«José Gregorio alcanza para todos»

Los fieles del médico de los pobres le rinden humilde devoción en la iglesia La Candelaria, entre mercados, niños y ancianos y el bullicio típico del centro de la ciudad.

D. Lander/Y. León.-

“A mí me gusta José Gregorio Hernández porque él piensa en los pobres”, expresó Roberto García de 63 años, visitante habitual de la iglesia Nuestra Señora de La Candelaria donde se encuentran los restos del ahora primer santo venezolano, desde 1975.

José Gregorio Hernández falleció en 1919 y fue declarado beato por el Vaticano en el 2021, mismo año en que sus restos fueron trasladados a un monumento más grande dentro de la misma iglesia, justo al lado del Nazareno.

El título de beato fue dado por la santa sede debido a la corroboración de su primer milagro: una niña de 10 años del estado Guárico que fue golpeada por los proyectiles de una escopeta en la parte temporal derecha del cráneo, dejándola con “graves heridas”. Transcurridos 20 días de su operación la pequeña estaba recuperada sin ninguna condición especial, producto de las lesiones.

“Nadie pensaba que iba a salir viva y él hizo la gracia (…) Porque Dios es el que hace el milagro y ellos -los santos y beatos- son los que interceden”, especificó Carlos Fernández, trabajador de la iglesia.

Por más de un lustro, Fernández ha trabajado en la iglesia de La Candelaria. El hombre ya canoso, de unos 60 años, asegura haber sido “curado” de un cáncer por la gracia del santo de los pobres y desde entonces se ha dedicado a prestar servicio en su nombre.

Con admiración recalca el “abismal” peregrinar de personas de todas edades y lugares en el que se ha convertido la iglesia anclada en el corazón de La Candelaria, desde que se declarase la beatificación del médico venezolano en el año 2021. “Todos vienen con fe”, dijo con orgullo.

Al entrar por cualquiera de las puertas de la iglesia, construida en 1708 y declarada Monumento Nacional en 1960, lo primero que se nota es el silencio abrazador que logra anular todo sonido de la calle, como si fuera una cámara bancaria de alta seguridad.

Mientras afuera, a pocos pasos, se encuentra el gimnasio público, jóvenes practicando voleibol, y aproximadamente 30 viejitos jugando alegremente dominó y ajedrez.

Además de los ruidos propios de una ciudad ajetreada en plena hora pico: cornetas, el característico “Petare-Baloa” del transporte público y las campanas de los carritos de raspados de a dólar.

La iglesia cuenta con cinco entradas: tres principales y dos a los lados. Al abrir sus puertas a las 3:00 p.m. rápidamente entran una, dos, tres personas… en un abrir y cerrar de ojos los fervientes van llegando.

Algunas al entrar rompen en llanto, otras rezan y otras pocas simplemente contemplan la estructura que se remonta a 1705. Todos los presentes, sin importar si son creyentes, entienden el valor trascendental que este lugar representa para los que veneran al beato.

“¡Amén, Amén!”, murmura una señora mayor sentada con un rosario de madera.

Al final del pasillo sur de la iglesia, muchas personas le llevan pequeños y grandes arreglos de flores, que pueden comprar en la entrada del templo, en pequeños comercios al aire libre que ofrecen distintos productos relacionados con el fervor religioso desde hace varios lustros.

Así mismo hay ofrendas que no se pueden dejar a la intemperie, como las prendas de oro y plata que frecuentemente, según Carlos Fernández, traen los devotos.

Doña Blanca en su puesto afuera de la iglesia, donde ha vendido por más de 25 años rosarios, velas, velones, estampitas, cintas, collares ha sido testigo también de los que entran pagando sus promesas.

“Yo aquí he visto a gente pagar descalza, a cuatro patas, y uno que un día me dijo que si se le cumplía el milagro iba a venir como Dios lo trajo al mundo, y así fue… vino desnudo”, recordó jocosamente.

“Algunas personas en sentido de agradecimiento llegan a cruzar los límites de la iglesia”, añadió Blanca.

Como el caso de una señora notablemente portuguesa por su acento, que en medio del silencio entró a la iglesia junto a su nieto con tres arreglos pequeños de flores.

Con confianza la señora entró al altar de José Gregorio Hernández, pasando la barricada de mármol blanco, para ubicar las flores lo más cerca de los restos.

“Aquí no puede pasar, váyase”, gritó Carlos Fernández al ver a la señora traspasando los límites.

Inentendiblemente la portuguesa le grita devuelta. “Abusadora”, responde Carlos. Sin embargo, ella no se daba por vencida y sigue repartiendo sus otros arreglos al Sagrado Corazón de Jesús, ubicado a un lado del altar principal, y al nazareno.

Luego de sus plegarias la señora de unos 70 años de edad, molesta aún, se levantó y de nuevo con confianza agarró el arreglo que puso en el Sagrado Corazón y se fue, dejando a los presentes anonadados por su actuación.

Todos tenemos nuestras plegarias… incluso yo misma”, dijo la señora Blanca.

Hay algunos milagros o peticiones que tardan más que otros en cumplirse, mencionó; sin embargo, esto no es causa de pérdida de fe entre los creyentes de los santos, sino una muestra de confianza “a ciegas”.

“Él sabrá por qué no me hace el milagro (…) pero no importa, el tiempo de Dios es perfecto”,  señaló esperanzada. “Y alcanza para todos”, respondió el comerciante al lado de Blanca.

Daniel Lander y Yohanna León son estudiantes de la Universidad Monteávila

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