Miguel Teixeira.-
Las elecciones celebradas el 6 de noviembre en Nicaragua han salpicado el paisaje democrático latinoamericano. Este proceso electoral dio como ganador al por tercera vez reelecto presidente Daniel Ortega, quien tiene el mando del país centroamericano desde hace casi 10 años. En esta oportunidad el líder del Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN), obtuvo un apoyo de 72,44%, respaldo que, en los mejores casos, llama mucho la atención.
Para empezar a comprender lo que sucede en Nicaragua es suficiente, en un primer momento, con regresar a julio del 2016, mes en el que la Corte Suprema de Justicia, bajo el control de los sandinistas, destituyó a 28 diputados opositores. La remoción de los parlamentarios se logró a través de un cambio del representante legal del Partido Liberal Independiente, principal contendor de Ortega, impuesto por la alta corte nicaragí¼ense, la cual no fue aceptada por el partido opositor, por lo que el nuevo funcionario solicitó la separación de los legisladores.
Estos hechos, según afirma el internacionalista Sadio Garavini, son “inconcebible en una democracia, en un estado de derecho”.
Las elecciones arrojaron una abstención de 42%, según los datos ofrecidos por el organismo comicial de Nicaragua, cifra que, a juicio de Garavini, pudo ser mayor puesto que la oposición política del país no participó en los comicios.
La internacionalista Elsa Cardozo explica que la consolidación del dominio del sandinismo se debe a diversos factores. “En primera instancia se debe entender que las medidas económicas de Ortega, como la apertura a inversión internacional, son bien vistas por la población y apoyadas por los empresarios del país”, señala.
Cardoso afirma que la abstención también tiene que ver con la pérdida de poder por parte de la oposición, lo que se agrava con el “asedio político” sufrido por  sus dirigentes y organizaciones políticas.
Garavini concuerda con esta visión y agrega que la desunión y falta de una alternativa creíble hace imposible la vida de la oposición en el país centroamericano. “En Nicaragua eso está controlado totalmente porque la oposición es débil, dividida y no está representada en ningún poder del estado”, asevera.
“Dada la inocultable pérdida de condiciones esenciales para la democracia (tanto en la integridad electoral como respecto al ejercicio del poder en el marco de la separación de poderes y el respeto a los derechos políticos) el resultado de las elecciones recientes confirma y agrava la pérdida de democracia en Nicaragua, por la concentración de poder en el presidente y en su partido”, subraya Cardozo.
Ante esto nace la duda sobre cómo afectará esta elección al desarrollo político del país. Con respecto a la actuación de la oposición no parecieran existir indicios de un plan distinto al que han presentado con anterioridad, por lo que se asume que no existirán cambios en este sentido. A raíz de esto y el control hermético de los poderes del estado por parte del FSLN es entendible que la situación interna se mantenga estática o se deformen progresivamente los restos de la fachada democrática que muestra el gobierno de Ortega.
En relación a las consecuencias en el ámbito internacional, Garavini, quien en el pasado fungió como embajador de Venezuela en Guatemala, recuerda que países como Nicaragua precisan de la inversión constante de agentes como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo para el mantenimiento de infraestructuras y planes económicos. Estas puertas, señala el experto, parecen estarse cerrando, así como el apoyo de Venezuela, que en años anteriores otorgó aproximadamente cuatro mil quinientos millones de dólares a Managua, de lo cual solo recibió 20% durante el 2016.
Otro factor relevante en este aspecto es la relación con Estados Unidos. Ortega ha desempeñado un papel excepcional con respecto a mantener una dualidad entre su discurso político y las acciones económicas que comete. El discurso antiimperialista, neo-izquierdista y comunista parecen desvanecerse cuando se trata de materia económica, por lo que Nicaragua mantiene un tratado de libre comercio con la potencia norteamericana. Garavini refiere que el futuro gobierno de Donald Trump, con los republicanos dominando ambas cámaras del Congreso, posiblemente no aceptará las prácticas políticas del líder sandinista y podría decantarse por aplicar sanciones en contra del país.
El ex embajador califica como un error la escenificación de lo que denominó “falsas elecciones” puesto que, bajo su opinión, el sandinismo pudo haber obtenido la mayoría de los votos necesarios para ejercer un poder imponente en la presidencia y el Parlamento. Esto se traduce, en su visión en más problemas que beneficios.
“Cometió una estupidez porque en el fondo es un autoritario que nunca creyó en la democracia. El vio necesario tener una mayoría en el congreso y se fue por la vía de la trampa, de la exclusión ilegal”, enfatiza.
Ambos expertos concuerdan que el gobierno de Ortega se trata de un autoritarismo que pretende mantener una fachada democrática en búsqueda de aprobación internacional pero que va poco a poco mostrando sus verdaderos matices dictatoriales.
“Pienso que entra en la categoría de los llamados autoritarismos-competitivos, pues si bien se realizan elecciones estas son el producto de procesos cada vez más viciados, y en cuanto al ejercicio del gobierno, hay signos ya inocultables claros de la disolución de la separación de poderes en beneficio de un amplio y crecientemente arbitrario del poder presidencial”, resalta Cardozo.
* Miguel Teixeira es estudiante de Comunicación Social de la UMA.