Palabras del rector | La hora de ejercer la ciudadaní­a

Francisco Febres-Cordero Carrillo.-

Francisco Febres-Cordero-Carrillo (UMA), Enrique Planchart (USB), José Virtuoso (UCAB), Cecilia Garcí­a Arocha (UCV) y Benjamí­n Sharifker (Unimet) reflexionaron sobre la crisis. Foto: Cortesí­a

Como estamos entre universitarios, permí­tanme comenzar mi intervención citando el párrafo de inicio de la novela Historia de dos ciudades de Charles Dickens:

“Era la mejor y la peor de las épocas, el siglo de la locura y de la razón, de la fe y de la incredulidad; era un perí­odo de luz y de tinieblas, de esperanza y de desesperación, en la perspectiva del horizonte era más esplendente y la de la noche más profunda, en el que se iba en lí­nea recta al cielo y por el camino más corto al infierno; era en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, según la opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal.”

Perdónenme si en esta intervención hablo en superlativo, pero la situación que vivimos y sufrimos en el paí­s quizá me haga hablar de esta manera.

En Venezuela desde hace 18 años vivimos ahogados bajo el intento polí­tico de instaurar una pretendida contracultura. Pero no una contracultura verdaderamente contestarí­a que busca alternativas a un tradicionalismo inerte y monótono, vivificando el presente para buscar la transformación del futuro. No, lo que se ha intentado instaurar es una contracultura materialista que busca borrar y desconocer nuestro pasado nacional; una cultura que no plasma el verdadero ser individual y colectivo de la patria venezolana; una cultura que pretende ser el producto de una regulación legislativa y de una actuación administrativa de corte totalitario y militar. Una cultura concebida desde la materialidad de los medios de producción, y nunca entendida como una manifestación de la riqueza y de la sabidurí­a acumulada de la sociedad venezolana.

En el paí­s se ha tratado de imponer un sistema que desconoce el ejercicio ciudadano. Sistemática y metodológicamente se ha negado la dimensión profunda del pensamiento humano, divorciando a la verdad de su expresión en la vida pública. Haciendo imposible la comunicación. Se ha querido implantar un sistema de ideas y prácticas que desconoce a la polí­tica como una herramienta para la búsqueda del bien común, colocando a las estructuras del estado por encima de los legí­timos derechos ciudadanos. Un sistema de ideas y prácticas que no reconoce la pluralidad del pensamiento, el gobierno compartido, la alteridad del ejercicio del poder, y la responsabilidad del manejo de la cosa pública. Un sistema que dice ser anti dogmático y sus anti dogmas se han convertido en dogmas cerrados, violentos y destructivos. En definitiva un sistema de ideas y prácticas que no cree en la democracia.

En Venezuela asistimos a un divorcio estructural. Los cimientos que sostienen a las instituciones que rigen la vida social se han ido como separando de la unidad armónica que conforman los elementos que le dan cualidad de vivible. Me preocupa en particular el divorcio que hay entre la ética y el derecho. Asistimos asombrados a un espectáculo sin igual. El proceso de desconocimiento de la institucionalidad democrática establecido en la Constitución es su más palpable prueba. Quienes hoy ostentan el poder, falsean la realidad a través de interpretaciones legales, narrativas idealizadas, montajes fotográficos, manipulaciones del pasado y promesas de futuribles inalcanzables. El derecho se ha convertido en instrumento, herramienta y medio para desconocer, manipular, transgredir, atacar, vituperar y conculcar la justicia. El derecho ha dejado de ser manifestación excelsa de la cultura entendida como una proyección de la intimidad del hombre que busca perfeccionarse él, y desde él mismo a la sociedad.

Reiteradamente en Venezuela se habla de la necesidad de incoar un proceso de diálogo bajo el supuesto de que dirimirá los conflictos que nos agobian. Es un camino cierto y razonable. Pero el diálogo tiene que ser desde la verdad y desde el reconocimiento por parte del gobierno de que sus polí­ticas no han permitido el verdadero desarrollo de la institucionalidad constitucional en Venezuela. Y a los demócratas del paí­s se nos exige firmeza en las exigencias y dejar de un lado la búsqueda de bienes particulares, proyectos personales o ganancias partidistas.

Febres-Cordero denuncia desconocimiento de la institucionalidad democrática. Foto: Cortesí­a

En Venezuela tenemos, entre muchas cosas, la tarea de devolverle al derecho y a la justicia el brillo que le son propios. Tenemos que descubrir el prestigio de la verdad y recuperar el sentido común que favorezca el progreso y el desarrollo moral, espiritual y material del paí­s. Llega la hora, es urgente, de tomar las riendas del trabajo que busca la transformación de las estructuras basales que actualmente ahogan y oprimen al Estado y a la Nación venezolana. La hora de ejercer la ciudadaní­a asumiendo los asuntos públicos con la misma responsabilidad con la que asumimos los privados. Es un compromiso de solidaridad presente e intergeneracional cuya premisa es que ningún hecho de importancia puede permanecer como un accidente marginal a la historia. Y tamaño compromiso solo puede corresponderse con lo que se considera propio en lo patrimonial y espiritual: el paí­s propio. Y parte de esta transformación se hace y se deberá hacer desde y con las universidades.

Las universidades contribuyen al desarrollo espiritual, cultural y material del paí­s. Como sabemos las universidades trabajan en formar los hábitos necesarios para la constante búsqueda de la verdad. Búsqueda que se realiza como en tres grandes vectores: primero en el entendimiento amplio de lo que el hombre y la sociedad son. Luego, en la formación de una identidad personal y colectiva. Y por último, en la conformación y custodia de una memoria colectiva, que desde un fondo y un patrimonio común, sean como el fundamento de la construcción de los elementos propios del Estado nacional.

Las universidades deberán pues impulsar la formación de un pensamiento crí­tico que confronte a la realidad y propicie un diálogo entre las diversas corrientes del saber. Este pensamiento crí­tico intentará mirar a la realidad desde su complejidad y no desde parcialidades o intereses particulares o ideológicos. Tan es así­ que la Ley de Universidades en su art. 4 dicta que la enseñanza universitaria se inspirará en un definido espí­ritu democrático, de justicia social y de solidaridad humana, y estará abierta a todas las corrientes del pensamiento universal, las cuales se expondrán y analizarán de manera rigurosamente cientí­fica.

Como corolario de lo anterior, necesariamente la Universidad contribuirá al redescubrimiento de los dos planos en los que los hombres se mueven: el plano vertical que eleva al hombre a la trascendencia de su formación y su quehacer personal y colectivo, y el plano horizontal que desde el reconocimiento del propio yo, sale al encuentro del otro, para desde allí­ conseguir la conformación de un nosotros solidario.

Para terminar me quiero dirigir a los estudiantes. No olvidemos que los que promueven la paz siembran con la paz el fruto de la justicia (Santiago 3, 18). Nos ha tocado vivir un tiempo en el que se nos exige un compromiso con la verdad y con la vida republicana de la nación. Un compromiso con la libertad. A través del legí­timo ejercicio de nuestros derechos ciudadanos, las universidades deben estar comprometidas con la democracia, con la paz y con la justicia del paí­s. Las universidades están para hacer, según las palabras de Dickens, una Venezuela que sea razón, fe, luz y esperanza para todos. Venezuela cuenta con ustedes.

Que vivan los estudiantes. Que viva la universidad. Que viva Venezuela.

* Discurso del rector de la Universidad Monteávila, Francisco Febres-Cordero Carrillo, en evento De la Universidad al paí­s, realizado el 2 de mayo del 2017 en la sede de la UCAB.

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