Orbe, universo, mundo

Emilio Spósito Contreras.-

Universo

Pitágoras (siglo VI a. C.), Piteas (siglo IV a. C.), Aristóteles (384-322 a. C.), Eratóstenes de Cirene (276-194 a. C.), Crates de Malos (circa 180-150 a. C.), Estrabón (circa 64 a. C.-19 d. C.), Séneca (4 a. C.-65 d. C.), Claudio Ptolomeo (circa 100-170), Lucio Ampelio (siglo III), san Beda el Venerable (circa 672-735), san Isidoro de Sevilla (circa 556-636), Juan de Sacrobosco (circa 1195-1256), Cristóbal Colón (1451-1506)… son solo algunos hombres de la Antigí¼edad y la Edad Media que sostuvieron que la tierra, el orbis terrarum, tení­a la forma de una esfera (del griego σφαῖρα o sphaira) o de un globo (del latí­n globus). Globo crucí­fero en las manos de emperadores y reyes.

No obstante, a partir de las afirmaciones del escritor norteamericano Washington Irving (1783-1859) en The Life and Voyages of Christopher Columbus (1828) y del charlatán británico Samuel Birley Rowbotham (1816-1884) en Zetetic Astronomy: Earth Not a Globe (1865), hay quienes todaví­a hoy creen –contra toda evidencia– que la tierra es plana.

Al orbe, a las esferas celestes descritas por Platón (circa 427-347 a. C.) y su discí­pulo Eudoxo de Cnido (circa 390-337 a. C.), se vincula la idea de universo (del latí­n universum), que alude al conjunto de todas las cosas –fí­sicas y metafí­sicas–. En tal sentido, la expresión universitas magistrorum et scholarium, que recortada dio origen a la de universidad, vendrí­a a significar el conjunto de todos los maestros –vivos y muertos– y escolares, o como recuerda el artí­culo 1 de nuestra Ley de Universidades (1970): la reunión de profesores y estudiantes.

En materia de Derecho Civil, encontramos los conceptos de universitas personarum y universitas rerum para designar al conjunto de todas las personas o todos los bienes que, paradójicamente, constituyen las personas ficticias de tipo asociativo y de tipo fundacional, respectivamente.

Solo recientemente, nuevamente en medios anglosajones, se habla impropiamente de una pluralidad de universos: universos paralelos, “parauniversos”, “pluriversos” o, más recientemente, “multiversos”… pues conceptualmente no existe nada fuera del universo y si nos percatáramos de la existencia de cosas o conjunto de ellas fuera de lo que creí­amos hasta entonces que era el universo, éstas no serí­an distintos universos, sino universalidades, es decir, pertenecientes al conjunto de todas las cosas o, precisamente, del universo.

Fragmentar el universo y pretender que una parte es una totalidad, es igual a dividir, rechazar, segregar, ignorar y finalmente, destruir lo que resulta diferente. Quizás, el camino más corto a la soberbia Babel y al desconcierto.

Aunque ya estaba implí­cita en el Celephaí¯s (1922) de H. P. Lovecraft (1890-1937), o explí­cita en el Tlí¶n de Jorge Luis Borges (1899-1986), descrito en Ficciones (1944); fue en el campo de la fí­sica cuántica que primero se planteó claramente una teorí­a sobre universos paralelos.

En su tesis de 1956, Wave Mechanics Without Probability, el norteamericano Hugh Everett (1930-1982) propuso con pobre acogida la existencia de “muchos mundos”. De allí­, pasó a la literatura fantástica y de ciencia ficción.

En 1961, el escritor de comics Gardner Francis Cooper Fox (1911-1986) creó para DC Comics su Flash of Two Worlds! En el mismo sentido, en 1972, Isaac Asimov (1920-1992) publicó su novela The Gods Themselves. Recientemente, en 2016, Marvel Studios popularizó la idea en la pelí­cula Doctor Strange, que tendrá una secuela en 2022, titulada: Doctor Strange in the Multiverse of Madness.

Pero como ocurrió en el caso de los “terraplanistas”, alguien se tomó en serio lo que hasta entonces eran tesis cientí­ficas marginales o simples exuberancias de la narrativa “transmedia”.

En su libro de 1986, On the Plurality of Worlds, el filósofo norteamericano David Kellogg Lewis (1941-2001) planteó su teorí­a del realismo modal, en la que se habla del “pluriverso”. La propuesta de Lewis recibió duras crí­ticas por su marcado relativismo y sus nocivas consecuencias morales.

Pero como un virus sin vacuna, la idea de los universos paralelos pasó de la filosofí­a a la polí­tica –con consecuencias nefastas–, en la que abundan ficciones como el propio Estado: “el más frí­o de todos los monstruos frí­os”, según Friedrich Nietzsche (1844-1900) en Also sprach Zarathustra (1892), el socialismo con caracterí­sticas propias, la democracia distinta a todas o la nueva normalidad… entre otras peligrosas ensoñaciones.

Finalmente, otra expresión cercana universo es mundo (del latí­n mundus y éste del griego κόσμος o cósmos), también referida al conjunto de todas las cosas, pero esta vez según un orden, naturalmente limpio, elegante…

El problema es que a veces el orden no está claro, como cuando se llamó prejuiciosamente bárbaro (del griego “βάρβαρος” o bárbaros) al que no hablaba griego; “nuevo” y “tercer” mundo a lo que no encaja en el esquema establecido, o como evidencia el filósofo Rémi Brague (1947), premio Ratzinger (2012), en su reciente obra Des vérités devenues folles: La sagesse du Moyen Age au secours des temps modernes (2019), se sigue un orden pero obviando sus causas, por lo que frecuentemente el mundo se encuentra de cabeza, como cuando las voces más autorizadas en los más distintos tópicos resultan ser la de los más ricos, o pretendemos estudiar el derecho desligado de la justicia.

* Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma