Alicia ílamo Bartolomé.-
Aunque la palabra diálogo tiene su etimología muy clara, que podríamos familiarmente traducir del latín como palabra entre dos, yo haría una traducción aun más libre: di algo. Porque me parece que en eso se ha convertido en los tiempos que corren: di algo y salimos de eso. Diálogos por aquí y por allá, que si en Miraflores, que si en República Dominicana, que si en Noruega, que si en Barbados, como última novedad. Van y vienen de una y otra posición, coleccionando diálogos que en nada resultan
Y; si embargo, mucho agradezco a los participantes de buena fe -algunos la tienen mala o ninguna- su empeño sostenido y heroico en buscar una salida a esta crisis nacional que padecemos. Al menos hacen algo, otros nada, sino criticar. Puede que estén equivocados, no lo sé, no entiendo mucho de política ni de los arreglos necesarios en ésta para llegar a acuerdos. Pero a mí el tal aferramiento al diálogo me descompone, ¡tantos han sido sólo burla!, por eso me agradaría que la RAE borrara la palabra del diccionario.
Cómo me afectará esta desazón dialogante, que yo, que soy teatrera, no lo quiero ya ni en el teatro. Vamos a hablar de conversación, conversatorio, plática, texto hablado, guión, interlocución, todo, menos aquello. Y no es porque no haya experimentado antes ese sabroso cambio de ideas y opiniones entre dos o más personas. En el pasado se han construido muchas cosas buenas a través del diálogo, pero hoy no y eso tiene que ver con lo que acabo de decir: intercambio entre personas. Como diría Cantinflas, ahí está el detalle… Me explico.
Un diálogo tiene que ser entre seres humanos con igual dignidad, o entre animales de la misma especie. Uno no oye a los pájaros conversar con los perros, ni a lo felinos con los reptiles. En mi casa, antes de que talaran las jaras de la acera -crimen de lesa flora-, en esas largas tardes dominicales en la sala después del almuerzo entre familiares y amigos, oíamos y veíamos a las guacamayas, generalmente azules, en animada cháchara, verdadera conversación y yo comentaba: Intercambian ideas para el programa de esta noche. No entendemos el lenguaje de los animales pero ellos se entienden entre sí. Es más, nos entienden a nosotros, en esos son más hábiles, pero no pueden contestarnos con palabras sino con la acción que obedecen…, o desobedecen. Por más que queramos a una mascota, no podemos dialogar con ella, sólo mimarla, acariciarla y hablarle, pero nos tenemos que conformar sólo con la respuesta de sus ojos inteligentes.
Por eso estos diálogos de ahora están destinados, todos, al fracaso. No puede haberlos si no hay personas de lado y lado. Y no hablo de personas dignas o indignas, inteligentes o brutas, sino simplemente de seres con sus defectos o virtudes, errores o aciertos, pero de la especie humana. No ha sido así, en un lado ha habido hombres y en el otro demonios. No podemos hablar con espíritus diabólicos, eso sólo lo pueden hacer los exorcistas autorizados y; sin embargo, las pasan negras. El diálogo con la oscuridad es siempre a tientas, no hay manera de entenderse con lo satánico porque en ese bando sólo se maneja la falsedad. Ya lo dijo Jesucristo: Lucifer es el padre de la mentira y sus hijos sólo conocen este lenguaje. La verdad está del lado de la luz. Allí nos entendemos.
¡La diafanidad de la verdad! ¡Cuánto tiempo nos ahorraríamos si habláramos sin dobleces! Al pan, pan y al vino, vino, dice el refrán español y qué cierto es. Nos perdemos en el tal vez, vamos a ver, déjame pensarlo que son como el humo del cigarrillo que se enciende para dilatar una respuesta. Pura cortina para velar una realidad. Vamos al grano.
En esta hora trágica, Venezuela necesita más que nunca gente veraz, auténtica, que ni engañe ni se deje engañar, ¡abajo la mentira!
*Alicia ílamo de Bartolomé fue Decana fundadora de la Universidad Monteávila