Alicia ílamo Bartolomé.-
 Empieza el último mes del año y eso me hacer volver hacia atrás, a los días vividos en este 2021. He tenido inquietudes, dolores, alegrías, satisfacciones y temas de reflexión. Es decir, como un párrafo de la vida de cualquier mortal.
Estuve seriamente enferma, pero sobreviví, he perdido familiares y seres queridos, he tenido buenas noticias y la satisfacción de una gran acogida a mis escritos, pero, sobre todo, una reflexión ha golpeado mi mente: el tratamiento de las personas como cosas.
Cosas eran los esclavos en la antigí¼edad. Los vendían y compraban en mercados o en tratos particulares, susceptibles de ser tasados según su calidad, después de un ominoso examen físico. Hablamos de la antigí¼edad, pero la esclavitud apenas si fue abolida oficialmente el siglo XIX, no hace ni dos siglos y, en realidad, en ciertas formas continúa: con la trata de blancas, la venta de niños, la pornografía infantil, el mínimo de los salarios, la explotación comercial de la sexualidad, amen del sometimiento escandaloso de la mujer en la cultura extremista islámica.
Ver mujeres forradas en tela negra de arriba abajo, aún en altas temperaturas, con una estrecha abertura, como ventana a la altura de los ojos para poder al menos ver, es algo que no sólo provoca lástima, sino asco y repugnancia.
Pero no sólo tratan a la gente como cosas en esos submundos de la perversión y del subdesarrollo, sino en el mundo muy civilizado de Occidente y Oriente. Específicamente, en el ámbito del deporte.
La reflexión que me ha golpeado la mente, nació del caso Lionel Messi y su venta al Paris-Saint Germain, de lo cual escribí a su tiempo. No sólo en el fútbol internacional al hombre lo convierten en cosa, también en el béisbol local de los Estados Unidos, en las Grandes Ligas: a los jugadores los compran, los venden, los permutan, como meros objetos y hasta públicamente.
En julio comienzan los comentaristas deportivos a hablar de estos cambios y de quien pasa a ser agente libre, es decir: Estoy a la orden del que quiera comprarme. Y ni hablar del boxeo. En éste, el tráfico de los intereses del dinero es tal, que hasta obligan a un boxeador a perder una pelea, a que salga todo magullado, a costa de su integridad corporal, que es su fuente de vida.
El deporte se convierte así, no en lo que debe ser, una actividad para el desarrollo y vigor corporal, sino para lo mismo, pero en cuanto a cuentas bancarias.
Acaban de inaugurar en el estadio de fútbol de Nápoles una bella estatua de Diego Armando Maradona, a quien el equipo de la ciudad le debe su ascenso y me alegra muchísimo, pero no se me olvida que se unieron para precipitar su dolorosa caída en la droga y su consecuente degradación, dos “grandes” de entonces: el presidente de la FIFA y el primer ministro de Italia, ambos envueltos en sucios intereses comerciales.
No sé en cuáles otros deportes se sucede este juego de intereses financieros. Me parece el tenis uno de los más limpios en este sentido. Me gusta, tanto precisamente por esta pulcritud, como la del mismo juego, los jugadores no se tocan para hacerse maldades, en cambio tal sucede en el fútbol.
Sin embargo, Novak Djokovic dijo, que, en sus comienzos como figura tenística, le habían hecho una vez la propuesta –él la rechazó, por supuesto- de perder un partido por una fuerte suma. ¡Dios, ni el deporte blanco se salva! Y quién sabe cuántas actividades humanas más tampoco se salvan.
¡Cómo se van a salvar, si el más perfecto hombre, el Hijo de Dios, perfecto Dios también, fue tratado igual! Pronto vamos a celebrar la Navidad, fiesta de alegría por el nacimiento del Verbo, pero en él, aunque invisible en el pesebre de Belén, venía encerrado su martirio, el motivo de su Encarnación.
33 años después, lo crucificamos y no sólo sus compatriotas judíos, sino a también nosotros, los gentiles, ¡y lo seguimos haciendo hasta hoy! Para que sus manos llegaran en la cruz a donde sus verdugos querían clavarlas, estiraron sus brazos como los de un muñeco de trapo, hasta luxar sus hombros, codos y muñecas; por las caídas camino del Calvario, igual estaban sus rodillas y tobillos.
Lo que colgaron de la cruz fue un auténtico pelele, ¡y era el Redentor del mundo tratado como una cosa!
*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila