Felipe González Roa.-
Tal vez la pregunta más repetida de los últimos días, sobre todo en las últimas horas, a la luz de la vorágine que hoy sacude al país. A pesar de discursos y pretendidas explicaciones (en la calle o en redes sociales, da lo mismo), posiblemente nadie tiene una respuesta concreta. O al menos no una que realmente corresponda con los hechos y que no tenga como premisa anhelos y deseos.
Por supuesto, los protagonistas directos tendrán una visión bastante cercana que probablemente permitirá tener una idea más clara acerca del desenlace de los acontecimientos; los analistas, aquellos que se caracterizan por la seriedad y por la prudencia, trazarán escenarios que los ayudarán a comprender mejor la situación y, tal vez, explicarla con mayor precisión.
Sin embargo, la velocidad de los sucesos y la complejidad del problema hace que hoy los venezolanos estén caminando sobre un terreno inestable, lo que lleva a entender por qué hay tanta incertidumbre y falta de respuestas.
Definitivamente hoy nadie puede saber, con toda propiedad, qué está pasando en estos momentos y, sobre todo, qué pasará en el futuro cercano. Al menos nadie que realmente quiera aproximarse a una real comprensión de los hechos y que no hable solo movido por sus frustraciones y esperanzas.
Más allá de la compleja situación que atraviesa Venezuela (crisis económica, social, moral…), el problema que hoy signa al país es político y, por lo tanto, exige una respuesta política.
A este plumilla le gusta definir la política como la administración de los conflictos que naturalmente se presentan en toda sociedad, lo que hace que la política sea la lucha por el poder para así disponer de las herramientas necesarias para resolver esos problemas, siempre (o al menos es la idea) procurando la concreción del bien común. Qué tipo de soluciones se pretendan pues ya eso es otro tema.
Lo primero que hay que tener claro es la importancia de administrar las expectativas, no dejarse desbordar por el optimismo ni hundirse en el pesimismo. No pasar de la euforia a la depresión y recordar que la política tiene sus ritmos propios.
En el caso venezolano la administración de las expectativas implica ponderar debidamente las acciones populares, sobre todo las manifestaciones de calle. Hay que subrayar (y jamás olvidar) que los ciudadanos tienen el derecho (e incluso el deber) de protestar. Todos deben expresar libremente sus ideas, deben emplear los canales que consideren apropiado para gritar su malestar. Esto jamás puede ser arrebatado y siempre se debe garantizar.
Sin embargo, también hay que dejar claro que nunca un gobierno, en ninguna parte del mundo, ha caído por la simple presencia de personas en la calle. Aunque sean miles o millones. Solamente hay que repasar la historia y darse cuenta de la rotundidad de esta aseveración. Precisamente no entender esta premisa es lo que puede llevar a la defraudación de las expectativas, a la decepción y, a partir de allí, a la terrible desmovilización.
¿Cómo se resuelven, por lo tanto, los problemas políticos? Fundamentalmente a través de dos vías: o por acción política o por acción militar.
La acción militar implica el uso de la fuerza, emplear la violencia para poner fin a un conflicto. Esta alternativa implica un importante costo, sobre todo en vías humanas. Lamentablemente la historia de Venezuela está repleta de estos ejemplos.
¿Quién tiene la fuerza militar? ¿Quién puede aplicarla sobre el adversario? ¿Qué consecuencias tendría su uso? Estas son las preguntas que se deben responder cuando se piensa en emplearla, sobre todo en el actual contexto venezolano.
La otra opción, la acción política, implica fundamentalmente negociación. Aunque esta palabra, en pleno siglo XXI, suena a grosería e insulto, es realmente uno de los fundamentos de toda democracia. Negociar no significa necesariamente tranzar para alcanzar fines mezquinos, sino trabajar para la búsqueda de consensos.
¿Es posible negociar en una crisis política? No solo es posible, sino que, probablemente, también es recomendable. Especialmente si se carece de la fuerza militar para imponerse sobre el adversario.
¿Qué se negocia? ¿Cómo se negocia? ¿Con quién se negocia? Todo esto dependerá de la habilidad del dirigente político, de la determinación de los costos y de la valoración de los objetivos.
¿Se debe negociar la democracia? Por supuesto que no. Lo que se debe plantear, exigir y lograr son garantías y condiciones que permitan la consumación de los anhelos ciudadanos.
En este terreno la presencia popular en la calle, las manifestaciones y la exigencia de derechos, es, entre otras, una herramienta poderosa para inclinar una negociación, para disponer de más cartas sobre la mesa, pero en ningún momento se debe entender como el factor determinante en el desenlace de un conflicto.
Hay que tener en cuenta que los procesos de negociación política tienen sus ritmos y momentos, los cuales, a veces, no cuadran con las angustias de los ciudadanos, sobre todo en un contexto tan agobiante como el que hoy abruma a los venezolanos.
¿Qué está pasando? ¿Qué pasará? Difícil de responder hoy, pero sí es necesario comprender que se trata de un camino complejo que debe hacer ignorar cualquier explicación o propuesta que parezca excesivamente fácil.
Solo hay que recordar siempre lo que realmente significa ser ciudadano.
*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila