a partir de todo lo aprendido, trazar el camino que se quiere recorrer durante los próximos 20 años… 50 años, 100 años, 1.000 años… Porque precisamente una institución como la universidad debe tener siempre la vista puesta en su misión de formar a las generaciones para la construcción de una idea de país, para llevar a la práctica todo lo que se desea para el futuro.
Los estudiantes que pasan por la UMA no deben creer que su tránsito se reduce a 4 ó 5 años. Realmente los egresados nunca se van. Y no se trata por una conexión emocional o espiritual (aunque también lo es), sino porque en cada umaísta queda impresa la esencia de lo que es su alma mater. Cada uno de ellos refleja lo aprendido en su casa de estudios y queda por siempre como una extensión de la universidad.
Este compromiso, por supuesto, no se limita a los alumnos, sino que incluye a los profesores, quienes tienen la inmensa responsabilidad de no solamente ofrecer las nociones técnicas y teóricas para la formación de los futuros profesionales, sino también para transmitir los valores y la filosofía de la UMA, el color que realmente le aporta la identidad a esta universidad. Todo aquello que dibujaron sus fundadores y que luego ha sido atesorado por las gestiones que inició Enrique Pérez Olivares, continuó Joaquín Rodríguez Alonso, y hoy lleva Francisco Febres-Cordero Carrillo.
20 años han permitido entender que una universidad no es el edificio, ni el pizarrón ni la tiza. Una universidad son sus alumnos y sus profesores, sus autoridades y sus trabajadores. Una universidad es un cuerpo vivo conformado por seres humanos que siempre tienen la vista puesta en el futuro.
*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila