Niños de la calle ganan hasta 30$ haciendo malabares en los semáforos

Caminan largos trayectos por la capital para aprovechar el tráfico, se exponen al virus, pasan hambre y mendigan para sobrevivir en las calles.

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Los niños se rotan para huir de la policí­a. Fotografí­a: Cortesí­a

Marí­a D’Innocenzo.-

Ropas sucias y rotas, con aspecto desaliñado y el cabello despeinado, la piel tostada por el sol, bermudas o pantalones rasgados que se sostienen a sus cuerpos con cables o mecatillos que hacen la función de correa, y zapatos con suela gastada o rota de tanto caminar; y claro, tres o cuatro pelotas, que no pueden faltar para que estos niños salgan a buscar dinero para subsistir.

Mueven las manos con agilidad para hacer malabares cada vez que el semáforo se pone en rojo, y luego corren entre los carros para ver quién les da algo de dinero. “A veces te ignoran, y algunos te dan cualquier cosa que tengan”.

El grupo de seis niños está “liderado” por un joven de unos 16 años, alto y flaco llamado Joan, que comenta: “Yo me fui de mi casa porque no habí­a pa’comer, y salí­ a la calle como a los 12 pa’ buscar qué hacer, y he hecho de todo, ahorita los cuido a ellos para que sepan por dónde meterse, qué zonas son mejores y cómo escapar de los pacos”

Hace años los niños se veí­an sobre todo en zonas céntricas como Sabana Grande o Chacaí­to, ahora aseguran que “no nos podemos ir para allá porque los policí­as nos agarran, agarran a los más pequeños y se los llevan, o a los mas grandes nos llevan presos, entonces nos venimos para acá y nos movemos todo el dí­a”.

Se mueven de acuerdo a la hora y el dí­a, El Hatillo los jueves, viernes y sábado; se mantienen en La Trinidad y El Cafetal a partir de las 11 de la mañana, y así­ van dependiendo del tráfico de gente de cada dí­a, y de a quién le pertenece esa zona. Asegura Wilay, uno de los niños mayores, que “hay varios grupos, y para que no haya guerra, cada uno tiene su zona”.

Yo me conozco Caracas pa’lante y pa’tras”, dice el mayor Joan. “Ya por esta zona de La Trinidad las panaderí­as no nos aguantan, antes nos daban algo, pero ya ni eso, nos quedamos por acá por la gente, siempre sale alguien que nos da algo pa’comer”.

“A veces nos traemos a mi hermano Kevin, tiene 6, porque a la gente se les agua el guarapo cuando los ve así­ chiquitos, pero ese ya sabe cómo tiene que hacer para pedir”, agrega.

La pobreza afecta por igual

También es común ver a personas mayores o discapacitadas merodeando los semáforos. En uno de La Trinidad se sitúa los fines de semana un señor de mediana edad, Eduardo, que padece discapacidad para caminar y hablar pero que logra, a duras penas, comunicarse con pocas frases, intercalando el inglés y el español, dijo: “Hello my friend, ayúdeme please” y que al recibir alguna ayuda agradece en inglés igual.

En otros lugares, como La Florida se ven pocos niños, es una zona mucho más peligrosa en las noches, pero una señora de muy avanzada edad duerme a la intemperie bajo algún faro que le dé algo de luz y al lado de un semáforo esperando que alguien la ayude. Tiembla desesperadamente por las bajas temperaturas a causa de sus pocas y desgastadas ropas y se moviliza en una silla de ruedas destartalada de tanto uso.

Abraham, uno de los más pequeños, cuenta que su madre lo manda todos los dí­as con su grupo a ver qué consigue, mientras ella, madre soltera, hace lo mismo por otras zonas, o a veces se pone a limpiar casas por El Calvario, zona donde viven la mayorí­a de los niños de este grupo.

Hay dí­as buenos y dí­as malos, y depende de dónde nos pongamos, a veces hacemos hasta 30$, porque la gente con carro no carga bolí­vares, entonces nos dan dólares, pero sino nos dan comida, o ropa”, comenta Luis, uno de los chicos del grupo de La Trinidad, el más ágil y que hace malabares mientras que los otros piden.

“Ellos son mis hermanos, no de sangre pues, pero sí­ de corazón, nos cuidamos y salimos a trabajar todos los dí­as, nos prestamos la ropa cuando nos hacemos grandes, y dormimos apretados cuando nos toca estar afuera. El covid lo complica todo, pero tenemos que salir igual, sino no comemos

Sin futuro, solo presente

La situación de calle no es fácil, muchos de ellos son golpeados por policí­as, la gente los insulta o incluso los amenazan, otros se limitan a ignorarlos o mirarlos con desprecio e incluso miedo. “Una vez me metí­ debajo de una camioneta porque se me habí­an ido las pelotas a medio malabar, y el tipo casi me pisa, pero tení­a que buscar las pelotas porque no hay más”.

Los niños son mas pequeños de lo que deberí­an, según su edad, debido a la mala alimentación, muchos no saben leer o escribir porque no van a clases y su vocabulario es escaso.

En las calles de Caracas es común no solo ver a personas mayores que no consiguen trabajo por discapacidad mental o fí­sica, sino niños que pasan hambre, se exponen al virus y mendigan, porque es mejor para ellos pedir dinero haciendo malabares, que ir al colegio a estudiar o quedarse en casa.

“¿Con este covid cómo vamos a estudiar? Eso de ver clases por internet es para gente rica, en mi casa y mi colegio eso no se puede, entonces voy a la calle, por lo menos aprendo a trabajar y como con lo que me dan, en mi casa ya me habrí­a muerto”, afirma uno de los niños, mientras el semáforo se vuelve a poner en rojo.

Marí­a D’Innocenzo es estudiante de la Universidad Monteávila

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