Willmar Tarazona.-
Suena ligero, trivial. Cada día más y más personas escuchan este término y en su mayoría reaccionan sorprendidos por los avances de la ciencia y la inteligencia humana, por esa capacidad que tenemos como raza de crear nuevas realidades, basadas en nuestros deseos.
¿Pero qué es realmente un metaverso conceptualmente? El concepto fue desarrollado en la novela de ciencia ficción Snow Crash de Neal Stephenson (1992) y no es otra cosa que un espacio virtual 3D que, conectado en línea, recrea un entorno ambientado en la realidad o no, donde los usuarios acceden a través de gafas en terminales personales o públicos, y aparecen como avatares, que recorren este mundo virtual a pie o en vehículos. ¿Te viene a la cabeza algún videojuego? ¿Tal vez Fortnite?
Estos metaversos – multiversales por extensión, donde cada uno está ambientado en realidades disímiles, pero con características y opciones similares – se popularizan gracias al desarrollo de las tecnologías de realidad aumentada y realidad virtual, muy presentes en los videojuegos inmersivos y en muchas otras áreas, como en la arquitectura, la medicina, la domótica y los deportes, por nombrar algunos.
La realidad es que son cada vez más tangibles porque abren la puerta a mundos utópicos, donde los seres humanos pueden entretenerse sin los riesgos físicos de la realidad. Donde todo es perfecto, controlado. Y nada como un lugar idílico para olvidarse de los problemas.
Imagina un mundo donde puedas ir al concierto de tu artista favorito, vivir la misma experiencia de la presencialidad, sin siquiera salir de tu habitación. O donde puedas controlar tus finanzas en base a algoritmos que te ayuden a organizarte lo suficiente para evitar el derroche y los gastos innecesarios. Trabajar desde casa o desde cualquier lugar, a la hora que desees. O más allá, un lugar donde puedas conocer a nuevas personas, entablar relaciones virtuales que transciendan a la realidad. ¿Suena tentador, no?
Y es allí donde radica el principal riesgo de esta tecnología, que avanza cada día más hacia una masificación que, podría en un futuro no muy lejano, sustituir la experiencia que nos brinda el Internet como lo conocemos. La esencia de las relaciones humanas está en juego.
No solo se corre el riesgo de perder nuestras propias identidades, como lo vimos en las películas Avatar de James Cameron (2009) o Ready Player One de Steven Spielberg (2018), sino de perder nuestra propia humanidad, abriendo paso a proyecciones de nosotros mismos, sin imperfecciones, sin mucho de nuestra esencia, de eso que nos hace únicos, humanos.
Aún parece lejano que esta tecnología sea masiva – aunque ya existe -, pues aún no está claro el modelo de negocio que esto supondría para las grandes corporaciones. Pero lo que en los noventa sonaba como una locura imposible, hoy es tangible y vemos sus primeros pasos concretos. No en vano Mark Zuckerberg apuesta a este nuevo Metaverso. Habrá que seguir atentos a estos avances que, más temprano que tarde, impactarán en nuestra propia realidad.
*Willmar Tarazona es profesor de la Universidad Monteávila