Rafael J. ívila D.-
En el artículo anterior, y luego de haber culminado la revisión de las consecuencias causadas por las formas en que el gobierno trata de resolver la inflación -un corregir errores con errores-, lo que podemos llamar efectos colaterales de la inflación, y que no son muy evidentes, terminamos de hacer reflexiones en cuanto al tema inflacionario. En este artículo, comenzaremos a plantear las que podrían ser algunas soluciones al tema.
Ya comentamos sobre que la inflación es un impuesto sin representación, inconsulto, y que no discrimina; sobre si los bancos centrales aprueban o no el examen, si hacen o no la función que de ellos la sociedad espera; sobre la paradoja de que la sociedad clama por rescate al mismo que le causa el problema; sobre la libertad de elegir; sobre el llamado “crecimiento con inflación”; sobre la ficción de los supuestos “almuerzos gratuitos”; sobre la relación agente-principal en la sociedad, sobre el contubernio socialismo-mercantilismo; sobre la inacción colectiva que evita que el problema se resuelva y no salgamos del statu quo; y sobre la vocación del líder empresarial.
Pasemos ahora a revisar lo que podrían ser algunas soluciones a la inflación, trabajando sus causas, y así evitar sus muy nefastas consecuencias. Recordemos que para resolver el problema inflacionario los gobiernos acuden a controles de precios con el argumento que si la inflación es el alza de los precios, entonces la solución es sencilla: controla el precio. Y ya hemos reflexionado en artículos anteriores que esa terapia no sólo no resuelve el problema de fondo, sino que además empeora la situación con terribles consecuencias.
Hemos hecho un diagnóstico en muchas aristas del problema, y espero haber logrado transmitir la idea de lo importante que sería para nuestras sociedades el control de la inflación.
Lo primero es recordar el origen del problema y enfocar al responsable: el gobierno. Entonces, si la raíz de todos los problemas enunciados a lo largo de esta serie de artículos está en la inflación, y esta sólo la puede generar el gobierno, pareciera que lo que hay que hacer es evitar la inflación, forzando a que el gobierno no la genere.
Amarrar las manos al gobierno… Pero, ¿cómo hacerlo?
Hay una serie de ideas de cómo amarrar las manos al gobierno, que en nuestras sociedades, luego de la necesaria toma de conciencia en el problema debemos debatir para decidir y ejecutar.
Una manera sería colocando cláusulas legales, constitucionales preferiblemente, que le resten grados de libertad al gobierno, por ejemplo, obligándolo a cumplir ciertas metas presupuestarias, o fijándole un nivel de gasto como máximo, según alguna medida de ingresos, o algún indicador, o poniéndole un tope a la variación interanual de la cantidad de moneda en circulación, entendiendo que si se quiere que el poder adquisitivo del dinero se mantenga estable, la oferta de dinero (cantidad de moneda y crédito) debe variar como lo hace su demanda. Que el gobierno gaste como máximo sólo lo que puede recabar en impuestos sería una sana decisión: equilibrio fiscal.
Ideas para controlar y limitar al gobierno, legal y constitucionalmente, seguramente se nos ocurrirían muchas, pero esta opción requiere de un estamento político muy consciente y formado, pues el parlamento es quien hace las leyes o convoca las enmiendas constitucionales, y está conformado por políticos, que en teoría representan al pueblo, pero que en la práctica también siguen intereses tanto de partidos políticos como de grupos de presión: partidos que son gobierno, o que podrían serlo, y grupos de presión que influyen en la imagen, generan votos o financian.
Entonces, esta forma de controlar la inflación requiere que el parlamento, integrado por políticos, emita leyes en ese sentido. Dicho de otra forma, requiere que los políticos se amarren las manos a sí mismos. Hay que estimar los incentivos que los políticos tendrían a auto-controlarse: en principio, se estiman bajos, a menos que grupos de interés que puedan influir en los parlamentarios se lo exijan.
Medidas que controlarían la inflación, pero que requieren a un parlamento alineado a los intereses del pueblo, son:
Apegarse al Patrón Oro, es decir, que la cantidad de moneda en circulación guarde una relación fija con la cantidad de oro que posea el Banco Central en sus reservas. En el caso venezolano, sería un retorno al patrón, pues nuestro Banco Central (BCV) inició sus operaciones en 1940 respetando una relación de reservas en oro (o equivalentes) de cincuenta por ciento (50%) de la cantidad de dinero en circulación, es decir, podían circular como máximo tantos bolívares como el doble del valor de las reservas de oro. Aunque a las dos décadas de iniciar su vida el BCV “relajó” la norma hasta un 33%, el Patrón Oro rigió por un período de casi 35 años, y la inflación fue baja durante la misma época: un promedio interanual de 3,64%.
Permitir la competencia de monedas, es decir, que pueda circular cualquier moneda en el país, y que los contratos y transacciones entre partes puedan establecerse en la moneda de preferencia de los involucrados. La tendencia de esta posibilidad sería que los contratos y transacciones se pactarían en las monedas más duras, terminando estas siendo las de mayor aceptación y circulación, y que desaparecería el uso de las monedas de menor valía, quedando estas para vitrinas de coleccionistas y museos. Para que esta competencia entre monedas se permita habría que vencer el sentimiento nacionalista que se despierta al prever que la moneda del país tendería a desaparecer. Entonces habría que exigirle al gobierno que no infle la moneda, si es tan nacionalista y no quiere verla desaparecer. Que sea “fuerte” de verdad, para que las personas la prefieran y así no desaparezca.
“Dolarizar” la economía, es decir, permitir que la moneda de curso legal sea el dólar estadounidense. Esta solución lo que lograría es que se sustituya, aproximadamente, la inflación doméstica por la del país al que se está atando, es decir, la inflación estadounidense. En este caso, dejaría de tener trabajo el Banco Central, pues lo que en la práctica ocurriría es que el destino inflacionario del país quedaría en manos de la Reserva Federal estadounidense. Lógicamente la idea de esta política es que el país que quiere controlar su inflación se «ate» a las decisiones de un país con demostrada menor inflación, y por ejemplo, en las circunstancias actuales sería: «dolarizarse», «eurizarse», «esterlinizarse» o «franco-suizarse». En el fondo, lo que se está diciendo con esta práctica es que se confía menos en las decisiones de los políticos domésticos que en las decisiones de los políticos del país al que se ata. Esto sería otro escollo para lograr la instauración de esta medida, pues requiere que los políticos nacionales, en un acto de «mea culpa», expresen que ellos no son lo buenos que deberían ser, y por ello, es mejor confiar en mejores políticos, que son de otro gentilicio. Algo difícil de imaginar. Por cierto, este tipo de medidas cooperan en alcanzar metas de baja inflación, porque el gobierno (a través del banco central) pierde la capacidad de impresión de dinero “sin respaldo” o inorgánico, para cubrir déficit fiscales. Ya no tendría el gobierno esa “válvula”. Vale la pena decir que la dolarización no hace que el país crezca económicamente (de forma mágica). sólo coopera en reducir la inflación, que por supuesto ya es gran cosa.
Entender la economía política de la inflación y de los controles, identificar ganadores y perdedores nos permite entender por qué es difícil cambiar el statu quo.
Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. En el próximo artículo continuaremos planteando las que podrían ser algunas soluciones al problema inflacionario, como por ejemplo, instaurar y ceñirse a alguna regla monetaria.
* Rafael J. ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila.